Como el resto de las colecciones pictóricas del Museo del Prado, la italiana y francesa está condicionada por su origen, localizado en la antigua colección real española. De ahí proceden sus piezas más valiosas, y conforme a este origen se justifican también sus principales carencias. Como la escasez de pinturas anteriores a 1500, que los monarcas españoles no se manifestaron tan dispuestos a coleccionar. El Prado tiene en sus salas obras de importantes artistas anteriores a la fecha citada: Fra Angelico, Antonello da Messina, Botticelli o Mantegna, aunque únicamente La dormición de la Virgen de este último proceda de la colección real. Tiziano constituye uno de los ejes conforme a los cuales se vertebra la colección pictórica del Prado por muy diversos motivos. Además del número y de la calidad de las piezas que aquí se conservan, este artista definió un modelo de relación con Carlos V o Felipe II, que fue posteriormente seguido por otros monarcas sucesivos. Además, en su pintura se observan todos los géneros que serán posteriormente coleccionados: el retrato representativo o alegórico, el desnudo o sus célebres Poesías, en las que el pintor pretendió rivalizar con los poetas. La colección veneciana se completa con obras de sus artistas más sobresalientes: Veronés, Tintoretto o Bassano. Otros muchos artistas del siglo XVI se encuentran en sus salas, como Rafael o Federico Barocci, cuyas obras ingresaron en la colección real en el reinado de Felipe III.

La colección del siglo XVII también muestra un abanico de los más importantes artistas italianos y franceses de la época, desde Caravaggio a Luca Giordano, pasando por Carracci, Guercino, Guido Reni, Claudio de Lorena, Poussin o Georges de La Tour, por citar solo algunos de los pintores más importantes representados. A pesar de ello, el personaje más determinante en la configuración del carácter de la colección no fue un artista, sino un monarca, Felipe IV, quien incrementó considerablemente la colección real a través de compras, regalos diplomáticos, o con el encargo de series extensas para la decoración de palacios como el del Buen Retiro, construido de nueva planta durante su reinado. Para este palacio encargó en Roma y Nápoles un número considerable de obras maestras que ahora mayoritariamente pueden admirarse en las salas del Museo. Pinturas de historia de Roma, paisajes, mitologías o flores, con formatos y tamaños iguales que confieren a las salas del Prado una notable personalidad, diferente a la de otros museos y cuyo encargo impuso a sus protagonistas unas condiciones que modificaron radicalmente el devenir de la pintura barroca europea. A esta coherencia de la colección colabora también que muchos de los artistas franceses presentes en el Prado desarrollasen su carrera profesional en Italia, preferentemente en Roma, punto privilegiado de encuentro artístico en la Europa de ese momento.

Además de las pinturas procedentes de la colección real, desde su apertura en 1819 el Prado ha adquirido obras con la doble intención de consolidar los conjuntos mejor representados, y adquirir ejemplos notables de aquellos que no habían recibido la misma atención. Ejemplo de ello fue la adquisición en 2012 de la tabla atribuida a Colart de Laon, La oración en el huerto con el donante Luis I de Orleans, pintada entre 1405 y 1408. El año siguiente ingresó en el museo La Oración en el huerto, del lombardo Giulio Cesare Procaccini.

Un perfecto complemento a las salas es la visita al Casón del Buen Retiro, que alberga la bóveda del napolitano Luca Giordano, quien trabajó en Madrid al servicio de Carlos II entre 1692 y 1702. Pintada al fresco en torno a 1697, representa la Apoteosis de la Monarquía Española.