Hace unas semanas fui invitado por José Rodríguez, encargado del archivo audiovisual del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, para participar como jurado en la Convocatoria Carmen Bueno-Jorge Müller. Concurso de cortometrajes 50 años. Cortometrajes a ser realizados utilizando el archivo patrimonial cinematográfico depositado por muchos cineastas en el Museo. Entre los sesenta proyectos que visioné, muchos me impresionaron por su calidad. Pero hubo uno que cinematográficamente no era gran cosa. Sin embargo, captó mi atención de inmediato.

Corría el año 1985, cuando Jean Luc-Godard concedió una inédita entrevista al programa Noche de Gigantes. Después de presentarlo a la audiencia, Don Francisco le pregunta que impresiones se lleva de su reciente paso por Santiago de Chile. El director de Pierrot el loco, La Chinoise, Le petit soldat, Alphaville, Socialisme, Notre Musique, Éloge de l`amour, entre muchos otros filmes, contesta que tuvo una acalorada discusión con un policía cuando trató de detenerlo por filmar una protesta. Incómodo, Don Francisco explica que se trata de un protocolo de seguridad del gobierno. En tono jocoso, Godard dice: «Si ese protocolo hubiera existido en París, nunca hubiera existido la Novel Vogue y yo no estaría hablando con usted». Fin de la entrevista. Tres años después, en Cinéma Histoire(s), Godard hablaría del cine y el holocausto: «Todo terminó en el momento en que no se filmaron los campos de concentración». «En ese instante, el cine faltó totalmente a su deber», al no filmar los campos de concentración, «La mirada que dimite es aquella que no acude al horror, la mirada que se resigna con lo anterior o posterior y lo adyacente». Esto me trajo a la memoria el recuerdo de algo que relaté en mi libro de cine Imágenes de un Retrato Cinematográfico. Recuerdo haber leído, no hace mucho tiempo, una nota en un periódico chileno que hablaba de unos alumnos de cine de la Universidad Católica que deseaban usar algunas imágenes previas al golpe del 73. La nota continuaba relatando que la directora de la carrera había contactado a Patricio Guzmán para solicitar el uso de aquellas imágenes.

El artículo mencionaba que habían logrado un acuerdo con Guzmán. El conflicto surgió cuando Guzmán se enteró que los alumnos habían mostrado la película fuera del recinto universitario; creo que en un festival de cine en Santiago.

Esta actitud de los alumnos provocó la reacción de Guzmán, que se quejó, afirmando que el solo había autorizado el uso de aquellas históricas imágenes en muestras realizadas al amparo de los estudios que estos muchachos realizan. Hoy cuando en pocos días más en el Museo de la Memoria se exhiban los filmes realizados con las imágenes de los filmes allí depositados por cineastas que si creen que su país tiene memoria, imagino a Carmen Bueno y a Jorge Müller, camarógrafo de esas imágenes, revolcándose en su tumba al saber que los filmes de ese director, no están a disposición del Museo de la Memoria, para ser usadas por futuros nuevos jóvenes cineastas que buscan interpretar el presente mirando el pasado. Creo que fue ese mismo famoso director de cine chileno quien acuñó la frase que «un país sin documentales es un país sin memoria». Como diría nuestro querido y recordado Condorito, exijo una explicación. ¡Y Plop!

Como también escribí en mi libro, y en el relato cinematográfico titulado Rebelión ahora, uno de mis artículos para la revista Meer, de Montenegro. La solidaridad de grandes cineastas con las diversas realidades de países del tercer mundo es y ha sido muy bien recibida por estos últimos. Tuve la suerte de conocer en Mozambique el rol que jugó Godard y Jean Rouch en ese país que recién nacía en 1975 después de conquistar su independencia de Portugal.
A los pocos años de la independencia llegó Jean-Luc Godard, quien realizó algunos trabajos con el Instituto de Cine y colaboró en los primeros pasos de la futura televisión. Mientras que el gran documentalista, Jean Rouch, logró filmar algunos cortos con los jóvenes cineastas locales que comenzaban a formarse.

Durante mis años en Mozambique también pude gozar de la amistad de dos grandes de nuestro cine, Fernando Birri a quien pude invitar a mi casa y mostrarle mis dos filmes

Rebelión Ahora, filmado en 1983, y Así golpea la represión, filmado en 1982, ambos realizados clandestinamente en Chile, este último, en codirección con el gran cineasta alemán Peter Nestler.

El otro gran cineasta con quien compartí varios días en Maputo fue Santiago Álvarez, director cubano de destacada filmografía realizada en diversos países en conflicto como Angola, Mozambique, Vietnam, Chile, Laos, Argelia, Etiopia, entre muchos otros. Un verdadero internacionalista con las nuevas cinematografías.

En mi viaje a Mozambique en 2018 tuve la suerte de compartir una semana con el director de cine francés Philippe Costantini. Quien colaboró también con Jean Rouch. Después que le comenté que viviendo en Mozambique yo había sufrido dos veces de malaria. Philippe tuvo la deferencia de facilitarme la red mosquetera que colgaba del techo de su cuarto de dormir en el centro cultural franco-mozambiqueño donde estábamos alojados. Philippe Costantini es un director de cine y de fotografía francés de documentales y ficción. Fiel a las enseñanzas de Jean Rouch, practica un cine de inmersión en el que la cámara no se contenta con registrar una situación, sino que se convierte en partícipe de ella. Práctica que ha sido mi forma permanente de enfocar la realización de mis trabajos cinematográficos. Mientras paseábamos por la Costa do Sol en Maputo y disfrutando de múltiples cafés pude conocer de primera mano sobre Jean Rouch, quien es considerado un pionero de la Nouvelle Vague, de la antropología visual, y padre de la etnoficción. Sus películas son en su mayoría cinéma vérité, un término que surge a partir de los noticieros Kino-Pravda de Dziga Vertov. Juntos filmaron gran número de películas en África y entregaron su vital experiencia al incipiente nuevo cine mozambiqueño post periodo colonial. Durante ese viaje a Maputo pude constatar en el recién inaugurado Museo do Cinema, el aprecio e importancia que le asignan a la presencia de connotados cineastas extranjeros y nacionales que han aportado en esta área.

