La razón te dice unas cosas y la realidad te dice otras. Si no hubiese habido hombres y mujeres que luchasen por las injusticias sociales, nuestra situación hubiese sido siempre otra. Estamos ahora asistiendo a un momento de convulsión social, un momento en el que nos agarramos a la esperanza, tras los años de individualismo que hemos tenido. Hoy la vida para muchos se convierte en algo problemático, y no en algo apasionante. La crisis tiene una gran verdad y es el sufrimiento de la clase media. Esta crisis nos tiene que servir para reconstruirnos interiormente. Para equilibrar nuestras razones para vivir y nuestras razones para morir. Como diría Albert Camus, “es necesario una actitud espiritual más modesta que proceda a la vez del buen sentido y de la simpatía.”

El pensamiento de muchos individuos hoy esta minado, incluso para el escritor argelino, “el gusano se halla en el corazón del hombre y en él hay que buscarlo. Un mundo que se puede explicar incluso con malas razones es un mundo familiar y, como consecuencia, matarse a uno mismo, en cierto sentido, y como en el melodrama, es confesar. Es confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que no se la comprende. Es solamente confesar que eso no merece la pena. Vivir, naturalmente, nunca es fácil. Uno sigue haciendo los gestos que ordena la existencia, por muchas razones, la primera de las cuales es la costumbre. Morir voluntariamente supone que se ha reconocido, aunque sea instintivamente, el carácter irrisorio de esa costumbre, la ausencia de toda razón profunda para vivir, el carácter insensato de esa agitación cotidiana y la inutilidad del sufrimiento.”

Vivimos en una sociedad rara, en una sociedad de la paradoja, donde la macroeconomía y el pensamiento nos han secuestrado.

Hoy, el pensamiento, la dialéctica sabia y clásica atribuida históricamente a la acción política, ha sido disipada y ha quedado en una situación cautiva. El bienestar actualmente se traduce en bienestar económico. Dentro del marco de los capitalismos, hay dos muy poderosos. El primero es el capitalismo armamentístico, donde España es uno de los principales valedores y vendedores de este tipo de mercancías. Además, El Corte Inglés y Telefónica son de los principales inversores en la logística militar española. Y el segundo es el capitalismo de consumo, que es el que nos afecta a los europeos y el que nos convierte para el sistema en meros consumidores y no en personas.

Un sistema económico donde prevalece el valor de lo que tú tengas sobre el valor de lo que tú eres pierde la esencia de lo que somos y, por tanto, la esencia de la vida. Esta forma de vida conlleva que la gente, cuando se podía trabajar, trabajase para tener cosas. En este sentido, el sistema económico no tendría que convertirnos en algo baladí, pueril y mercenario, puesto que vivir para vivir es una cosa y vivir para acumular es otra bastante distinta. La acumulación lo único que te va creando son más necesidades y dependencias en vida. De este modo, la existencia de la muerte es lo único que revitaliza el sentido de la existencia.

En esta situación de hartazgo, España es hoy un caldo de cultivo para la exclusión social. El concepto de ciudadanía se ha visto reducido, incluso está inducida al miedo por el hecho de perder su salario y aprovechada para ser explotada. No obstante, lo que evita convertirte en un excluido es considerarte un integrado. ¿Qué hay que tener para ser integrado? Tu trabajo, tu techo, tus servicios sociales, tu sistema sanitario. Así pues, están igual de excluidos los recién titulados, los ancianos, los alcohólicos, los toxicómanos, los sin techo, las personas con enfermedades raras, el colectivo de inmigrantes, las personas que sienten vergüenza por pedir, los menores tutelados o la infancia.

La economía sumergida se ha convertido en una economía de esclavitud, que frena el estallido social, junto con el auxilio de los padres y otros familiares. Muchos piensan que es la caridad lo que lo evita, pero ni la caridad es eterna, tan sólo puntual, ni es recomendable para la estabilidad de un sistema.

Para el grupo parlamentario de Izquierda Unida de Villacañas, “la Caridad es aquella limosna que se da, o que se presta. La caridad se sostiene por la desigualdad, la caridad es dar algo que yo tengo al que «no tiene» o no puede, es el individualismo (somos «lo que poseemos» y, porque es nuestro y nos «sobra», podemos «darlo»). La caridad implica tranquilidad de conciencia de los cómplices que ejercen una ética sin responsabilidades".

