Libia está viviendo una situación de caos desde que en 2011 fuerzas opositoras del país consiguieran derrocar el régimen dictatorial impuesto por el coronel Muammar al-Qaddafi en 1969. Por un periodo de cuatro años, diferentes grupos opositores y antiguos leales al régimen anterior han estado disputándose el liderazgo en el país sin que ningún bando haya impuesto su mando. A continuación desgranaremos esta historia donde tienen cabida Islamismo, regionalismo, tribalismo y petróleo, en un conflicto que no tiene visos de resolverse a corto plazo.

Decapitar a la hidra

En 2011, como en muchos otros países de Oriente Medio, en Libia también se produjeron protestas dentro del escenario denominado Primavera Árabe, con manifestaciones pacíficas que pedían una renovación de los sistemas autoritarios e incluso la renuncia de los líderes dictatoriales a perpetuarse en el poder. Sin embargo, al igual que en otros países, como Siria, estas demandas públicas no fueron correspondidas, y se dio paso a un conflicto armado por el control del poder.

En un principio, los países occidentales, que ya habían demostrado durante años simpatía hacia el régimen de Al-Qaddafi por su importancia petrolífera, decidieron no mediar en el conflicto. Sin embargo, cuando parecía que las fuerzas opositoras serían derrotadas, una alianza entre Reino Unido, Francia y Estados Unidos, sin apoyo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y con expreso desacuerdo por parte de Rusia, decidió bombardear posiciones estratégicas del régimen libio, lo que finalmente dio la ventaja a los rebeldes, que consiguieron capturar y asesinar al dictador, y finalmente tomar el poder.

Lejos de terminar el conflicto, la muerte de Qaddafi ha supuesto, como en el mito de la hidra, que numerosas facciones dentro de los ganadores hayan querido aprovechar esta falta de liderazgo para ganar poder dentro del futuro escenario. En este momento es cuando se evidenció la victoria desde la tumba del coronel Qaddafi, ya que durante su mandato de 42 años había ejercido una estrategia de “divide y vencerás” en la que ciertas comunidades, regiones o tribus eran recompensadas por su fe ciega en el dictador, mientras que otras eran abandonadas a su suerte. Esto ha dado lugar a que, ante la falta de un Estado y un Ejército operativos, muchas de estas comunidades, mediante facciones armadas, hayan tomado represalias por afrentas y enemistades pasadas, o también una búsqueda de mayor influencia política en el futuro escenario, aumentando el caos a su paso.

Descenso hacia el caos

Después de la caída de Tripoli en manos de los opositores al final del verano de 2011, las disputas entre diferentes facciones armadas siguieron sucediéndose, como ya se ha comentado, pero esto no previno que en el verano de 2012 se produjeran las primeras elecciones post-Qaddafi, puestas en marcha por el Consejo Nacional de Transición, y que dieron lugar a un Consejo General Nacional (CGN), que tenía un mandato para conseguir la aprobación de una Constitución que debía someterse a referéndum, así como promover una ley y una comisión electoral .

Sin embargo, en el apartado de seguridad, el Estado no podía hacerse cargo de todo el país, lo que hizo que la mayoría de comunidades contasen con sus propias milicias para asegurar sus posiciones. Asimismo, las autoridades centrales, conscientes de la falta de armamento y personal del Ejército, han tenido que acudir a las Fuerzas de Seguridad Libias, una fuerza armada paralela que sólo responde parcialmente a las directrices gubernamentales.

Como ya se ha mencionado, esta miríada de grupos armados ha provocado una sensación de alta inseguridad en toda la nación, ya que las disputas no se han centrado sólo en afrentas entre los vencedores y los que apoyaron a Qaddafi durante la guerra, sino que se han cobrado deudas pasadas de los 42 años en el gobierno del coronel entre las diferentes regiones. Además, algunas de estas milicias también han aprovechado el vacío de poder para tomar el control de rutas de contrabando, puertos, aeropuertos o industrias importantes, como veremos más adelante.

Ante la incapacidad del CGN y de su líder de cumplir con el mandato, en 2014 se dio paso a la creación de la Cámara de Representantes, que debía asumir el control del Estado. Sin embargo, una veintena de miembros islamistas del Consejo General Nacional se negaban a ceder su posición, y aprovecharon como excusa la decisión de la nueva Cámara de trasladar el gobierno al este, a la ciudad de Tobruk, para autoproclamarse el gobierno legítimo de Libia y mantener el poder en la antigua capital, Trípoli.

