Un repaso a lo largo de la trayectoria de la artista Chiharu Shiota da idea de la gran coherencia de su obra. En ella explora conceptos como las dicotomías vida/muerte, o pasado/presente, así como la importancia de la memoria, tanto de su recuperación como su conservación, así como el hecho mismo de su existencia en tanto que testimonio.

Esta artista nacida en Osaka en 1972 lleva viviendo en Berlín desde 1996 y su obra se basa principalmente en instalaciones, aunque también trabaja el happening, el video y/o el dibujo. Además de exponer como quien dice prácticamente en todo el planeta, ha realizado trabajos para teatro, pudiendo encontrar en su página web los montajes diseñados para las obras Tristan e Isolda, en el Kiel Opera House de Alemania; de Matsukaze, celebrado en el Teatro Real de la Monnaie, en Berlin; o para Oedipus Rex, también celebrado en Berlín.

De gran consistencia estética reconocible, repite elementos fácilmente identificables como pianos, zapatos o ropa, maletas, sillas, marcos , camas, notas o cartas; y estructuras como casas, elementos unidos e incluso arropados, en la mayoría de los casos por cuerdas, lanas, hilos o lazos, que crean redes que suponen no otra cosa que la forma en la que estamos todos conectados.

En cuanto el piano, aparece a menudo en llamas. Esta poderosa imagen está traída directamente de uno de sus recuerdos de infancia, pues en su niñez vio como ardía la casa de sus vecinos. Colocaron el piano quemado en el jardín y la visión de este instrumento carente de propósito después de las llamas cautivó la sensibilidad de la artista. En cuanto a los zapatos y la ropa, estos ejercen en sí mismos una manifestación de la memoria, pues como la propia artista percibe los trajes, estos resultan una segunda piel que dan testimonio de la persona que una vez los llevó, con su individualidad. Las maletas indudablemente todos las asociamos a viajes, y este concepto puede extenderse tanto como uno quiera realizar literatura, pues la vida es un viaje, y Shiota une este elemento con títulos que hacen referencias a dudas existenciales como las que han formado parte de la humanidad desde el principio de los tiempos: quiénes somos, adónde vamos y de dónde venimos, los por qué de las cosas y el significado de la vida en general.

Su acumulación de elementos como sillas, camas o ventanas relacionan su obra con otros artistas de la acumulación como Cristian Boltanski o Arman, pero también con dialécticas de la memoria o prácticas de archivo, en las que son comunes otros tantos nombres como Hans Peter Feldman, On Kawara, Rineke Dijkstra o Andreas Gursky. De hecho, la obra de Chiharu Shiota A Room of Memory aúna tanto el elemento de acumulación con esta recuperación de la cultura material, pues consiste en una instalación a base de marcos recolectados de lugares demolidos tras la caída del muro de Berlín.

Las cartas son también residuos de la memoria en tanto que en ocasiones explican la historia de los donantes de la ropa o los zapatos. En cuanto a las estructuras tipo casas, por obviedad se unen al concepto de hogar, el lugar donde se desarrolla la historia de la vida que nos explica cómo somos.

El uso del color esta reducido prácticamente al rojo, pues la mayoría de elementos tanto en sus instalaciones como en sus dibujos suelen ser blanco, negro y rojo. El rojo hace referencia al color de la sangre, otro elemento que también aparece ocasionalmente en sus happenings o sus vídeos. Y cuando lo empela en las redes de lana viene a representar una sangre que a su vez es imagen del individuo, profundizando en su elemento básico, al tiempo de cómo estas redes conectan la sociedad.

Y si anteriormente relacionábamos sus trabajos con artistas del archivo, el uso de materiales como las lanas, maderas o la misma sangre, hacen referencia igualmente a artistas como Louise Bourgeois, quien de la misma manera combina en su obra autobiografía y sensibilidad; o Ana Mendieta, con la que comparte temas como la muerte o la entidad.

El trabajo de Shiota toma forma apropiándose del espacio, apoderándose de él y embelleciéndolo, creando instalaciones impactantes que se te meten por los ojos nada más verlas. No las explica, sino que provoca sentimientos y sensaciones, haciendo legítimo el que cada uno interprete la obra a su manera, la experimente de forma individual. Sus elementos empleados son prácticamente comunes a todas las culturas, son atemporales en cierto sentido, y pertenecen a un lugar más propio del sentimiento que de la razón, casi apropiándose de los elementos más básicos de la mente humana, como los cuadrados o los círculos. Las suyas podrían ser redes neuronales que aunque el conocimiento aprendido no haya conocido nunca el cerebro reconoce, apelando en cierto sentido a los sentimientos más elementales, comunes en todos los seres humanos.

Esta artista fue la gran expectación del pabellón japonés de la bienal de Venecia pasada (2015) por no decir una de las grandes atracciones de toda la muestra. El trabajo expuesto se tituló como The Key in the Hand, o La Llave en la Mano y consistía en dos botes de madera colocados sobre el suelo. Sobre estos, a su vez, todo el techo y parte de las paredes estaban vestidas por estas redes tan propias de Shiota, y de las redes colgaban cientos de llaves. Los botes hacen las veces de manos contenedoras de esa lluvia que se presenta ante el espectador, dando lugar a una cierta esperanza y optimismo. En cuanto a las llaves, todos poseemos posiblemente más de una, son las guardianas de nuestros lugares, nuestros hogares, son individuales y colectivas a la vez.

A la vista de todos está que vivimos tiempos convulsos. La guerra en nuestros días es distinta a la vivida en tiempos pasados, y, de nuevo, la propaganda es un componente muy fuerte dentro de la lucha. No obstante, son muchos los frentes abiertos, y las diversas políticas buscan adeptos entre la gran masa del primer mundo que, a pesar de sus calibraciones entre los pros y los contras de vivir en el lado privilegiado del planeta, no terminan de optar por ninguna postura. Tanto es así que la Bienal de Venecia en la que ha expuesto Chiharu ha buscado esta “terapia de choque”, intentando despertar nuevas conciencias en base al arte, a su papel, al papel del espectador, y en general, a “invitar” a las conciencias que allí se congregaron a darle una vuelta más al rol que cada uno ocupa en la sociedad global.

A pesar de lo dicho, la obra de Chiharu conserva ese halo de optimismo, pues como su propia obra da a entender, esos botes, esas grandes manos, están ahí para recogernos. Esa red de memoria colectiva ha de servir para construir un nuevo futuro en el que el pasado ni se revive ni se olvida, se hace consciente de que forma parte de nosotros, y debería convertirse en un instrumento con el que trabajar para dar forma al mundo que se nos viene encima, y no una excusa para pelear con nuestros demonios.