Cada semana, busco la manera de ver partidos de mi equipo: Independiente Santa Fe. Dado que vivo en México, no puedo ir a verlo en El Campín, en Bogotá; mis posibilidades se reducen a las transmisiones internacionales que varias páginas filtran en la red. A veces estoy aislado, en un rincón de la universidad donde trabajo, con mis audífonos; otras veces estoy en mi habitación fijo ante la pantalla, gritándole a un jugador a miles de kilómetros. Una actitud normal, dirían los fanáticos. Ocurre que no solo sigo a la distancia el fútbol: las noticias y el día a día político de mi país también me roban minutos.

He buscado formas de mantenerme conectado con mis raíces desde que migré. Sigo con atención los eventos políticos de Colombia, como la demora por parte de la Corte Suprema de Justicia para elegir a la nueva fiscal general de la nación ―porque las tres candidatas son mujeres―, y me preocupa que la fiscal encargada tenga nexos con el narcotráfico como lo han revelado varias investigaciones. Voté por Gustavo Petro, me interesa seguir su desempeño en el gobierno: celebro lo que considero aciertos y sufro con los escándalos que involucran a su gabinete. Aquí debo hacer una aclaración: como periodista y conocedor de los medios colombianos, sé que algunos sucesos son escándalos inventados por periodistas con una postura política de oposición, a lo Fox News; otros casos sí tienen fundamento para amargarme la dona del día.

Desde la adolescencia, me interesé mucho en la política, con el fútbol ocurrió en la niñez. Hoy reconozco lo perjudicial que puede llegar a ser brindarle tanta atención a estos temas. En el caso político, lo considero necesario, aunque candidatos afines puedan desilusionarnos tanto como una derrota inesperada de local. En lo referente al fútbol, ejercito fecha a fecha la esperanza y la terquedad, por no endulzarlo como amor incondicional. Es así: la distancia física no se traduce siempre en distancia emocional. No tengo estudios para afirmarlo, pero sí indicios: la participación de los votantes en el extranjero y el deseo de la plataforma VIX de transmitir el fútbol colombiano.

De lo que sí tengo cifras es de lo siguiente: en 2022, 547.000 compatriotas míos se fueron de Colombia, según los datos del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (CERAC), cifra récord; muchos en busca de oportunidades laborales y movilidad social. Les Luthiers resume en su canción Añoralgias ese deseo de distancia con el pueblo que nos vio nacer y se esfuerza en no dejarse querer:

Tierra que hasta ayer mi niñez cobijabas
Siempre te recuerdo con el corazón
Aunque aquel arroyito dulzón
Hoy sea un hirviente torrente de lava
Que por suerte a veces se apaga
Cuando llega el tiempo de la inundación.

El 2023, hubo otro récord: Colombia tuvo casi seis millones de visitantes no residentes. El turismo creció más de un 24% en comparación con el 2022 y un casi un 30% con el 2019. Vamos, pero en nuestro pueblo no nos quedamos. Salvo en Medellín y el Valle de Aburrá, donde están experimentando la gentrificación: los nómadas digitales llegaron para encarecer los arriendos, las viviendas y el costo de vida. ¿Irán ellos al Atanasio a ver al Medellín o al Nacional? Dinero e inversión, dirán otros.

Y si a mi pueblito volver yo pudiera
A mi viejo pueblo al que no he regresado
Si pudiera volver al poblado
Que siempre me llama, que siempre me espera
Si a mi pueblo volver yo pudiera
No lo haría ni mamado.

Prefiero abocar mi atención a campos más prometedores para pensar en mis raíces: veo a los escarabajos colombianos triunfando en alguna carretera europea, busco la novedad editorial de alguna pluma nacional o alguna muestra del talento nacional que pueda ver de cerca. Por ejemplo, la artista plástica Beatriz González (Bucaramanga, 1932) está en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo de la UNAM (MUAC) con la exposición Guerra y paz: una poética del gesto. Claro, el conflicto armado colombiano estará ahí. Defiendo la autonomía de cada artista de crear lo que quiera: debemos crear por necesidad propia, no por complacencia ajena. De ahí que yo escribiera un libro de cuentos, de literatura negra, sobre deporte, espionaje.

Hablamos de lo que nos importa, leemos de lo que nos importa. El problema es que a veces nos importa mucho y puede doler el doble; y la distancia le suma una gota de impotencia. Por eso, la demora de la Corte Suprema con la elección de la fiscal me enerva, igual que la derrota en el último minuto, por 1 a 0 y con un penal bobísimo, de Santa Fe en Pereira. Si estuviese en Colombia, mi posibilidad de actuar no aumentaría tanto, pero podría dolerme con los míos. Y eso cuenta.