Diciembre era el mes. El mes que elegimos para celebrar la Navidad, el mes que eligieron para estrenar Star Wars VII, el mes que Rajoy eligió para convocar elecciones. Diciembre de 2015, un mes histórico para España: el despertar de la fuerza, el fin del bipartidismo. No nos lo queríamos perder.

Parecía que no iba a llegar nunca pero llegó, y de qué manera. Nadie en 2011 pensaba que podría haber más partidos que dividieran el panorama político hasta el punto de poner fin a las mayorías absolutas. Pues sí, fin al absolutismo de PP y PSOE, se acabó. Ciudadanos y Podemos han llegado, no sabremos si para quedarse pero por lo menos, durante cuatro años ocuparán una buena parte del Congreso de los Diputados.

Con Podemos y con Ciudadanos ha nacido una nueva esperanza. La crisis económica y política -en todos los países las hay- despertó en los ciudadanos el sentimiento de acabar con el bipartidismo. Podríamos calificar 2014 como el año más convulso desde La Transición española y es que si a todo eso se le añade la corrupción del partido en el poder -el Partido Popular-, los escándalos de la oposición -el PSOE-, los continuos despidos y los problemas de partidos históricos como CDC el caldo de cultivo era idóneo para un cambio.

Desde aquellas lejanas elecciones europeas de 2014 en las que ya tocaron la puerta -cinco diputados para Podemos y dos para Ciudadanos- el crecimiento de los partidos ha sido tal que en las autonómicas y municipales llamaron al timbre: alcaldía en Barcelona, oposición en Cataluña. Ahora acaban de tirarla. Consiguiendo acabar con el bipartidismo, fragmentando el Congreso -40 escaños para Ciudadanos y 69 para Podemos-. Nadie atisbaba la posibilidad de que un grupo de politólogos salidos de la universidad junto con otras muchas personas de diferentes posiciones sociales y empleos diversos llegasen a tener esta representación. Tampoco que un partido catalán cuyo trabajo político se limitaba a aquella comunidad diese el salto y, casi de la nada hace un año, esté también en el Congreso.

El mes de diciembre ha sido a estas elecciones como la Batalla de Yavin a Star Wars, lucha encarnizada para acabar con los malos. Los malos, en este caso, no son más que dos partidos viejos con corrupción en sus filas y con miles de problemas internos, “algunas pocas cosas” que diría Rajoy. Como si hubiese sido por justicia poética, diciembre siempre ha sido el mes del cambio: se cambia de año, de mes e, incluso, de actitud. Es un mes para reconciliarse con la vida, con los excesos y con la diversión. Un mes que llena de luces las calles, de gente, de comidas, de cenas, de familias. Diciembre es el mes. Y para unas elecciones tan trascendentales como las que hemos vivido en este mes, la campaña tenía que ser transcendental. Apelando al cambio, apelando a los sentimientos, llena de bondad, de cordialidad, llena de diciembre, en definitiva. Los partidos del cambio que surgieron en la televisión, en las tertulias, nunca tuvieron palabras malsonantes, nunca un gesto feo, siempre aportando, acorde con la época en la que estamos. Los viejos partidos se centraron en la descalificación -incluso personal-, en el “y tú más” que acostumbran en campañas y en las tribunas del Congreso, sin ideas.

Al presidente del Gobierno y candidato del PP a las elecciones -que solo acudió a un debate contra el líder de la oposición, Pedro Sánchez-, le sorprendieron en esa batalla con la corrupción. En ese cara a cara que pasará a la Historia de la televisión española por ser el debate más sucio de los celebrados en unas elecciones, con descalificaciones que llegaron al plano personal, el presidente se quedó sin respuestas ante las preguntas por la corrupción, le dieron en la línea de flotación. La poca costumbre a responder preguntas, claro.

En una época en la que las redes sociales, la televisión e Internet tienen un papel fundamental, el presidente, mucho mayor que los demás contrincantes, mandó a Soraya Sáenz a debatir a cuatro con los partidos emergentes y PSOE. El debate a cuatro, el primero que se hacía en el mes, llegó el 7 de diciembre y sirvió de mucho. Sirvió para que Pablo Iglesias, sin llamar la atención, se fuese imponiendo en silencio y subiendo en las encuestas, que le llegaron a situar como segunda fuerza política del país sólo por detrás del PP que, pese a todo, lideró la campaña y las encuestas -desde 2011- casi de principio a fin. El día 20 llegó. Los nervios. El Día. El Cambio. El fin. Semanas esperando el día, meses incluso. Los colegios electorales llenos, la gente hablando unos con otros, votaciones en familia, con amigos o en solitario, todo sea por la democracia. Los nervios llegaron a los partidos, al cuartel general de Podemos, al del PSOE y al de Ciudadanos; el PP, sabedor de que la contienda estaba ganada, asistía, tranquilo, a la disputa por la segunda plaza.

España ha cambiado, a Pablo Iglesias le salió bien aquello de apelar a los sentimientos pero no pudo disputar la segunda plaza al PSOE -90 escaños- en estas elecciones, terminando tercero. Lo más grave ha sido el pinchazo de Ciudadanos, que no ha sabido explicar puntos de su programa y que ha pagado caro algunas declaraciones. Pese al gran resultado obtenido, se ve afeado por la gran esperanza que había de un buen resultado -hubo encuestas que les situaron segundos antes de diciembre- tras las elecciones catalanas y ver cómo crecía en las encuestas. Al final han terminado en un meritorio cuarto lugar pese al poso de derrota que se respira entre la opinión pública.

En el “cuartel general” de Podemos las encuestas y sondeos que se publicaban llegaban acompañadas de los vítores, aplausos y gritos de felicidad de toda la cúpula del partido, creando una expectación inaudita para toda la prensa que esperaba la salida de alguno de sus dirigentes para dar explicaciones de la participación, de la felicidad, de los resultados. Así pasó: con cautela, llegaron unas explicaciones sobre todas las dudas que asaltaban y a esperar el recuento. Del ambiente de nerviosismo y jolgorio a la calma.

Todos hablan de acuerdos, de pactos. Sólo hay algo claro de estos resultados electorales y es que el Partido Popular ha sido el más votado por los españoles con 123 escaños, pero no será suficiente para gobernar. Se inicia la etapa de los diálogos, del cambio, del trabajo. Los cuatro partidos favoritos mostraban gestos de derrota, los resultados no han sido todo lo exitosos que debían de ser. A esta etapa trepidante todavía le quedan los pactos, cómo se gobernará España y si en cualquier caso habrá nuevas elecciones. El problema catalán marcará parte de esas decisiones; la lista más votada todavía no sabemos si gobernará. Quedan, todavía, muchos interrogantes.