"En cambio, la Solidaridad supone una relación entre iguales: compartir algo que tengo, aunque circunstancialmente sea poco, y que «debería» ser de todos, ya que todos somos iguales. La Igualdad es fraternidad, palabra que viene de «fratria» o patria de los iguales.”

Sin embargo, el concepto que hemos comprobado a lo largo de la historia es que, “el hombre cumple una función en el conjunto, sin tener el derecho de ser libre, sino que posee el deber de cumplir su rol para el bien social. Esta concepción negatoria de los derechos subjetivos, puede conducir al totalitarismo.” A raíz de la defensa de las libertades, se crean los derechos humanos y sus posteriores tribunales. Ante esta tesitura, se observa a día de hoy que está más garantizado el derecho humano, que el deber de cumplir un rol para el bien social. Esto último se relaciona a la economía, no a la jurisdicción, y evidencia por tanto que la casa está construida, pero con unos cimientos cada vez más débiles, que sostienen un techo con libertades y derechos humanos expresamente reconocidos. Además, estos derechos sociales y civiles son perfectamente exigibles en los tribunales.

Del mismo modo, en España ha habido un canto a la libertad con la Constitución en la mano. Con aquél referéndum de 1976 por la reforma política llevada a cabo por Adolfo Suárez, con aquel “Habla Pueblo Habla”, cargado de un contenido popular y que reconocía nuestras libertades, se comenzó lo que se conoce como Estado de derecho, en un contexto democrático.

Pero esto ha ido más allá y, además de tener unas libertades reconocidas constitucionalmente, el hecho de privar económica, política y socialmente a la ciudadanía requiere actualmente un reconocimiento de estas condiciones base. Por tanto, no existen libertades de asociación o pensamiento sin que esté protegido el acceso al trabajo o a la vivienda. Y esto lo garantiza la constitución española con el artículo 47 párrafo 2, donde un 10% del parque de viviendas construido tendría que ir a parar a manos de los ayuntamientos, destinado a viviendas, refundado en alquileres sociales (vivienda social) y no en VPO. En este sentido, las necesidades de vivienda se deben satisfacer a través de lo público y no desde promociones de vivienda privada. En Francia hay entre un 20% y un 30% de este tipo de viviendas. En Portugal un 7%. En Grecia un 5%. España no llega ni al 2%, y es el país en el que más se ha construido, en comparación con estos otros. Además, el acceso al trabajo podría garantizarse y no proporcionarse, con un salario básico, que se recibiese a cambio de un trabajo, y a través de una bolsa de empleo justa, y no a dedo, tal y como ocurre en Alemania. La propuesta de la Renta Básica es atractiva y reconoce la dignidad del hombre pero, ante la educación y el civismo de los españoles, sería mejor considerarla para un futuro reciente.

Estos mitómanos, déspotas, caciquiles y corruptos políticos son los responsables de nuestra deuda. Los culpables de proporcionar un sistema corrupto y clientelar. Son los culpables de no asumir abiertamente su culpa. Son los culpables de darnos las posibilidades, pero no nos han educado, enseñado y aun menos implicado desde la escuela acerca de las herramientas que tiene el sistema democrático; al igual que tampoco nos han hecho tener una conciencia o un civismo sobre lo público; no nos han explicado cómo se desarrollan las asignaciones a los puestos que no tienen que ver con el poder ejecutivo, como por ejemplo las listas cerradas y bloqueadas de los que legislan y el nombramiento de los altos cargos a los tribunales de justicia. La única solución posible es aumentar los controles sobre las Administraciones Públicas, y dotarlas de independencia al acceder a los puestos que proporciona la separación de poderes, haciendo que funcione bien y despolitizándolos.

En definitiva, los asuntos sociales son para todo el mundo y es una cuestión de concienciación colectiva, puesto que no sabemos los que estamos bien hoy si mañana estaremos mal. Y esto debe tener titularidad, garantía y gestión pública.