En el cuadro Noche estrellada del 1889, Van Gogh muestra toda su espiritualidad e interioridad con la inocencia digna de un niño, que espera inquieto quizás qué evento. El movimiento del cielo anuncia algo extraordinario. La luz de las estrellas y sus dimensiones dan una proximidad palpable a lo celestial y observando el cuadro se siente una presencia, que va más allá de la imagen misma. Toda la composición inspira piedad por un ser poderoso, invisible, pero intuible y presente por defecto en el movimiento de las nubes y la sensación de ser absorbidos por el cielo, que lentamente nos aplasta.

Una característica del cuadro, además de su fuerza, es que se pierde la profundidad y el cielo estrellado nos hiere el alma, golpeándonos. Imponiéndose como una revelación. Inundándonos solemnemente de la grandeza imponderable del infinito que nos muestra su cara, tocándonos como una “bendición”, atrapándonos, sofocándonos con su estrechez ilimitada, como un techo azul oscuro, que define al mismo tiempo el inicio y el fin en una fusión espacio-temporal casi total y en esto hay algo de místico, sobrenatural como una cosmología de la proximidad.

Vincent, con su acuarela y colores, pintó su propia alma, proyectándola hacia los cielos con una incandescencia digna de un desesperado, que ahoga en sufrimiento y al mismo tiempo en un amor sin objeto, que lame cada cosa en un panteísmo de presencias sin nombres y cargado de naturaleza e infinidad.

El cuadro fue pintado durante una estadía en una clínica, evidenciando que el límite entre la sensibilidad y la locura es tan frágil como un suspiro y siendo mayor la primera, más cierta y probable es la segunda. Siempre me pregunto: ¿qué vio en su mundo Van Gogh, qué buscaba, qué percibió más allá de la soledad, del abandono sin intención y del dolor? Sus colores fueron el azul y el amarillo, que manejó con fuerza como para ser absorbido o, al contrario, separado desesperadamente del objeto inanimado sobre el cual, por un momento, volcó toda su pasión de observador y pintor. Vincent van Gogh continuará siendo un misterio sea como persona o por el lenguaje de sus obras. Su impresionismo era total y alteraba el espacio, sus colores eran de fuego y quemaban y la sensación que nos entrega es de una inmensa sensibilidad y dolor.

A Vincent Van Gogh

Vincent eras el ojo y el color,
la luz mordiendo la sombra
y en la nada, dolor sin forma.

Un par de zapatos gastados,
un pincel que el alma angosta.
El tiempo, el espacio, la flor roja.

La casa amarilla, el lecho de leño,
tus girasoles dormidos, el azul
y la noche de estrellas que ahoga.

Eras el campo de trigo dorado,
la mirada que la esencia toca.
La muerte en vida que sopla.

Mensaje que vuela desnudo,
lágrima que la mejilla moja.
Palabra que rueda sin boca.

Vincent eras el alma desnuda,
pintando de agua clara la aurora
en un viaje de amor sin esposa.

A Vicent, un amigo distante

Nunca vi el mundo con tus ojos,
pero he visto lo que tu ojos vieron,
cuando tus manos recrearon los colores
y vistieron de amarillo los senderos.

Vi tu primavera, tu otoño y tus inviernos,
vi tu cuarto cerrado, tus botas, las estrellas,
el azul del mar y la infinita red del cielo.
Sentí tus campos y los girasoles sin tiempo.

Y fui como tú por un segundo, una hora,
buscando bajo la lluvia los silencios
y bajo la luz del sol, las tenues sombras,
para componer en agosto el mes de enero.