El pintor colombiano Fernando Botero tenía un capricho durante la década de los noventa: llevar a vivir a varios de sus colegas, o una pieza de ellos, a Colombia. Que se entienda pieza como obra artística y no como una extremidad perdida como la oreja de Van Gogh, para evitar una funesta confusión. Botero quería compartir en su país de origen algo de la colección de arte que había logrado reunir luego de convertirse en un artista reconocido por el volumen de sus obras, por sus gordos y todo lo que pudo ser más grueso gracias a su mano.

Fernando Botero nació en Medellín, la capital del departamento de Antioquia, uno de los lugares donde hay más arraigo, amor y pertenencia por la tierra. Por esto, el pintor quería que Miró, Picasso, Ernst, Léger y otros fueran a vivir a dicha región. Demoras en los procedimientos hicieron que el entonces alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, lograra que las obras llegaran a la capital colombiana. Así, el Banco de la República de Colombia, con amplia experiencia en gestión cultural, recibe las 87 obras de arte universal y cerca de 123 de la autoría de Botero.

Una casa en el barrio La Candelaria, el más histórico de Bogotá, se convertiría en el año 2000 en hogar de estos artistas y de Botero. Una casa con el tradicional patio interno, una fuente de agua en el centro, dos pisos y tejado, se transformó en un lugar donde el arte inunda cada habitación. Es Botero quien decide qué lugar le corresponde a cada nuevo habitante, qué cuarto y con quien duerme.

Todo se inicia con la mano abierta gigante que está a la entrada, una escultura de Botero que saluda a los visitantes y está ahí para generar contacto. Los visitantes pueden darle ‘la mano’ a la mano, pueden ‘chocar esos cinco’ o recostarse sobre ella para que los sostenga para una foto. No hay mejor bienvenida que la de una mano amiga.

Aunque la casa se quedó sin ventanas que dieran a la calle, si tiene cuatro que miran mas allá de los límites físicos posibles. Son cuatro cuadros que están en el segundo piso y muestran a París, a Nueva York, a un bosque estadounidense en un atardecer de febrero y a la luz de la luna cruzando a través de árboles una noche. Los cuatro creadores de las ventanas fueron Reymond Mason, Richard Estes, Neil Welliver y Alex Katz, en ese orden. Podemos hablar de una quinta ventana, hecha por Alexander Calder, pero no me atrevo a decir hacia donde nos deja ver, para quienes quieran saber de ella, su nombre es Gran Espiral Roja.

Cada uno de los cuartos es un mundo distinto, una experiencia diferente que atrapa a los más doctos en temas de arte como a los novatos. Y es que no hay que ser un estudioso para que en la primera habitación, a la izquierda de la mano que saluda, nos transportemos a Europa gracias a Camille Pissarro, a Claude Monet o a Eugene Boudin. En un espacio cerrado se siente lo húmedo de los puertos y lo brumoso del Louvre una mañana ¿Lo sentirá también Madame La Fontaine, que se encuentra allí gracias al retrato hecho por Edouard Vuillard?

Otra habitación en el segundo piso, también a la izquierda, evoca una fiesta de gente importante, un coctel. Una fiesta en la que El Gran Genio de Max Ernst es el anfitrión. Un cardenal hace presencia por obra y gracia de Giacomo Manzù, así como La más bella según Ernst. Otra dama, de Emilio Greco, hace engalana el sitio con sus prendas para la playa o para la piscina, y Henry Miller está aquí gracias a Marino Marini. Distinguidas mujeres sobran en la celebración: una reclinada de Henry Moore y dos mucho más ancestrales: El Agua y La Tierra de Henri Laurens. Alexander Calder por su parte, trajo entretenimiento, un Arlequín con bolas de nieve.

Al fondo del primer piso, sobre el costado izquierdo, hay una habitación más pequeña que las otras mencionadas. Mas acogedora e intimista si se quiere, con poca luz. Un lugar perfecto para una Conversación como la de George Grosz; o un lugar mas privado para que varias mujeres como las de Degas, Moore, Balthus o Beckman se sientan más tranquilas. Resalta en aquel cuarto muy a ‘blanco y negro’ los colores fuertes de la bandera colombiana del Proyecto de decorado para “Bolivar” de Fernand Léger. Si alguna obra debía encontrar hogar en Colombia era esta, que bueno que fue uno donde cualquiera la pueda disfrutar.

Si se preguntaban que se había hecho Botero, notarán que solo he hablado de un costado de la casa, el lado derecho es de él pero siempre quiere hacernos sentir en casa. En la mayoría de habitaciones donde el artista antioqueño ubicó a los suyos, dejó comida y algo que picar para quienes lo visiten. Hay sandías, naranjas, helado, peras, vino, vasos con pitillo flexible para el que quiera tomarse un respiro y quiera descansar para disfrutar alguna naturaleza muerta. Incluso hay ponqué, que es la pronunciación más cercana que tenemos a pound cake y para los colombianos caló como una palabra mejor que torta.

Botero trajo notorios representantes de la identidad colombiana, desde transeúntes y personas comunes, hasta el presidente y los que encarnan los poderes de la iglesia o las fuerzas militares. Se animó incluso a invitar guerrilleros, específicamente a la de Eliseo Velásquez. La violencia y la alegría propios de este país se pueden ver reflejados en algunos pasajes de sus habitaciones.

Pero, el cuarto del lado de Botero que más me sorprende es el que está en el segundo piso en la esquina derecha cercana a la entrada, al lado de la ventana neoyorquina de Estes. Solo puedo imaginar esta habitación como un gran baño turco o una sauna enorme, en la que están desnudos sin problemas personas junto a animales. Dado que son estatuas, no se deben atener a quedarse en las paredes, están más sueltas en el espacio como la fiesta del ‘genio’ de Ernst, y el calor parece afectar a algunos ya que Leda, la reina de Esparta, está dichosa recreando su escena famosa con Zeus en forma de cisne.

Les confieso que solo hablé de manera rápida, imaginativa y poco profunda de cinco de las habitaciones cuando la casa tiene doce y media -la sala 6 tiene una sala 6A- y muchísimas obras más que por tiempo y capacidad me es imposible añadir en el texto. Nada podría compararse a una visita real, todo lo aquí escrito se queda en un abrebocas basado en un recorrido que he hecho yo por el Museo Botero, la casa de estos artistas en Colombia. Yo engroso esa lista de 500.000 visitantes anuales y de los 1.000 visitantes diarios, en promedio. Puedo dar fe que son muchos los niños que vienen aquí cada día y que siempre algo nuevo se descubre, algo nuevo capta la atención. De hecho, en esta última visita siento que vi por primera vez la quinta ventana, la de Calder, por eso aún no me decido a dónde me deja mirar.