Se llama Luis y es uno de tantos. Más bien, la gente piensa que es uno de tantos. Uno de esos jóvenes que salieron una noche de fiesta, con copas de más, cogió un coche y el resto es lo de siempre. Pero no.

Luis tiene 26 años, no tiene Twitter, ni Facebook, ni Instagram - “no he pensado nunca en hacerme algo de eso” -, así que las conversaciones virtuales que conoce son a través del teléfono, del mail y Skype. Su caso no es de los que salgan en televisión porque su caso es uno de tantos. Se llama Luis pero podía ser Pedro, Jorge o Daniel, porque son muchos los que han sufrido un accidente de tráfico.

Contar esta historia es complicado. Se hace difícil cuando se cae en la cuenta de que Luis podías ser tú o el que está leyendo esta historia.

Una tarde-noche de verano, Luis iba con tres dos amigos más en el coche. Luis no conduce porque es diabético y la enfermedad le está haciendo perder visión, así que iba en la parte trasera del coche. Conducía Rober y María iba de copiloto. Eran novios y volvían a Sonseca, donde les esperaba Ali, la novia de Luis.

En la carretera, un coche que iba por el medio del carril, en dirección contraria. Les embistió. Rober murió en el acto, o eso le han contado, y María mientras les trasladaban al hospital. El conductor del otro coche también falleció de camino. Luis está vivo para contarlo, pero con una calidad de vida a la que todavía no ha podido acostumbrase “deseé haber muerto. Mis amigos muertos, yo sin poder andar y sin apenas visión, mira el panorama que esperaba a mi familia”. Pero ahí está sentado delante de la pantalla de su ordenador, hablando, riendo.

Es uno de tantos porque la gente ha asimilado que en la carretera los fines de semana muere gente. Gente joven, con mucha vida por delante porque no tienen cuidado, porque van como locos. Pero no, hay gente que pese a ir con cuidado muere por causas ajenas.

La rehabilitación en el Hospital Nacional de Parapléjicos ha sido muy dura. La que realiza ahora sigue siéndolo. Ahora continúa con dolores, se levanta por la mañana a hacer sus ejercicios, con las muletas, que se han convertido en algo imprescindible en el último año. Anda con cojera. “Pero algo es algo. Cuando desperté en el hospital y no sentía casi nada de cintura para abajo y no podía mover las piernas pensé que me quedaría en una silla de ruedas toda la vida”. La sonrisa no la ha perdido.

Alicia y sus padres han sido los culpables de que Luis esté feliz, esté motivado y vaya todos los días a rehabilitación: “Ali me podía haber dejado y ha seguido apoyándome día a día”. Al final “lo que iba a ser una carga está siendo un placer”, así definía Alicia lo que es ayudar a su novio.

“No me caso hasta que no me deshaga de las muletas, pero me caso” dice Luis. Alicia sonríe pero no se la ve convencida. “Bueno, todavía es pronto para eso, que yo tengo trabajo muy precario y tú no trabajas, Luisín”. Esta conversación entre bromas y risas es lo que parece que nadie en la política escucha, que también se lo toman con humor. Los miles de afectados por una crisis y un trabajo indignante. “Nosotros somos los afectados, los que trabajamos pero no ganamos dinero. Ellos ganan lo que quieren”, dice Alicia mientras Luis, con una mueca de dolor, asiente y añade siempre con humor: “no te quejes, Ali, que yo no cobro y me levanto a la misma hora que tú para ir a que me martiricen todos los días”, haciendo referencia a la rehabilitación.

Los dos recuerdan a María y a Roberto. Alicia estuvo varios meses en el psicólogo porque se sentía culpable y Luis todavía no puede dormir porque tiene pesadillas recordando el accidente. Han pasado tres años, pero parece que fuese ayer. Alicia esperando en casa hasta que llamaron los padres de Luis y le contaron lo que había pasado; Luis, las risas, el golpe, el silencio, el ruido y el desmayo. “Sonaba en la radio Radioactive, ahora es una de mis canciones favoritas, con ella parece que volví a nacer”, dice Luis emocionado.

Desde los 4.000 muertos, aproximadamente, que hubo en 2001 hasta los 1.200 que hubo en 2014, la mortalidad en accidentes de tráfico se ha visto reducida pero sigue siendo una de las causas más habituales de muerte entre los jóvenes en España. La instauración del carnet por puntos en 2006 parece que hizo descender el número de muertos, pero no lo suficiente. Las distracciones han ido creciendo desde 2006: primero fue la radio, luego el GPS y ahora el móvil. La atención que se le presta al teléfono, que se bloquea y desbloquea en el día alrededor de 100 veces, hace que se haya convertido en un elemento distractor muy importante.

Es obvio que algo hay que hacer, pero parece que en los últimos años la instalación de radares en las ciudades y carreteras no ha tenido otro cometido que el de recaudar. Varias asociaciones están luchando para quitar los radares recaudadores y mantener los que de verdad protegen a los conductores y velan por su vida.

En Alemania las Bundesautobahn, las autopistas sin límite de velocidad, parecen ser un éxito. Pese a no tener limitación, los conductores circulan por norma general a 130 km/h. “¿Y si en España hacemos algo así?”, me pregunta Luis. Y no sé qué responder pero Alicia está rápida: “Sí, pero en España no somos como en Alemania. Ellos son estrictos y parece que son más inteligentes a la hora de conducir que nosotros”.

Luis es un afectado más de la forma de conducción de algunos españoles. Luis vivió, pero sus dos amigos murieron por una imprudencia. A lo largo de toda la entrevista no ha dejado de sonreír, de gastar bromas y la última es: “Iván, lo estoy pensando y… ¿cómo voy a usar Instagram si estoy en casa que parezco preso? Saldré de esto y lo mismo me ves corriendo una maratón”. Ojalá.