Para empezar como debe de ser, hay que decir la verdad: esta pasión torrencial no inició como un amor a primera vista, más bien fue un proceso complejo con fuertes descargas de emoción y reacciones oscilantes que pasó por una larga etapa de observación, cálculo y valoración. Sé que hay personas que caen en un arrobamiento que surge con apenas treinta segundos de convivencia, siento decir que ese no fue mi caso. También conozco gente que les tiene miedo, que se santigua al verlos y que piensa que son mensajeros del mal augurio. Ese, por fortuna, tampoco fue mi caso. Entre los gatos y yo siempre hubo una barrera precautoria que yo me encargué de construir y de fortalecer a lo largo de los años.

Los límites no se debían a cuestiones esotéricas, eran cuestiones más prácticas. Me molestaba que dejaran pelo por todos lados, que fueran tal altivos y volubles. Me parecían animales flojos que pasan todo el día durmiendo plácidamente. Pero lo que más me irritaba era esa sensación de estar frente a un ser que me hacía el honor de favorecerme con su presencia.

No lo entendía, la dinámica de los gatos es muy diferente a la de las otras mascotas. No es lo mismo que tener un canario, una tortuga o un pez. Ni hablar de compararlos con los perros, que quieren agradar al amo al que le demuestran cariño y fidelidad con independencia de las circunstancias. Un gato es selectivo, no se da con cualquiera, ni es fácil enamorarlos. Se parecen a los escritores que somos solitarios e individualistas.

El simbolismo del gato es muy heterogéneo, va desde la divinidad benéfica hasta la deidad perversa. Hay leyendas terribles y amores tempestuosos para estos felinos de actitud socarrona. En Japón se le cree capaz de matar a una mujer bella y sin carácter para revestirse de su forma y dotarla de dignidad y un acento de volubilidad. Los budistas le reprochan ser el único animal junto con la serpiente que no se entristeció con la muerte de Buda, aunque por esta misma razón se le relaciona con un estado de sabiduría superior.

El enigma que rodea a los gatos se debe a esa simbología extrema entre el bien y el mal que ellos hacen una. En la India representan la beatitud del mundo animal y al mismo tiempo la montura del mal. Lo antagónico se une en el gato: es un benefactor que propicia las cosas buenas y a la vez es seducción que incita al mal. En el Egipto antiguo se le veneraba mientras en Vietnam es signo de corrupción. Para los celtas es una alegoría de la desconfianza y para la tradición musulmana es un emblema favorable.

Cuenta la leyenda que las ratas incomodaban a los viajeros del Arca de Noé porque eran animales voraces y egoístas que comían más de lo que les correspondía, ensuciaban, eran ruidosos, ventajosos y desordenados. Sin embargo, ninguno de los pasajeros se atrevía a decir nada por no hacer enojar a Noé quien los había invitado al viaje. El gato fue el único animal valiente que de un zarpazo mató al macho y dejó a una viuda cargada de ratitas, generándose así una enemistad milenaria. Cuando el patriarca se dio cuenta, quiso reprender al gato y tirarlo por la borda, pero el león, a quien el patriarca respetaba, lo protegió y lo acogió en la familia de los felinos.

También se cree que los muertos para subir al cielo toman un puente bajo el cual se encuentra la cima del infierno. El guardián que está apostado en las puertas del cielo está armado con un escudo y una lanza pero es muy inocente, se deja llevar por las apariencias. Para evitar engaños, lo acompaña un gato que le sirve para identificar a las caras hipócritas que esconden almas culpables. A una seña del animal, el cuidador del cielo arroja al pecador a las profundidades del Infierno. Por eso, en vida, más vale tratar bien a los gatos.

La tradición oral ha sucumbido a la seducción del gato. El gato con botas: este cuento popular europeo al que Charles Perrault le dio la forma escrita y del que Gustav Doré hizo un grabado, nos narra las andanzas de un gato ingenioso y parlanchín, que consigue aquello que se propone, enfundado en unas botas que le dan presencia y elegancia. Es el más astuto de entre los gatos, el más embaucador, mentirosillo y cuenta con múltiples recursos.

