Todos los jueves desde hace varios años tiene lugar en la madrileña plaza de Sol una concentración para demandar justicia por los crímenes franquistas. La congregación se lleva a cabo frente a la actual sede de la Comunidad de Madrid, donde los manifestantes exigen que se reconozca la verdad de la historia, se haga justicia y se repare a las miles de víctimas del franquismo. Tras 40 años de democracia, estas son algunas de las cuentas pendientes de una transición que se caracterizó por el olvido en lugar de la justicia.

Franco murió por causas naturales el 20 de Noviembre de 1975, tras 36 años de dictadura. La élite española comenzó entonces una transición a la democracia que se distinguió por su “Pacto del Olvido”. No hubo ningún tipo de ruptura con las instituciones franquistas y las fuerzas armadas, la policía, el sistema judicial, todo el aparato estatal quedaron libres de cualquier tipo de repercusión con el cambio de sistema. Este “Pacto del Olvido” además se afianzó con la promulgación de la Ley de Amnistía de 1977, en la que se eximía de responsabilidad a todos los que hubieran cometido delitos políticos o delitos menores hasta el 15 de diciembre de 1976. Con esta ley se perdonó a los reprimidos por el régimen, liberándose a los presos políticos, pero al mismo tiempo se proporcionó impunidad a las violaciones de derechos humanos comprometidas por el régimen, condenando a España a no llevar a cabo ningún tipo de justicia de transición.

Andrés Martínez, de 84 de edad, es uno de los asiduos a las manifestaciones contra la impunidad del franquismo, así como a todas aquellas que denuncian las atrocidades de las guerras. Cuando tenía tan solo 4 años estalló la guerra civil española. Andrés cuenta cómo “Madrid fue sometida, desde el primer día del golpe de Estado, a un continuo asedio y estuvo en primera línea del frente desde el comienzo de la guerra”, lo que forzó la evacuación civil, especialmente la de los niños. Miles de niños fueron enviados a otras ciudades e incluso a otros países. En noviembre de 1936, y pese a la contrariedad de su madre, Andrés era evacuado a Tarragona, a donde la batalla no había llegado con la misma intensidad que a Madrid. Pero la guerra civil se fue extendiendo y en menos de un año alcanzó también esta zona de Cataluña. De su experiencia allí, Andrés recuerda cómo “cuando los bombardeos se hicieron más frecuentes, me colgaron al cuello un palo para que lo mordiera cuando estallaban las bombas”. De la pareja que le acogió, el hombre murió en el frente, mientras que la mujer fue arrestada por los falangistas que tomaron Tarragona y nunca más supo de ella. Era 1939 y la guerra había terminado, pero no sin antes dejar una calamitosa situación para muchas familias y, sobre todo, para muchos niños que quedaron solos y desvalidos.

Se calcula que desde el comienzo de la guerra hasta la victoria del bando franquista, unos 30,000 niños fueron robados. Algunos fueron dados en adopción, otros internados en seminarios u orfanatos. En muchos de los casos, los niños fueron enviados a los hospicios del Auxilio Social, pasando inmediatamente a ser tutela del nuevo estado que abusaría de ellos tanto física como psicológicamente para tratar de salvarles de la influencia degenerativa de sus padres rojos.

Andrés fue uno de estos niños que, huérfano de padre y con su madre encarcelada, fue a parar a un colegio dependiente del Tribunal Tutelar de Menores, del cual cuenta que “desde que amanecía hasta que nos acostábamos, nos obligaban a rezar, desfilar y cantar el Cara al sol a todas horas, y a gritar vivas a Franco en cualquier ocasión en que nos mantuvieran agrupados. Más se parecía aquello a la vida en un cuartel-monasterio que a la vida en un colegio de niños”. Con todo, Andrés fue uno de los afortunados que consiguió encontrar a su familia. A los 12 años pudo abandonar el colegio y reunirse con su madre y uno de sus hermanos. A día de hoy, se ha convertido en un comprometido activista en contra de las guerras. “Tengo hijos y nietos y más de ochenta años a mis espaldas, y mientras me respondan las fuerzas seguiré en la calle denunciando la atrocidad que son las guerras, sea cual sea el lugar del planeta en el que se produzcan”, concluye Andrés.