Yo mismo todavía me sigo sorprendiendo cuando digo que soy joyero. Si de pequeño me preguntaban qué me gustaría ser de mayor, siempre respondía que quería ser dibujante. El placer de dibujar me permitía escapar de los estudios y del pequeño mundo que era Calatayud, una ciudad agrícola y comercial, ni grande ni pequeña, a 85 Km de Zaragoza y mi residencia hasta los 19 años.

Desde que pude sostener un lápiz nunca he dejado de dibujar, creo que el dibujo es la base de todas las artes visuales y, en mi caso, siempre ha sido una herramienta para pensar, para plasmar los sueños, para comunicarme y también para obtener una satisfacción inmediata, casi sensual. Esta vocación me llevó a Valencia en 1980, donde habito desde entonces, para estudiar en la Facultad de Bellas Artes de San Carlos. Pensaba que allí podría cumplir mis aspiraciones a ser ilustrador y dibujante de historietas.

Pero los caminos que nos llevan del deseo a la realidad, a menudo dan giros que ni siquiera percibimos en el momento. Cuando pude elegir especialidad en el tercer curso de carrera, decidí pasarme a la escultura y entonces descubrí algo que parece evidente: a través del volumen podía disponer de tres dimensiones, todo aquello que había imaginado sobre un papel podía ahora desplegarse mágicamente en el espacio. La escultura prometía también un mundo infinito de arcillas, maderas, piedras, metales, plásticos, textiles u objetos encontrados. Estos me revelaron que mi verdadera vocación estaba en la experimentación (prueba y error), en la búsqueda de soluciones y, definitivamente, en el diálogo con los materiales en busca de su espíritu particular y único.

Antes de terminar la licenciatura ya me había introducido en la talla de pequeños objetos de madera, en un principio, como mero entretenimiento. En 1985, ya con el título de Bellas Artes bajo el brazo, seguí en esta línea sin saber muy bien a dónde me llevaría. Poco después y por caprichos de la fortuna, conocí a algunos joyeros de Barcelona a quienes no parecía importarles la joyería tanto por el valor de sus materiales como por el valor de lo que expresa. Algunos de ellos, como Carles Codina o Ramon Puig Cuyàs, a quienes siempre agradeceré su influencia, ahora son autores reconocidos mundialmente. A partir de ese momento entendí que mis pequeños objetos de madera también podían ser joyas, lo que abrió ante mí todo un universo a explorar.

Se piensa que durante la prehistoria, los homo sapiens utilizaron materiales muy variados para confeccionar joyas y, aunque no ha quedado constancia de muchos de ellos, nos podemos hacer una idea a partir de la joyería étnica: conchas, piedras, plumas, semillas, huesos, dientes, pezuñas, flores, maderas, y un largo etcétera. Posteriormente, con el descubrimiento de los metales y más concretamente del oro y la plata, quedaron en un tercer plano los anteriores, a excepción de las piedras. Este hecho, si bien supuso un gigantesco avance en el campo de la tecnología, vino a establecer jerarquías artificiales entre los materiales y a empobrecer radicalmente el surtido utilizable por los joyeros. Hasta bien entrado el siglo XX no se empezaron a abandonar estos prejuicios. Tuvieron que llegar joyeros imbuidos por el espíritu de las vanguardias artísticas y del diseño, para centrar la atención en los valores originales de la joyería, que más allá de la mera ostentación, tienen que ver con la comunicación. Especialmente desde los años 60, se han ido incorporando a la joyería toda clase de materiales, algunos muy primitivos como los ya mencionados, otros nuevos como el acero, el titanio, los acrílicos, las piedras sintéticas o el caucho.

Con el tiempo he aprendido a trabajar con materiales muy diversos, y aunque la madera sigue siendo mi preferida, también he disfrutado con los tradicionales y su acervo inagotable de técnicas. Durante más de diez años estuve realizando colecciones en plata, lo que me introdujo en el mundo del diseño y la producción. Esta fue una experiencia nada despreciable que me permitió adquirir un punto de vista diferente sobre el concepto de joyería.

En mis inicios pensaba que la joyería solo era una forma de adorno transportable. Con el tiempo he comprendido que la joyería es mucho más: por un lado, como toda forma de arte, parece superflua para la supervivencia; por otro, es una necesidad social y casi espiritual, ya que los seres humanos vivimos en comunidad y los objetos que llevamos sobre nuestro cuerpo nos integran y al mismo tiempo nos diferencian. La joyería establece un vínculo muy especial entre el creador, el objeto y el portador, y además interviene en la relación del portador con su entorno social. En algún momento, estas reflexiones me llevaron a concluir que para hacer joyas no había que respetar las jerarquías entre los materiales, que lo importante era el mensaje y para ello, cuanto más amplio fuese el “alfabeto”, mejor.

Creo que cada material tiene una voz y que el artesano, el diseñador o el artista deben encontrar la manera de hacerla audible. Sensaciones primarias como la frialdad de los metales, la calidez de la madera o la consistencia de la piedra, interaccionan con texturas, colores y formas para ajustarse a la frecuencia de nuestras emociones. Aunque compartamos bases biológicas y culturales, cada persona siente algo distinto ante un objeto, y esa es una idea que alienta toda mi producción.

El último desvío afortunado en este discurrir se presentó hace catorce años, cuando tuve la oportunidad de poner en marcha la Especialidad de Joyería Artística en la Escola d’Art i Superior de Disseny de València (entonces Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos). Traté desde el primer momento de darle a la enseñanza un enfoque basado en los conceptos que había adquirido a cerca de la joyería como forma de arte y en la asunción de los lenguajes del arte contemporáneo, sin perder de vista una tradición joyera milenaria que no se debe despreciar. Parecerá un tópico, pero realmente he aprendido más de lo que he enseñado. Gracias a la docencia he disfrutado formando a personas con un enorme potencial a desarrollar; he conocido a grandes artistas, a través de su obra e incluso personalmente, y además he podido seguir desarrollando mis conceptos y prácticas en esta disciplina de forma totalmente libre. En paralelo a la actividad docente, pero muy en relación con esta, he realizado la supervisión técnica de unas cuantas traducciones al castellano de manuales de joyería y, recientemente, he publicado Éclat. Maestros de la joyería contemporánea, un libro en el que se reúnen muchos de mis autores preferidos.

En cuanto a la línea de trabajo que sigo actualmente como joyero, llevo algún tiempo interesándome por un material que conocí a través de mi afición a los instrumentos de percusión: la piel cruda. Es el material con que se hacen los parches de todo tipo de tambores, panderetas y panderos típicos de la música tradicional, pero también es el que se ha utilizado históricamente en la elaboración de pergaminos para escritura o tulipas de lámparas. Intuí que sus propiedades técnicas y expresivas podían aportar algo nuevo al mundo de la joyería y desde entonces no ha dejado de sorprenderme. A la vista de unas posibilidades que parecen no tener fin, experimentar con la piel en combinación con maderas, metales u otros materiales, es la motivación principal de mis últimas creaciones y supongo que de las futuras. Aunque… pensándolo bien, nunca se sabe.