Ese invierno de enero de 1849 fue particularmente intenso. Cayó mucha nieve y numerosos caminos resultaron ser intransitables. En los pasillos del Colegio de Medicina de Geneve, Nueva York, se colaba un viento frío intratablemente molesto. La institución había sido fundada el 15 de septiembre de 1834 y estaba afiliada a la iglesia episcopal. Se trataba de un día especial, puesto que un grupo de alumnos, que habían culminado sus estudios médicos, recibirían su título. Pero ese momento iba a ser particularmente singular, diferente a otros eventos dedicados al mismo fin. Se trataba, ni más ni menos, que, entre los graduandos, estaba la primera mujer que recibiría el título de médico en los Estados Unidos de Norteamérica.

La mujer de hermoso rostro, de profundos y oceánicos ojos azules, estaba acompañada de algunos de sus familiares. Se los presentó al director académico —que se acercaba a saludarla— quien, inclinando su cabeza, les dijo, después de saludar al grupo, que debían sentirse muy orgullosos de su pariente, la cual venciendo grandes obstáculos que ellos debían conocer, había obtenido el mejor promedio de calificaciones de toda la promoción, y más que eso, el reconocimiento y la admiración de profesores y alumnos. Su tesis de grado dedicada a la fiebre tifoidea fue premiada y elogiada por el cuerpo médico. La familia agradeció las palabras del profesor y a indicación de este, tomaron asiento en el auditorio y al poco rato, se inició la sesión.

Cuando oyó su nombre para pasar al estrado y recibir el diploma que la acreditaba como médico para ejercer en el país, ella sintió pasar como un relámpago por su mente, los muchos episodios dolorosos que había tenido que enfrentar para llegar a ese momento. Comenzando, cuando apenas cumpliendo los veinte años, una de sus más queridas amigas presentó cáncer y muy pronto se vio en fase terminal, teniendo que ser hospitalizada. Cuando fue a visitarla, le contó cuanto hubiese deseado ser atendida por una médico mujer. Ese fue el momento en que había decidido estudiar medicina Ya había olvidado cuantas veces había sido rechazada por universidades para iniciar estudios médicos. Diez, quince o veinte veces, ya poco importaba. Su tenacidad había salido victoriosa al final.

Recordó que antes de ser admitida, había logrado trabajar como aprendiz de dos médicos sureños, amigos de sus padres. Para ese momento, era la única posibilidad que había para las mujeres de acercarse a la medicina y de tener suerte, poder ejercer sin título legal. Luego, ya admitida en el Geneva College, tuvo que aceptar al principio, la discriminación y los obstáculos que le ponían en el camino algunos de sus profesores; por ejemplo, la obligaban a sentarse separada de los varones cuando recibía clases, o bien, a veces le impedían entrar a los laboratorios. A sus oídos le llegó el chisme de que, en la comunidad y pueblos vecinos, se decía de ella que era una mala mujer por desafiar la vieja tradición de que la medicina era un oficio reservado únicamente a los hombres. Sin embargo, recordó en otro chispazo, acompañada de una sonrisa interior, cómo al pasar las semanas y los meses, sus profesores y compañeros de estudios, comenzaron a cambiar, mostrándole respecto y admiración por su altísimo desempeño.

Ahora sí, cuando estuvo al frente de los académicos, en especial el decano, el Dr. Charles Lee, dispuesta a recibir su ansiado diploma, pudo sonreír sin tapujos y mostrarse desenvuelva. Elizabeth Blackwell, de 28 años para ese momento, agradeció a sus profesores y se volvió de frente hacía el público, levantando con orgullo el título de médico, mientras sus familiares se abrazaban y más de uno de ellos lloraba de alegría.

Sus primeros años

Nació un 3 de febrero de 1821, en una casa de habitación localizada en la calle Dicksons, de la ciudad de Bristol, Gloucestershire, Inglaterra, siendo la tercera de los nueve hijos que tuvo el matrimonio de Hannah Lane y Samuel Blackwell, un acomodado negociante de azúcar, cuáquero de religión y un activista muy corajudo defensor de los derechos del hombre, particularmente antiesclavista de corazón. Creció entonces Elizabeth en un ambiente muy liberal y de lucha social, no extrañando que su hermano Henry tuviera fama como abolicionista y partidario del voto femenino, quien se casó con Lucy Stone, también reconocida por su activismo social. Igualmente, su hermana Emily Blackwell seguiría los pasos de Elizabeth y obtendría el título de médico. Además, su cuñada, Antoninette Brown Blackwell, llegaría a convertirse en la primera ministra femenina de una de las más importantes ramas protestantes de Inglaterra (Michals, D.).

Sin embargo, la tragedia se acercaba al hogar de Elizabeth Blackwell. Un incendio arrasó con la refinería de azúcar que tenía su padre quien, viendo en penumbras el futuro que tenía en Inglaterra, decidió emigrar a Estados Unidos con toda su familia, en mayo de 1834. Siendo un hombre muy emprendedor y decidido, Samuel optó por seguir en el negocio que bien conocía y así alquiló una refinería de azúcar, instalándose en Nueva York. Las viejas luchas sociales de la familia continuaron en su nuevo hogar, en tal forma que incluso acogían a los esclavos que huían para llegar a Canadá y procuraban colaborar con otros grupos que luchaban por abolir la esclavitud. (EcuRed). Elizabeth contaba con trece años y continuó sus estudios en una escuela privada estupenda, recibiendo además tutorías pagadas, que incrementaron en mucho, su ya muy amplio saber.

