La arquitectura nació para crear un ambiente interior que nos protegiera de un entorno exterior a menudo hostil. Dentro y fuera, calor y frío, como temas básicos para el confort humano. Pero esos dos mundos necesitaban algo que los integrara, los relacionara. Aparecieron las puertas y las ventanas, el hueco en el macizo, y con un poco más de elaboración, la maravillosa complejidad de los filtros interior-exterior, porches, patios y terrazas. Todo ello desde la materialidad que la arquitectura conlleva, en su concepción más clásica.

Cuando aparecieron los arquitectos, aquellos “albañiles que sabían latín”, conceptualizaron y dieron una nueva dimensión a estas relaciones. Le Corbusier planteó una nueva arquitectura con su fenêtre longueur, un cambio de era desde aquella en la que el muro de fachada era sustentante hasta una nueva con este como soporte plástico desligado de su función portante. Esta visión ha primado a lo largo de todo el siglo XX, llegando, incluso hoy, anacrónicamente, a ser dogma de fe en muchas escuelas de arquitectura.

Pero desde entonces, otras visiones empezaron a abrir campos diferentes, basados en la manera de cómo se trabajaba esta apertura del mundo privado al público o natural. Adalberto Libera en Capri jugueteó de manera casi naif con las ventanas enmarcando pictóricamente las imágenes del exterior generando una singular galería expositiva de cuadros que no eran sino el entorno cercano .

Si Libera captaba el exterior dentro, S. Lewerentz devuelve el exterior fuera. Con un sencillo vidrio colocado sobre un agujero en el muro, la realidad circundante es devuelta a él, a modo de delgadas pantallas atrapadas que dialogan de una manera nueva sobre la posición del edificio en un lugar.

P. Zumthor, en su propia casa de Haldenstein, actúa de modo parecido, pero ahora su estrategia consiste en mostrar un interior fuera, también como imagen deslizante sobre el muro. Un preciso detalle constructivo realizado mediante sombras y tangencias crea una muestra de cuadros de funciones interiores de la vivienda como exposición artística de una vida interior mostrada.

En los límites de este progresivo proceso de desmaterialización del hueco, trabaja J. Turrell en el museo de SANAA en Kanazawa. Allí aligera –hace desaparecer- el peso de un forjado de cubierta perforando (más bien, recortando) en una hoja de papel, un óculo plano de arista cero donde el cielo, las nubes, el sol, discurren cíclicamente a modo de salvapantallas de un monitor digital.

Estas investigaciones más cercanas en el tiempo me recuerdan los comentarios de Lev Manovich sobre el entorno gráfico de Windows, en su artículo “La Vanguardia como Software”. De manera evidente, muestra como este entorno no deja de ser un anticuado sistema de representación. ¿Acaso las ventanas desplegables no son más que un tradicional sistema de colocación de post-it en pantalla? ¿Es este el modo más “avanzado” de representación que tenemos para nuestra era?

Si la informática está en ese punto, imaginemos por dónde anda nuestra venerable arquitectura. Aún hoy en día seguimos poniendo post-its (perdón, ventanas…) sobre los muros de nuestros edificios para definir la relación entre el espacio interior y el exterior, aún atados a una manera de pensar paleotécnica, cuando la realidad, tanto dentro como fuera, es hoy ya muy distinta.

De aquellos antiguos albañiles que sabían latín hemos pasado a los “nativos digitales” que saben programar. Y que no son solo arquitectos, el usuario también cuenta. Eso debería reflejarse en nuestra arquitectura. Si Manovich pide una nueva manera de representar e interaccionar con los dispositivos digitales más acorde con nuestra época, nosotros, para la arquitectura, deberíamos hacer lo mismo. ¿Por qué no pensar y desarrollar un nuevo modo, actual, de relacionar el dentro y el fuera, el cerca y el lejos, que asuma lo real y lo virtual del mundo mediante la aplicación de las nuevas tecnologías digitales al proceso y construcción del proyecto arquitectónico?

Si nuestros espacios están mediados de información, si nuestro entorno físico construido puede ser un conjunto envolvente de pantallas digitales, paredes, suelos y techos, objetos e incluso la ropa, entendidos como elementos interactivos… ¿Cómo cambia, material y mentalmente, nuestro modo de habitar cuando por nuestros dispositivos discurre toda la información en tiempo real? Estas pequeñas ventanas digitales que nos acompañan han cambiado la manera de entender la realidad.

J.Echeverría nos lanza una serie de ideas muy gráficas que sirven para ilustrar claramente el enfoque del tema. Para él, una página web es una casa. Los buscadores de internet se llaman portales, y la pantalla de nuestros dispositivos son las ventanas de las mismas. Windows se llama así por algo, y en el salón de esta nueva casa digital, la “telecasa”, siempre hay un menú.

Lo tenemos delante de nuestros ojos. Solo hay que estar atentos y asumirlo, para poder entenderlo y aplicarlo. Un visionario fue P. Valéry, que, mientras el Corbu andaba rasgando fachadas, nos avisó de la aparición de una Realidad Sensible. A finales de los 80, M. Weiser propuso crear una naturaleza mediada, mediante dispositivos invisibles y naturales al hombre, como plasmación del ciberespacio de W.Gibson. Hoy conocemos aquellas tercas puertas parlantes de Ph.K.Dick en Ubik, hemos visto la “Digital Wall” de Total Recall, es posible la electrónica ubicua derivada del grafeno que permite hacer papel electrónico para recubrir nuestras paredes, como T. Palacios, desde el MIT nos recuerda, nos hemos emocionado en la vivienda de Black Mirror, de Ch. Brooker, y queremos componer música con la Reactable de los investigadores de la Pompeu Fabra, como ya hace Björk.

No podemos escondernos. Somos protagonistas de la aparición de una nueva época arquitectónica correspondiente al paradigma de la era digital, que redefine los límites de la disciplina. Límites físicos y virtuales, tanto constructivos, como sociales, éticos y filosóficos. Nuestros edificios ya no pueden ser entendidos como anacrónicas máquinas de habitar fijas en un lugar concreto, sino como una especie de cyborg informacional que interactúa con nosotros como una entidad propia, inteligente y proactiva, una “amiga” en la red, un “ser digital” en palabras de N. Negroponte, que aumenta la capacidades de relación desde la esfera más íntima, el hogar, hacia otras mayores de interacción humana, a la manera de P. Sloterdijk.

Este es el reto hoy. Definir la esencia y límites del espacio arquitectónico, lo interior y exterior, trabajar en la doble condición real y virtual del habitar, integrando tecnología, arquitectura y sociedad, en una manera de hacer realmente contemporánea. Buscar la esencia de la arquitectura mediante un espacio residencial actualizable, que defino como espacio ubicuo en mis trabajos de investigación, derivado de la implantación en él de las tecnologías de Inteligencia Ambiental.