Yereván se aparece en la distancia como una enorme colonia polvorienta incrustada en una cuenca montuosa.

La carretera que lleva del aeropuerto a la capital de Armenia es de por sí un escaparate bizarro que introduce al recién llegado viajero en un mundo diferente. A izquierda y derecha se yerguen los casinos y clubs de strip-tease (que el gobierno ha prohibido erigir en zona urbana), irrumpiendo con sus brillantes neones en un camino por otra parte desprovisto de color, marcado a cada tramo por gruesos semáforos y cartelones de indudable estética oriental.

El gigantismo en las construcciones, las barriadas periféricas gris soviético y una peculiar preferencia por introducir paredes, balcones y formas semicirculares hacen sospechar que esta es la tierra en la que se han cocinado e impuesto culturas e ideologías dispares. No en vano, Armenia comenzó siendo campeona de la cristiandad apostólica en el Este desde el siglo IV, para ser posteriormente subyugada y castigada por los turcos otomanos, y finalmente incorporada al cinturón de seguridad soviético. De bastión milenario a república socialista hasta llegar, a día de hoy, a una democracia demasiado imperfecta que se revuelve y tose, intentando limpiar su sistema institucional de las numerosas afecciones que le corroen.

Yereván es sin duda la ciudad de los ladrillos rosas, y muchos de sus originales y macizos edificios (por ejemplo, la imponente Universidad de Lenguas) destilan tonos ocres, anaranjados y rojizos cuando los calienta el sol implacable de la región; una zona geográfica en la que las temperaturas pueden alcanzar o superar fácilmente el agosto madrileño. Para aligerar su pesada carga arquitectónica, la ciudad se apoya en anchas avenidas, parques y patios interiores, algo que también facilita el uso de fachadas semicirculares. En la periferia, verdaderos arrabales: poco recomendables de visitar pero imposibles de olvidar; el retrato de una Armenia perdida entre mares de tejados de chapa.

Pero si las afueras -y no se olviden, el medio rural en general- destilan pobreza e inseguridad, también existen, en pleno centro de la capital, reductos propios para élites: discotecas sobre azoteas de bancos, donde gogós rusas entretienen a los ricos cachorros del sistema entre flashes azulados y copas a precio prohibitivo. (Siempre se encuentra en estos eventos a un reducido grupo de internacionales que parecen poseer un olfato infalible para enterarse del lugar y la hora de la próxima fiesta).

Por lo demás, no hay casi discotecas en la ciudad, aunque las pocas que existen cumplen con los requisitos esperables, además de lucir las indudables dotes de danza de las locales. Si el viajero, por el contrario, no deseara internarse en ambientes tan cargados, siempre puede darse un corto paseo hasta la céntrica Plaza de la República, donde todas las noches se disfruta de un elaborado espectáculo con chorros de agua -los armenios son muy partidarios de las fuentes barrocas-, al que se añaden luces de colores y una fastuosa música orquestal.

Las dinámicas de la ciudad resultan peculiares. Yereván es la urbe de los mil taxis, cada uno de una compañía diferente y con una estrategia de márketing particular: los que son rosas y exhiben anuncios de Barbie y Cosmopolitan solo se dignan aceptar mujeres (aunque sus conductores sean hombres) mientras que los taxis CCCP transportan aparentemente a nostálgicos de la URSS. Las torres acristaladas y las cúpulas se mezclan con las ramas de los árboles, mientras que el cielo es cruzado una y otra vez por un cableado interminable. Sobre el asfalto, coches poderosos que los armenios consideran una demostración obligada de opulencia, parándose al lado de autobuses verdaderamente setenteros y de unos curiosos minibuses color morado, marcados siempre con la bandera china y el logo “China Aid”.

La gente tampoco será fácil de olvidar. Que el viajero se olvide de encontrar ceños fruncidos en clara actitud post-soviética: aquí, ni las nostalgias de un pasado imperial (que las hay, y bien explotadas políticamente) ni las desgracias desde finales de los años ochenta son suficientes para impedir que el armenio se muestre sonriente y de una generosidad tan inusitada que incluso hará dudar al turista desconfiado. Sin perjuicio de esto, el carácter armenio combina también grandes dosis de orgullo guerrero y ostentación en el día a día; producto, quizá, del agrio recuerdo que los tiempos soviéticos dejaron en la oferta al consumidor. Esta filosofía llega a su extremo en el caso de los golden numbers (“matrículas de oro”, de cuatro números idénticos), que algunos armenios acaudalados lucen en sus coches por el módico precio de cinco millones de drahms.