En un largo corredor del segundo piso del Instituto Nacional del Audiovisual y Cine están los rostros de una infinidad de estos cineastas. Naturalmente están los ya nombrados, a los que se suman el padre del cine mozambiqueño Rui Guerra, mi amigo Labi Mendonça, mi socio Haroon Patel, Sol de Carvalho y quien escribe esta nota, entre muchos otros.

Lo sucedido en Mozambique, me hizo recordar el impacto mundial que también generó la elección de Allende, en intelectuales, artistas y ni hablar en políticos del llamado primer mundo. Jorins Ivens, seducido por el país, antes del periodo de Allende, realizó el bello film titulado A Valparaíso. También nos visitó Costa Gavras, director de cine francés/griego, para filmar Estado de sitio, film sobre el apoyo de EEUU a los golpes de estado en Uruguay y Latinoamérica. Roberto Rossellini, quizás el más ilustre de las visitas, realizó una muy bella entrevista a Salvador Allende. Durante sus días en Chile, tuvo la oportunidad de leer una noticia que le impactó sobremanera.

Posteriormente al golpe y pensando en realizar un film homenaje a Allende escribió un guion inspirado en aquella nota periodística. La noticia hablaba de una gran ballena herida por un arponazo, que agonizaba varada en la playa de un pueblito de pescadores llamado El Totoralillo. La muerte de Rossellini en 1977 impidió que pudiera concretar la idea. El film pretendía transformar ese acontecimiento en una metáfora del golpe de estado de 1973. Más tarde el director italiano Claudio Bondi, rescató la idea y realizó un docuficción titulado La Ballena de Rossellini. Volviendo al tema de Godard en Mozambique, mi amigo cineasta Sol de Carvalho, tuvo la oportunidad de entrevistar a Godard, esa entrevista en su totalidad fue publicada por la revista cultural Off the Record. Aquí un detalle de ese momento.

JLGodard: Es decir, a mí también me eliminaron del cine, pero cuando entré en el cine era como si él fuera portugués y yo mozambiqueño y ni siquiera sabía lo que era Mozambique. Así que fueron los portugueses los que me hicieron descubrir que era mozambiqueño. Todo lo que quería hacer a veces no era justo, pero a veces también lo era, pero no me decían que no. Y todo el tiempo decir que no es demasiado. En ese momento descubrimos que éramos mozambiqueños y, como el país estaba totalmente ligado a los portugueses, buscamos a ver si no había otros mozambiqueños en la misma situación. A veces te ves obligado a abandonar el país para volver después. Mi país son ideas e imágenes, tengo pasaporte, pero no tengo derechos muy precisos y un mozambiqueño es tan hermano mío como un ruso porque hay algo por encima de las fronteras. Y en el cine me encontraba en la misma situación que un mozambiqueño en relación con los portugueses. Así que lo que quería era conquistar, tener un poco de independencia propia y no la independencia que me daban los portugueses en el cine diciendo: «esto es cine y no otra cosa». Puede que fuera cierto, pero tenían que dejarme descubrirlo. Y si me dejaban descubrirlo, me daba cuenta de que el 99% era falso. Que gran lección de solidaridad, de humanidad, con quienes recién comienzan el camino. Es necesario que artistas y gente de la cultura, en general, asuman la responsabilidad de ser vigilantes y críticos, de nuestro comportamiento. Debemos pasar por encima de nuestros mezquinos intereses individuales. Medir con la misma vara los acontecimientos, como fórmula de encontrar un punto de equilibrio entre las diversas verdades que nos dominan. Debemos tener la valentía de ser consecuentes con nuestro discurso. Hay que vivir en carne propia la hermosa experiencia de los acontecimientos que van surgiendo en el día a día de esta actividad cultural.

Cuando la cultura y el arte se involucran en la política, cuando los poetas, los cineastas, los pintores, escritores, actores, dejan de conformarse con el simple hecho de recitar, pintar, hacer películas, y quieren que su creación tenga impacto en la realidad, deben dar ese paso y entrar a la acción política. Esto les traerá confrontación con enemigos, y se enfrentarán a las convenciones sociales, a los prejuicios morales, a las verdades establecidas, a los juicios políticos. El arte es un motor inspirador de todos estos elementos porque en ella puede colarse esa luz de esperanza que es la de mostrar que el mundo tal como lo conocemos, en el que vivimos, es insuficiente, que está lleno de carencias. El artista tiene la posibilidad de jugar un rol destacado en la construcción de mundos más dignos de ser vividos, más emocionantes. Los artistas deben pasar a la acción política de pensar en colectivo.

No puedo terminar sin mencionar lo que me enseñó Francisco Coloane durante uno de nuestros múltiples, Tea Time, en su departamento del parque forestal y que llevo siempre en mi billetera.

Lo que oigo lo olvido
lo que veo lo recuerdo
lo que hago lo sé.