Los artistas no son realmente personas. Y, de hecho, yo soy un cuarenta por ciento papier mache.
Steven Patrick Morrissey

I. Valiente

La primera vez que vi una de las ilustraciones de Aitor Saraiba estaba en el despacho de un psicólogo tratando de llegar al fondo de mis propias complejidades. Mientras exteriorizaba mis demonios desde el diván, una cabra de siete ojos me miraba impasible. Bajo la ilustración rezaban las palabras save me. Inmediatamente, me sentí identificado con aquel dibujo monstruoso que al mismo tiempo era humano, demasiado humano. ¿Quién era el artista detrás de esa criatura?

Unos meses más tarde, entré por casualidad en una galería donde se exponían algunos de los dibujos, bocetos y fotos de El hijo del legionario (2011), novela gráfica de Saraiba donde retrata el mundo de su niñez y adolescencia, atravesados por la ausencia de su padre, el descubrimiento de su homosexualidad, el primer enfrentamiento a la muerte de un ser querido, y de cómo el arte y la música fueron su válvula de escape y el elemento catalizador que le dio sentido a los episodios difíciles su vida. Todo narrado en primera persona con una fuerza y un desenfado que me fascinó.

En la vida hay que ser valiente. Como Rimbaud, Kurt Cobain, Nicanor Parra, Morrissey, Gil de Biedma y tantos otros fantasmas que habitan el universo de Aitor Saraiba.

II. Justo

Para cuando me decido a conocer en persona a Aitor, ya he leído todos sus libros -todos los que he podido conseguir en las librerías de Madrid: además de El hijo del legionario, Nada más importa y Pajarillo- y estoy empapado de su obra.

Hay cierta armonía en el caos ordenado de su estudio. Sus personajes imposibles están por todas partes y se mezclan con sus referentes cinematográficos, musicales y literarios. Aitor me habla de que le interesa el arte de lo cotidiano y de cómo sus personajes, ya sean cabras de siete ojos o fantasmas del pasado, atraviesan problemas del día a día.

Retratar nuestros sueños y pesadillas es un acto de rebelión contra la muerte. Saraiba lo ha ido descubriendo con cada nuevo personaje, cada nueva obra. Por eso su propia vida es el eje principal y el hilo conductor en el arte de narrar con ilustraciones y palabras.

Uno de los aspectos más interesantes de El hijo del legionario es que, a pesar de ser una obra que explora momentos dolorosos de su pasado, está lejos de ser un acto de recriminación o venganza. En particular contra su padre. El libro es sobre todo un acto de justicia poética. En la vida hay que ser justo.

III. Feliz

Mientras conversamos, suena como música de fondo el Unplugged de Nirvana y Aitor pinta el cuadro de un unicornio enmascarado sobre un lienzo.

"¿Qué le dirías a un joven artista que está empezando su camino por el mundo del arte?", le pregunto. Aitor se toma unos segundos para contestarme. Luego me mira y me dice: "Pues que todas las cosas del mundo están por hacerse. Que no piensen que está todo hecho. Eso es mentira. La gente que les está diciendo eso tiene miedo a que haya artistas brillantes. Yo viví la época en la que nos hacían pensar que ya estaba todo hecho y yo siempre lo digo: todo el mundo tiene una historia que contar".

La felicidad para un artista como él está en trabajar día y noche y darle forma a los personajes que surgen de las profundidades de su pasado y su presente. El placer y el regocijo en el trabajo es la marca indistinguible de todo verdadero artista.

Como Borges, yo me jacto de los libros que he leído. Cómo ser valiente, justo y feliz (o al menos intentarlo) es el nuevo libro de Aitor Saraiba. La felicidad está en la lectura. Quiero leer su nuevo libro.

En la vida hay que ser feliz.