En mitad de la noche, en la oscuridad, de nuevo el mismo sueño, el mismo dolor en el pecho, como si tuviera clavado un puñal. Vuelve a sentir la angustia de la traición, un sentimiento que abarca toda su alma, todo su ser.

-¿Pero por qué otra vez?, si aquello ya pasó, ya ni siquiera importa. Nunca hubo confesión, no la necesito, sé que me traicionó.

La luz del día le despierta, es hora de levantarse. No puede evitar sentir la resaca de la pesadilla.

-¿Cuándo acabará todo esto?, se pregunta.

El sueño se repite cada 15 días. No le hace falta mirar el calendario para saber que está ovulando. Su fragilidad es mayor en esos días, y esto le hace revivirlo una y otra vez.

-Acepto lo que pasó, pero ¿por qué no se cierra ya la herida?

Empieza el día, ella misma se calma diciendo:

-Solo ha sido un sueño, estoy en esos días, solo es eso, olvídalo.

Veinte minutos después, mete su mano en el cajón del baño para coger el cepillo del pelo.

-¡Aah! ¡Me he cortado! No sé qué diablos hace aquí esta cuchilla sin protección, menos mal que me ha pasado a mí y no a uno de los niños.

Su dedo sangra, pero no tiene tiempo para mirarlo demasiado. Una tirita y a seguir, en media hora tiene que estar en la oficina.

-Espero no mancharme la camisa.

Al final del día, tras la ducha, un roce y de nuevo:

-¡Ufff! ¡Qué daño!

El dedo vuelve a sangrar. El dolor es aún más fuerte que por la mañana cuando se cortó. Le duele toda la mano, mira sus dedos mientras intenta moverlos sin conseguirlo.

-Qué curioso, un corte en el dedo índice y el dolor abarca todos los dedos.

Mira su mano, no lo entiende, mueve un dedo, no reacciona del todo, mueve el otro y el dolor no cesa.

-¡Un simple corte y no veas la que se ha liado!, piensa malhumorada.

Decide buscar un poco de yodo y algunas gasas, esta vez observa la herida, la mira mientras sangra hasta que envuelve su dedo y lo deja descansar unos minutos. Por fin el dolor ha cesado.

-Tendría que habérmelo curado esta mañana, es normal que al llevar la herida abierta todo el día, haya empeorado.

Eso le dio que pensar un poco más.

-Ahora lo entiendo. Pasé demasiado tiempo sin querer aceptar el motivo de mi dolor, no me paré a analizarlo, no me di espacio para la comprensión. Cuando sospeché de la traición yo misma la dejé a un lado, haciendo ver que no la veía, sentía que algo no iba bien, sin embargo, el miedo a mirar de frente empeoró la situación. La herida se hizo tan grande que todavía necesita tiempo para curarse.

Debemos mirar el dolor sin miedo, analizarlo y saber de dónde viene, solo así le estaremos dando la atención que se merece. Acaso, ¿crees que tiene otra función? El dolor nos indica que algo no está bien, si quieres que cese debes hacerle caso, si no lo haces, se expande y el remedio para curarlo será cada vez más complicado.

Hay experiencias que se graban en nosotros profundamente. Es posible que sanar algunas de nuestras heridas emocionales cueste bastante más que curar las físicas.

Si observas detenidamente qué sientes, cómo reaccionas en algunos momentos, te darás cuenta de que muchas veces nos viene a la cabeza esa sensación que tuvimos antes, aunque estés viviendo otra cosa. Es muy posible que tu mente, tu subconsciente traiga de nuevo ese recuerdo y asocie la tristeza o la preocupación con lo que estés sintiendo en ese momento. Si consigues verlo, si te sinceras contigo mismo verás cómo eso te vuelve a mostrar la herida no curada. Aprovecha esa oportunidad para dejarlo salir, deja que ese sentimiento desagradable se haga presente, no lo evites. Reconocerlo te ayudará a transmutarlo, a colocarlo en su sitio, en el pasado, donde ya no puede afectarte. En tu presente ese sentimiento ya no cabe, no lo necesitas, ya no tiene que alertarte de nada, todo está bien, despídete de él, suéltalo y libérate.

Este simple ejercicio mental te ayudará a establecer una serenidad que te aportará paz y tranquilidad. Avanza, ya has soltado carga emocional, el camino ahora es más liviano.