Los gatos negros atraparon la atención de pintores como Henri Matisse que los retrataba atisbando por las ventanas o Tolousse Lautrec que los hizo tema o Joan Miró que los reinterpretó y los dibujó de mil maneras.

La Literatura también ha sido atrapada por los gatos, en la narrativa tienen un lugar especial. Uno de los personajes más emblemáticos es el Gato de Cheshire del Cuento de Alicia en el País de las Maravillas. Louis Carrol apenas lo menciona en un par de ocasiones, sin embargo, es gracias a la producción de Walt Disney que el personaje saltó a la fama. La sonrisa que aparece anticipando la presencia del animal contrasta con la del Gato negro de Edgar Allan Poe.

En el cuento de Poe, el protagonista es una víctima de alcoholismo y la demencia, y el gato es un símbolo de amistad y cariño que, a pesar del maltrato y la tortura, es fiel a su amo y sigue a su lado. El hombre martiriza y mata a su inocente mascota y la imagen del gato muerto le atormentará y precipitará a una serie de actos que irán de mal en peor.

Haruki Murakami nos cuenta en su novela Kafka en la orilla como Nakata, un personaje de lo más inusitado puede comunicarse con los gatos. Mientras él tiene un camino hacia la mayor de las locuras, Kafka Tamura, un quinceañero que ha huido de casa, se refugia en una biblioteca. Los gatos hablan como los humanos y son víctimas de los peores excesos por parte del logo de Johnny Walker.

La poseía también se ha valido de los gatos: Charles Baudelarie dedica versos a la profundidad de sus ojos, a la elasticidad de su lomo y a la electricidad que emana de esos cuerpos peludos que por un enigma misterioso traen placer y calma a sus dueños.

Pasaron muchos gatos literarios en mi vida antes de que llegara Bú a mi casa. No hay como un par de ojos esmeralda y pupila a raya para tirar todas las barreras construidas. Una gatita negra como el carbón con un par de ventanas en forma de canicas bastó para demostrarme que la fidelidad gatuna existe. Mi hija mayor la trajo a casa y desde ese momento Bú anda con ella por toda la casa y la acompañó en todo momento. El mito de la soberbia de los gatos se derrumbó cuando vi los esfuerzos de la gatita para ganarse el corazón de mi otra hija y vaya si lo logró. ¿Cómo no? Si le ronroneaba al oído, le hacía panzas y le sonreía al verla. Sí, los gatos sonríen.

Bú nos enseñó un nuevo lenguaje. Si un gato eleva la cola, se pondrá a inspeccionar. Si agacha las orejas, algo le pareció mal; si las pone en forma horizontal, es que la cosa se puso peor. Si se frota con tu pierna es que le caes bien, si se rinde y te muestra el vientre es que te tiene confianza. La muerte entró a mi casa reclamando su presencia en el cielo. A cada uno Bú nos dejó un legado. El mío fue aprender que los gatos son seres extraordinarios capaces de dar amor sin límite, capaces de despertar los mejores sentimientos en el ser humano.

Lo cierto es que ahora sí tengo fuertes sospechas de que se me aflojó un tornillo de la cabeza. Hasta mis hijas me miran de soslayo y elevan los hombros. No puedo explicar cómo sucedieron las cosas pero ahora en lugar de tener una gatita en casa tengo dos. Gis, la gata gris, llegó a la casa enganchada de Chai, una hermosa criatura moteada con todos los tonos de la miel y ojos que son una mezcla del ágata y el metal.

Chai es curiosa, dulce y de buenas formas; además, es abusada. Gis es tierra indómita que reclama ser conquistada. Chai es toda una canciller que trajo consigo el salvoconducto de las risas y Gis, el misterio felino. Si Heminway pudo convivir con sesenta gatos y Mosivaís con otros tantos, por algo sería, ¿o no? En el fondo del corazón brota una risa que derriba cualquier barrera precautoria. No. No fue pasión a primera vista, fue amor de largo aliento.