No imaginé que, leyendo en la prensa un artículo sobre el conflicto entre Ucrania y Rusia, descubriría a uno de esos pintores que te hacen emocionar: Iván Aivazovski, (1817-1900).

Parece que una exposición de su obra, en Moscú, sirvió hace poco para abrir la caja de los truenos, nuevamente, entre Rusia y Ucrania.

En una galería moscovita se exponían unos dibujos de este extraordinario pintor romántico y parece que Ucrania acusó a Rusia de violar acuerdos internacionales por desplazar obras de arte desde 'territorios ocupados', en alusión a Crimea.

Por recordar diremos que tanto Kiev como la ONU no reconocen la legalidad del referéndum que aprobó en marzo de 2014 la reincorporación de Crimea a Rusia, considerando la península oficialmente territorio ucraniano. Moscú, en cambio, defiende que Crimea es parte de Rusia argumentando el derecho de autodeterminación.

Las relaciones entre los dos países están muy deterioradas, por el caso de Crimea pero también por el apoyo del Kremlin a los separatistas prorrusos del este de Ucrania, que han proclamado allí las 'repúblicas populares' de Donetsk y Lugansk.

Ante este ambiente bélico aparece la polémica de este artista, creador de una inmensa belleza poética, con la exhibición de sus famosas (ahora para mí) marinas, esas olas que le enamoraron desde pequeño a Aivazovski.

El miedo existente es que las obras no fueran devueltas ya que los grandes museos, según algún especialista ucraniano en arte, aprovechan cualquier oportunidad para tratar de quedarse con obras de colecciones pequeñas.

Hovhannes Aivazián se enamoró del mar desde pequeño. El arquitecto alemán Jakob Koch descubrió su talento y le dio las primeras clases de dibujo. Después tuvo como maestro a otro germano, Johann Gross, antes de estudiar en San Petersburgo, donde se convertiría en Iván Aivazovski, rusificando su nombre y apellido.

Según me ha comentado alguien, parece que siempre pintaba los motivos marítimos de su imaginación y nunca mirando al mar.

Estos días he pululado en internet y degustado parte de su obra. Unas pinturas impresionantes. Muchas de ellas nos muestran esa bravura poética del mar que, como ese toro en la plaza, que se revuelve sin más defensa que sus astas de blancura espumada, contra el torero que le invade hasta matar.

La verdad es que sigue uno con atención, en los últimos tiempos, el conflicto ruso-ucraniano. Lo hago porque no hay nada como conocer a alguien para que se encienda esa inquietud por saber de lo que no sabes; quiere esto decir que también trato de leer, fundamentalmente, por desconocimiento. Pero ese desconocimiento, que creo no es aislado, resulta incomprensible.

Estamos ante uno de esos conflictos que nos pillan aquí al lado, de los que apenas aparecen noticias en la prensa, pero que basta introducirte un poco como para comprobar que, en nuestro continente, hay vecinos, ciudadanos, que viven en vilo, entre bombas y balas de ametralladora, mientras otros lloran sus muertos en algo que, en pleno siglo XXI debería ser irreal.

En días pasados, fallecían ciudadanos durante una nueva ofensiva de grupos separatistas a las posiciones ucranianas en Donetsk. Parece un conflicto olvidado pero son ya más de dos años los que lleva encendido. Y mientras, en Europa, ¿qué hacemos?

¿A qué tiene miedo Europa? ¿A Rusia? ¿Qué intereses se esconden para girar la cabeza tan descaradamente a lo que sin duda es una guerra?

Rusia ha agredido Ucrania y eso es una agresión a Europa. Tal vez Europa debería apoyar mucho más, y no sólo financieramente, a Ucrania para que se convierta en esa nueva Ucrania ejemplo y espejo para muchos ciudadanos rusos. Porque tal vez eso es lo que no quiera Putin.

Lo cierto es que Putin está reavivando las llamas de la guerra contra Ucrania. Ucrania debe actuar con precaución, ya que lo que esperan los rusos es tener una mera 'carta' que justifique una provocación.

Europa, e esta cuestión fundamental, debe estar unida y tener una sola voz que le haga llegar a Rusia que este tipo de acciones no son aceptables. La grandeza de Europa está también, sin duda alguna, en la defensa de lo suyo frente a aquellos que se creen con el derecho a todo.

Tal vez no nos pertenezcan las miradas de los demás, ni siquiera el horizonte al que miran; pero deberíamos, en ciertas ocasiones, no dejar pasar la emoción con las que otros miran su futuro. Muchos de ellos conviven entre nosotros, han abandonado a sus familias que entre balas, de unos y otros, tratan de aferrarse a lo suyo, a su tierra.

Mirar y oler el mar. Encontrar en el arte y la literatura ese punto de encuentro universal que nos haga más personas y menos salvajes. Porque las guerras son salvajes y el arte es tan sólo humano.

Que nos unan las letras, que nos una la pintura de estos cuadros inmensos. No solo pensemos en nosotros; pensemos a que aquí al lado, a tiro de piedra, las gentes mueren por no sé sabe muy bien el qué.

Son unas reflexiones desde la sinceridad y humildad de un profundo desconocimiento.