Pero la tragedia tocó por segunda vez la puerta de la familia Blackwell. En 1835, curiosamente un incendio arrasó con la empresa alquilada por Samuel. Pero este era un hombre que no se arredraba por la adversidad. De tal manera que buscó otro sitio para emprender un nuevo negocio. En mayo de 1838, con toda su familia llegó a Cincinnati, en Ohio, y de inmediato invirtió su capital en una empresa que prometía un buen éxito económico, pero muy lamentablemente, cuatro meses después falleció al cabo de una corta enfermedad. La familia quedó trastornada por el evento y se vio en la ruina. Elizabeth diría en su autobiografía que, después del entierro, les quedaron apenas veinte dólares. (EcuRed).

Con su sangre luchadora, la madre y sus hijas no se quedaron ancladas en el desconsuelo, sino que montaron una escuela para niñas y adolescentes. Elizabeth era una joven muy bien preparada ya que aparte del inglés, dominaba el francés y el alemán. Pero ese tipo de enseñanza no era para ella. Comienza así su búsqueda ya mencionada, de iniciar estudios de medicina, hasta que alcanza su propósito.

Sus mejores años

Ya graduada, empieza a encontrar nuevos obstáculos para ejercer su profesión, dado que le impiden trabajar en hospitales, e incluso abrir un consultorio. Decide ampliar sus conocimientos médicos y viaja a París, en donde a pesar de existir trabas para el ejercicio profesional de las mujeres, es admitida en la sala de obstetricia (La Maternité). Internamente deseaba con toda su alma dedicarse a la cirugía, pero desgraciadamente atendiendo a un niño que presentaba una conjuntivitis purulenta, un poco de ese líquido cayó en uno de sus ojos, causándole una severa infección que le hace perder la visión del glóbulo ocular izquierdo. Desde ese momento quedó truncada su aspiración de convertirse en cirujana.

Viajó luego a Londres en donde traba amistad con Florence Nightingale y conoce su afán de crear escuelas de enfermería. Trabajó privadamente un tiempo y, en 1859, logra ser la primera mujer en ser admitida en el Registro de Médicos de Gran Bretaña. Además, fiel a la tradición familiar, dio conferencias a los obreros londinenses. De regreso a Estados Unidos, junto a su hermana Emily, logra fundar una escuela de enfermería para mujeres. Luego un poco más tarde, ambas abren una clínica que se conoció como el Dispensario de Nueva York para mujeres y niños pobres, el cual, tiempo después, dio paso al Hospital para niños y mujeres indigentes, institución que se mantendría por especio de cien años. A las hermanas Blackwell, se les unió para atender a este tipo de pacientes, la Dra. Marie Zakrezwska. Cuando estalla la guerra civil en dicho país, se pone a la orden del presidente Lincoln y sus servicios, junto a su equipo de enfermería, son muy bien apreciados. Contribuye decisivamente a la creación de la Comisión Sanitaria estadounidense. Escribe libros sobre higiene, prevención de enfermedades y consejos a las mujeres para preservar su salud (Biography Scientist).

El siguiente paso que dio fue fundar una escuela de medicina para las féminas, empresa en que la acompañó la Dra. Rebeca J. Cole, la segunda mujer negra que se graduó de médico en 1868 (EcuRed). La práctica clínica privada y la labor docente asistencial siempre las compartió con una campaña moral contra la prostitución y una labor de educación sexual para la juventud.

Los últimos años

Una vez que comprobó que la institución por ella establecida estaba autónomamente funcionando bien y ya dirigida por su hermana Emily, decidió regresar a Londres, en donde pudo pasar consulta privada y servir como conferenciante de la Escuela de Londres para mujeres. Poco a poco fue retirándose del trabajo, cansada por tan largo y fatigoso trajinar entre los Estados Unidos y su natal Inglaterra. Sin embargo, tuvo tiempo para escribir y publicar una autobiografía que tituló Trabajo pionero para la apertura de la profesión médica a las mujeres (1885), la cual no tuvo éxito editorial. Ya antes había publicado La educación física de las jóvenes (1852) y El elemento humano del sexo (1884).

Su reconocimiento a escala mundial tardó algo en llegar. En 1949, la Asociación de mujeres médicas norteamericanas instauró el premio Elizabeth Blackwell para las mujeres que han demostrado un excelente servicio para la humanidad. En el 2013, la universidad de Bristol creó el Instituto Elizabeth Blackwell para investigación en salud. Su nombre está instalado en el salón nacional de la fama de la mujer.

Su muerte se produjo el 31 de mayo de 1910, a causa de un derrame cerebral, a los 89 años, una edad muy avanzada especialmente para esa época. Ocurrió el deceso en su hogar en Hastings, en el sur de Inglaterra. Después de incinerados, sus restos fueron enterrados en la parroquia de St Munn, en Kilmun Escocia. Los Estados Unidos sacó en 1974 un sello de correos para recordar a tan insigne mujer. Elizabeth Blackwell nunca se casó ni tuvo hijos, pero adoptó una pequeña huérfana de nombre Kitty que la acompañó hasta su muerte.

Notas

Biography.com. (2014). Elizabeth Blackwell Biography.
EcuRed. (2010). Elizabeth Blackwell.
Elizabeth Blackwell Health Institute for Health Research. Who was Elizabeth Blackwell?
Flores, M. (2018). Elizabeth Blackwell, la primera mujer médico de la historia. El Universal.
Michals, D. (2015). Elizabeth Blackwell. National Women's History Museum.