Desde ese momento, Libia cuenta con dos Gobiernos y dos Parlamentos: uno, el del CGN, en el oeste, en Trípoli, que agrupa en torno a su Primer Ministro Omar al-Hasi una gran variedad de grupos islamistas, entre los que se encuentran los Hermanos Musulmanes y Salafistas, pero que no defienden una imposición de la Sharia’, sino un cambio radical del anterior régimen dicatorial. El otro gobierno, el de la Cámara de Representantes, que se encuentra en el oeste, en Tobruk, con Abdullah al-Thani de Primer Ministro, también está compuesto por una amplia diversidad de actores, entre los que están antiguos miembros del gobierno de Qaddafi, comunidades federalistas del este que demandan mayor autonomía, y minorías no árabes, especialmente del sur del país, como los Tuareg.

A pesar de que éste último es el que cuenta con legitimidad internacional, la Corte Suprema de Libia, que está considerada como imparcial, decretó que la sesión en la que la Cámara de Representantes decidió el traslado a Tobruk era inconstitucional, lo que ha agravado aún más la crisis política.

Ante esta división en frentes, diversos países, tanto de la región como extranjeros, se han aliado con uno u otro bando: por parte del Consejo General Nacional encontramos sólo a Sudán, mientras que Egipto, Chad, Níger, Qatar y Turquía se han alineado claramente con la Cámara de Representantes, aunque sólo Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos han prestado apoyo armamentístico y político a Tobruk. Únicamente Argelia y Túnez han permanecido neutrales al conflicto, y con voluntad de llegar a un acuerdo mutuo. Claramente, todos estos países que apoyan a la Cámara de Representantes, así como la mayoría de países occidentales, temen lo que una coalición de Islamistas gobernando un país con tantos recursos de petróleo y gas natural puede suponer para la estabilidad internacional.

Este panorama de desencuentros llevó a que la ONU auspiciara unas negociaciones de paz en Ginebra a principios de 2015, promovida por el enviado especial para la Misión en Libia, Bernardino León. Sin embargo, ambas partes acudieron al encuentro sin compromiso de alcanzar un acuerdo, y las negociaciones fracasaron antes de haber empezado.

No obstante, parece que 2016 puede traer nuevos impulsos a las negociaciones, o incluso a una acción directa por parte de fuerzas externas, sobre todo después de que milicias asociadas al Daesh (o Estado Islámico) se hayan apoderado de un importante territorio en la Bahía de Sirte donde, además de acceso a un puerto estratégico en el Mediterráneo, tienen control sobre una importante cantidad de hidrocarburos, un actor más que relevante en esta historia.

La lucha por el petróleo

Además del fracaso político y el declive de seguridad, Libia también afronta un panorama oscuro en cuanto a economía se refiere. Con la mayor reserva petrolífera de toda África y la quinta en gas natural, Libia es crucial en el suministro de hidrocarburos a nivel mundial, y de su venta depende el 96% de los ingresos gubernamentales, y el 65% del PIB. Desde la caída de Qaddafi, las diferentes milicias han tomado por las armas instalaciones petrolíferas y de gas para poder negociar con el gobierno y sacar tajada de la situación. Sin embargo, la corrupción, las huelgas en instalaciones petrolíferas y la bajada en exportaciones están poniendo en peligro el pago a las milicias que controlan estas instalaciones y a otros grupos armados que podrían volverse contra el gobierno en caso de no recibir su parte del botín, aumentando aún más la inseguridad en todo el país.

Además, también es importante tener en cuenta la disposición de los recursos de hidrocarburos a lo largo del territorio, ya que dos terceras partes de la producción de estos materiales se producen en el este del país, controlado por la Cámara de Representantes; una cuarta parte en el sudoeste, controlado por fuerzas Tuareg, y el poco restante en manos del gobierno del Consejo General Nacional de Trípoli. Esto produjo que en el verano de 2014, en medio de la tensión política por la creación de la Cámara de Representantes, fuerzas de la ciudad de Misrata bajo el nombre de Amanecer Libio, aliados al CGN, trataran de hacerse con el poder de instalaciones petrolíferas y del puerto de Sidra, estratégico en las exportaciones de estos hidrocarburos. Sin embargo, fuerzas de la Guardia de Instalaciones Petrolíferas, aliadas a la Cámara de Representantes, consiguieron frenar su avance y mantener el control de la zona.

No obstante, el gobierno de Trípoli juega a favor en lo que respecta al control de las principales instituciones financieras, que permanecen en la antigua capital del régimen de Qaddafi, y sin las que el gobierno de Tobruk ve mermadas sus capacidades financieras. Sus intentos de crear instituciones paralelas al Banco Central de Libia, la Compañía Nacional del Petróleo y la Autoridad de Inversión Libia sólo han provocado que aumenten las disputas armadas con el Consejo General Nacional. Por el momento, el gobierno libio cuenta con un déficit financiero de casi 17 billones de dólares, lo que supone un 44% de su PIB, y si no ataca rápidamente esta situación, la situación de seguridad podría ser extremadamente peor.