En cuanto a las mujeres, pasean altivas pero sonrientes, arregladas con esmero a cualquier hora del día. El turista no debe malinterpretar su actitud, y debe tener en cuenta que, si bien los gestos abiertos y la vestimenta moderna no lo delatan, aquí la mentalidad es notablemente más conservadora. Pero la exhibición ya forma parte de la filosofía de vida del armenio. Es difícil que el turista se sienta acomplejado por esto. Dados los tipos de cambio actuales, cualquier occidental tiene la oportunidad de ser millonario mientras dure su estancia en el país.

Las carreteras son otra de las señas de identidad de Armenia. Sin señales de tráfico, pero con una policía de tránsito que el viajero pronto comprenderá funciona a base de sobornos. Bordeadas por oxidados oleoductos, bases rusas ante la frontera turca, soportes de carteles vacíos, puestos de fruta ambulante y primitivos bares de carretera. Más adelante, las montañas, donde el ocre terroso da paso al verde pardusco que precede a Nagorno-Karabakh: una república de anchos prados e imponentes horizontes nublados. Tras pasar los controles militares pertinentes, un laberinto de valles frondosos, en uno de los cuales se halla su extraña capital, Stepanakert.

Esta misteriosa ciudad la componen tres anchas calles paralelas, entreveradas con parques, restaurantes, hoteles y ministerios. Las tres se elevan en cuesta hacia una explanada donde se erigen, imponentes, los edificios oficiales de la República. Flanqueando esta gran avenida tripartita, se extienden barriadas humildes de viviendas maltrechas y calles embarradas. Junto a alguna de las casas, jeeps militares aparcados con descuido.

Las referencias a la guerra se hallan por todas partes. Los uniformes militares se ven por la calle y en restaurantes y locales, y por doquier aparecen grandes cartelones de estética bolchevique (que no ideología) celebrando victorias y veteranos de la guerra que se desarrolló entre 1988 y 1994.

Es importante recordar que el mero hecho de poner pie en Nagorno-Karabakh le costará la prohibición de por vida de visitar a su eterno enemigo, la república de Azerbaiyán. La soprano Monserrat Caballé no fue la primera ni la última víctima de la llamada lista negra de este celoso país rival.

Y es que si Stepanakert vive en guerra, Yereván la recuerda. Rodeadas de sus símbolos centenarios –el bastón dorado del mausoleo del Holocausto y el monte Ararat destacando en el firmamento- las tierras de Armenia y sus aliados recuerdan finalmente al viajero que no ha llegado para visitar un lugar cualquiera. Se encuentra, sin duda alguna, en el último bastión de la Cristiandad.

De Ereván al cielo

Ubicada en el pulmón de la ciudad, la gigantesca escalinata conocida como Cascade es todo un prodigio arquitectónico. Con 572 escalones de 50 metros de ancho, en su punto mas alto (al que se puede subir por escaleras mecánicas) se consiguen las mejores vistas de Ereván. Cada piso está decorado con diversas esculturas de conocidos artistas internacionales como el colombiano Botero, el español Jaume Plensa o el inglés Paul Cox . En su interior, se puede visitar el Museo de Arte Contemporáneo del filántropo armenio Cafesjian, donde se encuentra galerías de relumbrón como la de Swarovsky. El recinto esta coronado por un museo aún en construcción. En sus aledaños es posible comer en algunos de los mejores (y más caros) restaurantes de la ciudad.

El doloroso recuerdo del genocidio

El 24 de Abril se celebra el día de los caídos durante el Genocidio Armenio. Cada año, miles de personas se desplazan para llevar flores al Monumento a las Víctimas del Genocidio. El recinto lo conforman una estela de 44 metros de altura, doce losas que representan las 12 provincias pérdidas a manos de la actual Turquía y una muralla de 100 metros de altura con los nombres de las aldeas armenias arrasadas durante las masacres. En el interior del monumento hay una llama que siempre está encendida. También se puede visitar un pequeño museo circular subterráneo adyacente con información básica de los hechos ocurridos entre 1915 y 1923.

