La violación colectiva no es consecuencia de una patología, no responde a una genética del mal, no puede adjudicarse a la ingesta de alcohol o de estupefacientes y menos aún puede considerársele un hecho atípico e inédito de las sociedades contemporáneas; por el contrario, esta práctica de reducción, vulneración, acceso y socialización grupal del cuerpo de las mujeres de forma violenta y no consensuada ha estado presente y se ha hecho manifiesta en las diferentes etapas del proceso histórico social.

Esta forma de violencia sexual se hizo común en el contexto de escenarios bélicos, como un mecanismo para afirmar el poder y la autoridad masculina, para desmoralizar a los hombres enemigos al apropiarse y desvirtuar a las mujeres de su grupo étnico, político, económico, religioso o social; donde los cuerpos sexualizados de las mujeres fueron concebidos como trofeos de guerra, pero también como una forma de asegurar la perdurabilidad de su dominio al embarazar a las mujeres del grupo enemigo y del territorio en disputa, con el propósito de desarticular la posibilidad de alzamientos y enfrentamientos al mezclar la sangre del grupo vencido con la del grupo erigido como vencedor. Es por ello que la violación grupal se institucionalizó como un mecanismo para la afirmación del poder en el contexto del genocidio indígena y africano durante el proceso de colonización europea en América, el genocidio armenio y el genocidio de Ruanda; pero también en el contexto de dictaduras y otros procesos históricos organizados en torno a la construcción de enemigos reales, potenciales o imaginarios.

Pero la violación colectiva dejó de ser monopolio de los conflictos bélicos para naturalizarse y cotidianizarse a través de su producción, reproducción, consumo y divulgación a través de la industria cultural. Ejemplos de ello son apuestas cinematográficas como Infierno de cobardes, Perros de paja, La naranja mecánica, Irreversible, Acusados, La chica del dragón tatuado, entre otras; así como, las propuestas de la industria publicitaria donde las mujeres son mostradas rodeadas por varios hombres, reducidas, forzadas e incluso vulnerables por el consumo de alcohol en marcas como Dolce & Gabbana, Calvin Klein, Campari y más recientemente en la editorial The wrong turn del fotógrafo Raj Shetye.

En la actualidad la violación colectiva también se ha normalizado por la hipersexualización y socialización virtual de los cuerpos de las mujeres por parte de los hombres en los grupos de mensajería privada, pero también por la narrativa pornográfica; la cual ha transitado progresivamente del sexo en pareja a la emulación de la violación colectiva, la cual es presentada como una fantasía femenina en categorías pornográficas ampliamente producidas y consumidas como los gangbang bukkake (en los cuales la mujer realiza sexo oral a una multiplicidad de hombres los cuales eyaculan sobre su rostro y cuerpo), y los gangbang creampie (en los cuales muchos hombres se turnan para penetrar y eyacular dentro de una mujer).

No obstante, la violación colectiva también se ha cotidianizado como un acto de sanción y corrección a las mujeres que desafían el mandato patriarcal instaurado. En este contexto, las mujeres que cuestionan, rechazan o transgreden los roles tradicionales de género, la heterosexualidad obligatoria (lesbianas-bisexuales), aquellas que no responden al binarismo hombre-mujer (transgéneros o mujeres andróginas), o que confrontan e intentan desarticular la desigualdad, la discriminación y la violencia ejercida contra las mujeres por los hombres en una estructura patriarcal, son castigadas mediante su sexualización y objetualización colectiva.

Si bien este tipo de violaciones grupales pueden rastrearse en diferentes épocas y países, en los últimos años estas parecen haberse incrementado; convirtiéndose en noticia por la frecuencia y crueldad de los casos países como India, Francia, Italia (donde una adolescente de 16 años falleció tras haber sido víctima de violación grupal por más de 10 horas), México (donde un grupo de cinco niños de 12 y 14 años agredió sexualmente a una niña de 12), Brasil (donde una adolescente de 16 años fue violada por más de 30 hombres en una favela), Perú (donde una joven de 15 años murió tras la violación colectiva perpetrada por 4 hombres), pero también países como Chile y Bolivia, donde se han registrado casos de violación colectiva perpetrados por no menos de cinco hombres.

Pero llama significativamente la atención que este tipo de violaciones comienzan a hacerse cada vez más recurrentes en aquellos países bastiones del feminismo, donde se ha confrontado de forma más reciente y explicita el acoso sexual, la violación y otras formas de violencias inscritas en los cuerpos de las mujeres; estos son España (que ha movilizado a todo el país ante la sentencia del caso conocido como La manada) y Argentina (tras un año de movilización feminista que inició con el Proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo y que finalizó con el movimiento #MiráComoNosPonemos para denunciar los casos de acoso y violación sexual).

No es casual que tras la emergencia de estos movimientos feministas, la visibilización pública del acoso sexual y violación, así como, el rechazo de los fallos judiciales que revictimizan a las víctimas y legitiman la cultura de la violación; las violaciones colectivas se hayan incrementado en estos países, llegando a registrarse incluso más de dos casos al día. En España, durante la celebración de nochevieja en Alicante cuatro hombres de entre 19 y 24 años abusaron sexualmente de una mujer de 19 años, y ese mismo día en Castellón dos hombres violaron a una menor de 17 años cuando regresaba a su casa. Por su parte en Argentina, durante las fiestas de año nuevo una adolescente de 14 años fue violada por cinco hombres en un camping en la ciudad de Miramar, una adolescente de 15 años fue atacada sexualmente por siete hombres en La Plata, una adolescente de 14 años fue violada por un grupo de 3 hombres en Salta, y otra adolescente de 16 años fue violada por 2 hombres en Santa Fe.

Ahora bien, no significa esto que las mujeres sean responsables de estas agresiones, que se lo buscaron, lo provocaron o lo incitaron; por el contrario, estas violencias feminizadas y sexualizadas puede considerarse como un intento de disciplinamiento de las mujeres, como un mecanismo de sanción de sus denuncias, como un medio para desmoralizar y desarticular el movimiento feminista, para reafirmar el poder patriarcal, para demostrarles quienes siguen teniendo el poder y el control de la sociedad y de sus cuerpos, para hacerlas desistir de los procesos colectivos de desarticulación de la desigualdad, pero sobre todo, de organización y denuncia de la violencia machista y sexual.