Si algo define a la pintura de Ishida son, sin duda, sus representaciones impactantes a la par que estremecedoras de la sociedad posfordista. El individuo reflejado en estas obras pictóricas ha dejado ser un humano para ser un híbrido perfecto con la máquina. La cosificación o reificación de Lukács en su máximo esplendor o, también, la obsolescencia programada. Voy más allá con el subtexto de la obra utilizando términos más coloquiales: «seguro que, si tú dejas de funcionar, te puedo reemplazar por otro más joven, más preparado y que me dé más rendimiento». Yo hice lo mismo con mi televisión hace poco.

Este «no ser humano», carente de personalidad, de voz propia, es otro residuo de la masa social, another brick in the wall en términos de Pink Floyd. Ishida, como buen hijo de su tiempo, vivió una grave crisis en el país nipón. Vio con sus propios ojos como compañeros y semejantes no alcanzaban el gran sueño capitalista: prosperar, la opulencia, el hacerse rico, el vivir bien. Nada más lejos de la realidad, a su generación le tocó la otra cara del sistema: la precariedad, la falta de oportunidades, la explotación, los suicidios, el karoshi… Estas nociones las podemos contemplar gráficamente en sus obras Recuerdos del pasado o Salario del miedo.

Cabe preguntarse cómo cimenta el pintor japonés estos rasgos de la contemporaneidad. Se puede afirmar con rotundidad que representa gráficamente elementos ya señalados por autores de distintas disciplinas como la política, la literatura, la filosofía, la pintura, la economía. Me vienen nombres como: Karl Marx, Antonio Gramsci, Albert Camus, George Orwell, Aldous Huxley, Erich Fromm, Jean Paul Sartre, Herbert Marcuse, Franz Kafka, George Grosz, Yoshitomo Nara, Ridley Scott, Fritz Lang, aunque haya muchísimos más. En definitiva, las contradicciones y valores de la edad contemporánea heredados del siglo XIX.

Algunos dicen, incluyendo a mis alumnos y a mí mismo, que este artista es demasiado exagerado en la representación de la sociedad actual. Puede, no obstante, ¿quién no se ha sentido con el piloto automático encendido en alguna semana de máximo estrés?, ¿quién no ha experimentado esa sensación de vivir en una transacción constante? Vean las obras Supermarket o Collection y me cuentan.

Tras analizar el conjunto de esta obra, parece muy delgada la línea que deja la sociedad de consumo al ser humano para cuestionarse si es un ciudadano o un consumidor. Esto señala Zygmunt Bauman en obras como Modernidad Líquida o Neil Postman en Divertirse hasta morir, donde señala que estamos más preocupados por el cachondeo que por participar activamente en la vida pública. No dice cachondeo, pero ya me entienden. Igual ante semejante escenario de alienación, cosificación, explotación laboral y manipulación elegimos las pequeñas dosis hedonistas preseleccionadas a nuestro alcance: Just Eat, Netflix, Youtube, Internet, Amazon, las raciones baratitas de al lado de casa…

Ante estas premisas, a uno le viene la eterna dicotomía entre pasado y presente. Que si nuestra generación es de cristal, que si somos unos indolentes, unos flojos… La de nuestros padres lo tuvo difícil: vivienda asequible, salarios que permitían vivir holgadamente, comprarse un segundo hogar en algunos casos, no tener que compartir inmueble… Ishida se percató de estos procesos en su nación y anunció en su obra un fenómeno peculiar de la sociedad japonesa: el hikikomori. Ciudadanos que libremente deciden privarse de cualquier estímulo externo, cualquier relación social, cualquier contacto humano… Bien es cierto, que este proceso aún no se produce a los niveles de Asia en España, pero cada vez es más habitual, teletrabajo mediante, que la gente decida por su cuenta no tener interacción alguna con sus semejantes. Vivir de «pedir comida», cual Xokas exaltado y enajenado ante cualquier acontecimiento. Desolador, se mire como se mire.

En fin, sea como fuere, Ishida te sitúa en un espejo incómodo como Black Mirror. Con seguridad no te sentirás inmerso en esa vorágine tan mecanizada y cruenta, pero es probable que algún retazo de ella te resulte familiar. Como si algún amigo te lo hubiese contado, como si ese amigo fueses tú mismo, como si el capitalismo no fuese contigo…