Monte Ararat, el orgullo de Armenia

Cuenta el relato bíblico que en el Monte Ararat fue donde Noé consiguió llegar a tierra firme después del diluvio universal. La búsqueda del Arca de Noé sigue despertando, 5.000 años después, el interés de aventureros, historiadores y científicos de todo el mundo en busca de evidencias empíricas. A pesar de que actualmente está ubicado al noreste de Turquía, las mejores vistas se disfrutan en territorio armenio, donde se reivindica como símbolo nacional del país y parte de la Armenia Histórica. Alfombras, taxis, cigarros, discotecas e incluso una marca de coñac utilizan el nombre y la imagen del famoso monte con el pico siempre nevado.

En busca de las reliquias perdidas

Gandzasar es un monasterio armenio del Siglo XIII situado en la región de Martakert, del Alto Karabaj. La palabra Gandzasar significa monte o cumbre del tesoro en armenio. El monasterio alberga reliquias que presuntamente pertenecieron a San Zacarías, padre de Juan el Bautista. Destaca por su tambor de 16 caras coronado de una cúpula en paraguas, ornamentado por triples columnas. Actualmente, se siguen oficiando celebraciones litúrgicas apostólicas.

La historia pintada en lienzo

La bella ciudad de Shushi, una de las más castigadas durante la guerra del 90, quiere dejar atrás su atroz pasado y convertirse en el epicentro del arte de Nagorno. Para ello, este año se ha inaugurado el museo de Bellas Artes, donde se recopilan diversas piezas artísticas donadas por filántropos armenios. Las obras abarcan una amplia gama de estilos (romanticismo, realismo, impresionismo, surrealismo…) y provienen de distintos países tales como Armenia, Georgia, Rusia, Lituania, Turkmenistán, Uzbekistán, Polonia, Francia, Estados Unidos, Etiopia, Mongolia, Egipto, Indonesia, Haití, Madagascar y, en un lugar destacado, Karabaj. Sin duda, la mejor forma para empaparse de la apasionante historia del Cáucaso. La entrada es gratuita.

Guía práctica

Datos básicos- Habitantes: 3,2 millones en Armenia. Moneda: el dram. Un euro: unos 450 drams.- Idiomas: armenio (oficial) y ruso.- Visado: 30 dólares (unos 20 euros). Válido para 21 días, se consigue en aeropuerto de Ereván.

Cómo ir- Vuelos: no hay vuelos directos entre España y Armenia. Con Air France , KLM , Olympic Airlines o Armavia se puede volar a Ereván desde Madrid o Barcelona, con escala en París, Ámsterdam, Polonia, Rusia o Atenas. Precios, desde 350 euros, ida y vuelta, tasas y cargos incluidos.

Temperaturas: Veranos muy calurosos (parecidos a los de Madrid) e inviernos muy fríos (como los de Moscú). La mejor época del año para visitar el país es en primavera, con temperaturas suaves y pocas precipitaciones. Transporte: La mejor opción para moverse por Ereván es en taxi, donde el precio por desplazarte de una esquina de la ciudad a la otra te cuesta unos cuatro euros. Para trayectos fuera de la capital es importante pactar el precio con el conductor antes de iniciar el viaje. El autobús, de estilo soviético y siempre atestado de personas, y el metro, con pocas estaciones en funcionamiento, son las otras alternativas más económicas pero menos recomendables.

Dormir- Hotel Marriot. Palacete céntrico y con encanto que recuerda a las películas de espías. La habitación doble, a partir de 60 euros la noche. Para jóvenes mochileros y presupuestos más ajustados se encuentra Hostal One Way Hostel, un sencillo hostal que destaca por su ubicación, limpieza y la simpatía de sus recepcionistas. Desde 8 euros la habitación compartida. En Nagorno sobresale el Hotel Europa, a partir de 30 euros por persona la noche en habitación doble.

Comer- Hay más de 120 restaurantes y cafés con comida turca, armenia y rusa a precios muy económicos (menús desde 3 euros). Muchos de ellos celebran diariamente conciertos de jazz en vivo de gran nivel. Los supermercados están abiertos las 24 horas. En Ereván destacan:- Our Village (15 euros, aprox) y Aragast, uno de los preferidos por los altos dirigentes (10 euros aprox). En Nagorno, el restaurante Russia (12 euros, aprox) sobresale por la calidad de sus conciertos, atmosfera envolvente y creatividad de sus platos.

Información

www.armeniainfo.am
www.armeniapedia.org.

Texto de Ignacio de la Cierva y Óscar Saínz de la Maza