Después de cinco años del comienzo de la Primavera Árabe, existe el consenso general de que no se ha avanzado realmente en las reclamaciones principales que los protestantes demandaban en las calles de las principales ciudades de Oriente Medio. La falta de trabajo sigue siendo un mal endémico en muchos países de la zona; la corrupción, el terrorismo y el contrabando siguen azotando las sociedades de la región, y en muchos casos la situación se ha agravado, como demuestra la guerra en Siria, la anarquía en Libia o el “casi-retorno” a tiempos oscuros en Egipto tras el golpe de Estado del comandante Al-Sisi. Sin embargo, Túnez y su transición hacia algo más similar a una democracia, a pesar de sus luces y sombras, está infundiendo ánimos a los que piensan que la Primavera Árabe sigue ahí y terminará por rebrotar.

En busca del bien común

En el terreno político, Túnez se encontró con un vacío de poder en 2011 ante la dimisión y huida del ex dictador Zine El Abidine Ben Ali por las protestas masivas en el país. Las primeras elecciones democráticas dieron lugar a la alianza conocida como Troika, formada por los partidos An-Nahda, Ettakatol y Congreso para la República, de corrientes muy diversas, y que trataron de poner en marcha el proceso de transición con una ley electoral y la redacción de una Constitución. Sin embargo, el camino fue tortuoso y muchos dudaron de la capacidad de estos inexperimentados políticos para llevar a cabo este mandato, más aún después del asesinato en las calles de tres políticos opositores y las continuas revueltas populares que demandaban que se llegaran a acuerdos y se acabara con el desgobierno del país.

Las discrepancias entre el sector Islamista, liderado por An-Nahda, y el sector más liberal y secular, con la destacada figura del partido Nidaa Tounes, añadido a la situación de inseguridad del país, golpeado por el terrorismo de grupos como Ansar Sharia o el Daesh, hacían presagiar lo peor de esta nueva aventura política en el Maghreb. Sin embargo, a diferencia de otros países donde el aparato militar tiene más peso, en Túnez el Ejército está dividido y no controla sectores sociales importantes, lo que ha contribuido a que no se haya dado lugar a un golpe de Estado que dilapidase todos los esfuerzos de la clase política del país.

Finalmente estos dos principales partidos, con la ayuda de otros muchos, consiguieron hacer a un lado sus discrepancias y sacar adelante una Carta Magna que, aunque es parca en derechos y deja a una futura legislación muchas aclaraciones sobre diversos temas, ha logrado avances muy importantes para el país. Por ejemplo, a pesar de que se establece en esta Constitución que el Islam es la religión del Estado, se reconoce al pueblo como la fuente de legitimidad, por tanto evitando utilizar la Sharia o Ley Islámica como base jurídica. Una de las principales novedades y éxitos de esta Constitución ha sido el reconocimiento de la igualdad de géneros, estableciéndose en el artículo 46 la necesidad del Estado de mejorar y fortalecer los derechos de las mujeres, así como el establecimiento de unas cuotas de participación mínimas de las mismas en asambleas electas, aunque aún queda trabajo en áreas donde la tradición islámica da predominio al hombre, como en los casos de herencias o custodia de los hijos. Asimismo, se han establecido derechos básicos de un Estado democrático, como el derecho de expresión, asociación, educación, sanidad, trabajo, vivienda, etc. Otros grandes avances han sido la disposición en la Constitución de la elección de jueces y magistrados al uso de muchas democracias europeas, o la provisión de un comité financiero en el Parlamento, copiado del modelo británico, el cual debe estar dirigido por un miembro de la oposición. Sin embargo, resaltando otro de los debes de esta Constitución, no se ha solucionado la excesiva centralización del gobierno, otro de los males endémicos de las Administraciones en los países de la región, lo que provoca la marginación de muchas zonas de las regiones centrales de Kasrine y Sidi Buzid en Túnez, donde en los últimos días se han sucedido protestas sociales por la falta de trabajo y de inversión en la zona, que incluso han forzado un toque de queda en todo el país.

