Nos podemos hacer una idea del sufrimiento que supone tener un trastorno de angustia porque todos la hemos vivido, aunque solo sea de manera esporádica, alguna vez. Por ejemplo, en los momentos previos a hablar en público (con el rostro lívido y el sudor frío en las manos), en mitad de ese examen en el que nos quedamos con la mente completamente en blanco, o en el tan conocido centro comercial del que, sin motivo explicable, tuvimos que salir corriendo.

La principal diferencia entre nosotros y los pacientes radica en que estos tienen estas terribles sensaciones casi a cada momento, con una intensidad invalidante y muchas veces de forma incompatible con una vida, no digamos feliz, sino aceptable. Digna.

En otras palabras, como explica Guillermo Lahera, profesor titular de Psiquiatría en la Universidad de Alcalá y jefe de sección en el Hospital Universitario Príncipe de Asturias, «los pacientes viven las 24 horas del día con una actitud aprensiva, esperando lo peor, instalados en un porvenir amenazante. Y su sufrido cuerpo reacciona con un estado de intensa activación, con taquicardia, palpitaciones, sudoración, sensación de falta de aire, opresión en el pecho, mareo o molestias digestivas».

Y es ahora cuando se abre el interrogante: ¿cuántos de nosotros tenemos un verdadero trastorno de ansiedad? La respuesta está en el límite que coloquemos entre los síntomas «aceptables» y el trastorno; sin embargo, los estudios más restrictivos apuntan a que 1 de cada 14 personas cumple criterios de padecer un trastorno clínicamente relevante.

El problema a veces son los remedios a los que recurrimos, que pueden ser dañinos o contraproducentes. Ahí van los más desaconsejables desde el punto de vista de Lahera:

  1. Atiborrarse de ansiolíticos. Las benzodiacepinas (lorazepam, diazepam, bromacepam, etc.) actúan sobre el sistema inhibitorio del cerebro, favoreciendo calma, relajación muscular e inducción al sueño. Sin embargo, las guías clínicas recomiendan limitar su uso a dos meses (y otro de retirada gradual), ante el riesgo de tolerancia (que para el mismo efecto necesitemos cada vez más dosis) o dependencia (que, si nos faltan los medicamentos, nos subimos por las paredes).

  2. Consumir alcohol o cannabis, buscando un contrapeso. Son las dos sustancias tóxicas más normalizadas en nuestra sociedad, y sus riesgos y consecuencias negativas sobre el cerebro son a menudo banalizadas. Hemos visto muchas veces que la ansiedad puede ser la puerta de entrada de un severo alcoholismo, y que entre el 7% y el 10% de los que prueban el cannabis «para estar tranquilos» desarrollan una dependencia. Estas sustancias no pueden ser la solución.

  3. Huir y evitar. La mala noticia para quien sufre ansiedad es que la huida constante del malestar acrecienta la ansiedad. El reverso esperanzador es que el paciente que afronta sus miedos y se expone progresivamente, mejor con ayuda profesional, tiene muchas posibilidades de mejorar. Evitar consiste en quedarse en casa esperando que la ansiedad cese, espontáneamente. O, si la ansiedad se ha desencadenado en el lugar de trabajo, refugiarse en la situación de baja médica durante todo el tiempo que se pueda: el retorno será complicado.

  4. Buscar siempre un porqué. El psicoanálisis popular y algunas películas tipo Hitchcock nos han transmitido que cualquier trastorno mental es el resultado de un complicado conflicto intrapsíquico que debe desvelarse a través de una larga terapia. Con final feliz. Sin embargo, la realidad no suele ser así. Hay pacientes que se curan sin saber exactamente por qué desarrollan ansiedad y otros que entienden perfectamente el origen histórico del cuadro, pero siguen ansiosos y angustiados.

  5. Tratar de eliminar la ansiedad. Lo cuenta Scott Stossel en su libro Ansiedad. Miedo, esperanza y la búsqueda de la paz interior. «El autor, ansioso en primera persona y frustrado por décadas de terapias infructuosas, se plantea finalmente convivir con la ansiedad, dejar de odiarla. Piensa que siempre han existido personas más tímidas de lo normal, cautelosas, sensibles al rechazo, excesivamente empáticas, lo que hoy en día choca con nuestro mundo competitivo y es considerado un temperamento ansioso. No obstante, estos rasgos pueden favorecer una ansiedad insoportable, terrible; pero también suponen la otra cara de la moneda, con características maravillosas como la empatía o la sensibilidad artística», concluye Guillermo Lahera.

Nota

Lahera, G. (2023). Seis formas erróneas de combatir la angustia. El País. Mayo, 9.