Se puede pintar el silencio, la soledad, la ausencia, Vilhelm Hammershøi, pintor danés, uno de los más importantes en la historia del país y también uno de los pintores más notables y misteriosos en Europa entre los siglos XIX y XX, se especializó en estos temas y quizás lo hizo sin saberlo, instintivamente. Él pintó el silencio, la soledad y la ausencia.

En muchos de sus cuadros, las mujeres son pintadas de espaldas, sin rostros. Y si uno observa detenidamente sus pinturas y se deja llevar por ellas, el sentimiento que domina inicialmente es la quietud. Una calma profunda, que cae como una lluvia de colores tenues y apagados, con una música de pocas notas, que conmueve el alma y quiebra.

Hammershøi tiene algo de Vermeer y probablemente inspiró a Hopper. Su estilo puede ser catalogado como intimismo minimalista y la quietud de sus cuadros inquieta, como un mar sin olas, donde solo se espera la tormenta. Sus interiores juegan con la luz, el vacío y en sus obras falta siempre algo. Y esta sensación nos lleva a una desesperada espera. La tensión crece y se hace insoportable, pero en la pintura todo queda inmutable y lo único que cambia es la emoción que se respira y nos deja.

Uno de sus cuadros más conocidos, El reposo, que retrata a una mujer joven, sentada, dándole la espalda al espectador y observando una pared pálida y vacía, golpea por su plenitud desolada, por la ausencia de un motivo para mostrar como el motivo y deja solo una pregunta, un ¡qué! exclamativo se transforma en un ¿por qué? Sin respuesta alguna, seguido de otras preguntas, que llenan el espacio del cuadro de tonos aún más grises y sofocados. El arte de Hammershøi es un desnudo vestido, un día de sol bajo la lluvia, una contradicción llena de expectativas, que lentamente nos desconsuela, porque nada llena el espacio y el vacío se vuelca hacia adentro en ligera angustia.

Hammershøi es un enigma y su calma es una calma que exaspera. Hay algo que hiere en sus pinturas, algo que cruje mudamente, que está presente y a la vez ausente como una herida sin sangre y sin mellas. Lo llaman el pintor del silencio y quizás sea más oportuno llamarlo el artista de la presencia en ausencia.