Terrorismo, contrabando y corrupción en las fronteras

Una vez superados los principales problemas políticos tras haber puesto en marcha un sistema más o menos estable en este aspecto, debemos centrar nuestra atención en el que es el problema más acuciante para Túnez: la situación de seguridad.

A pesar de que con la transición política se ha mejorado la seguridad en distritos y suburbios de las principales ciudades del país, es en las fronteras donde existe el principal problema, incrementado por la situación de anarquía que se vive en Libia, donde en mi anterior artículo ya comenté la presencia de dos gobiernos y dos parlamentos enfrentados por el poder, mientras guerrilleros y terroristas campan a sus anchas por el país, aprovechando también la porosidad de la frontera con Túnez.

En lo que se refiere al contrabando, ya incluso durante la época de Ben Ali, existían clanes cerca de las zonas fronterizas que controlaban el negocio con la complacencia de los oficiales de aduanas. No obstante, era un asunto que no suponía un problema, incluso un mal necesario, ya que servía como válvula de escape para estos clanes que tenían una posibilidad de crear una situación económica favorable para sus familias ante la falta de atención del gobierno. Sin embargo, tras la transición política se ha descontrolado el tráfico de bienes, y ya no todo está en control de estas mafias, dándose lugar a un incremento del contrabando de drogas y armas que luego son usadas en atentados dentro del país. Por tanto, se ha convertido en una situación que debe ser prioritaria para el gobierno, y que por el momento deberá contar con la ayuda y la cooperación de esos mismos clanes, que ahora mismo son una ayuda inestimable para un Estado tunecino que no cuenta con herramientas ni personal de seguridad en abundancia para frenar este problema, y que con estos cárteles cuentan con un apoyo en forma de “inspectores e informadores” que pueden poner sobre aviso a la Guardia Nacional ante una presencia importante de grupos terroristas en las fronteras, que es el problema real al que se enfrenta ahora mismo el país.

Y es que la adhesión de más de 6.000 tunecinos a las filas del Daesh para luchar en la guerra civil siria supone un grave problema para la seguridad del país con el posible retorno de algunos de estos combatientes. Por el momento, estos grupos terroristas no controlan los puestos fronterizos y los clanes antes mencionados no cooperan con ellos ni se adscriben a sus creencias, pero es necesario vigilar que esa posible vinculación no se produzca. Otro fenómeno al que también hay que prestar atención es al denominado “Islamo-gangsterismo”, protagonizado por integrantes de grupos terroristas islamistas que trafican con drogas y armas dentro de los suburbios de las grandes ciudades y que están consiguiendo captar a muchos jóvenes de entre 18 y 25 años que se ven abocados a estas actividades delictivas ante la falta de un futuro con un empleo digno.

En definitiva, una vez superado el primer escollo político con la redacción de una Constitución y la elección del primer Presidente democrático a finales de 2014, Béji Caïd Essebsi, miembro fundador del partido secular Nidaa Tounes, ahora es el momento de centrarse en la mejora económica y en la seguridad, dos asuntos que están intrínsecamente ligados. Para evitar que la experiencia tunecina se convierta en un fallo más en la lista de errores de la Primavera Árabe, Túnez necesita una inyección de dinero con la cual los países occidentales deben comprometerse si realmente se toman en serio la democratización y la promoción de los derechos humanos en todo el mundo. La serie de ataques perpetrados por grupos terroristas entre marzo y junio de 2015, que dejaron 62 muertos, de ellos 59 turistas, han creado ya esa preocupación internacional por no dejar caer en el caos terrorista al único país que ha aprovechado las revueltas de 2011 para construirse un futuro mejor y más democrático. Asimismo, hace falta entrenamiento de fuerzas militares y cooperación en materia de seguridad que también podrían brindar países europeos, que por el momento han dejado mucho que desear en su apoyo a la Primavera Árabe. Sin embargo, también será necesaria una mayor cooperación con Argelia, que a pesar de mantenerse en una dictadura, tiene que ser un aliado clave para Túnez ante una vecindad donde Egipto y Libia no tienen mucho que aportar a la mejora de la seguridad en las fronteras. A pesar de las sombras, Túnez ve la luz al final del túnel, pero necesita ayuda para llegar hasta el otro lado.