El sol es nuevo cada día.

(Héraclito)

Del mar Caribe al Océano Pacífico, de las nieves eternas a los bosques tropicales, de los desiertos a las grandes megápolis, el territorio colombiano, más allá de un inventario racional y objetivo, se descubre a lo largo de una aventura que se escribe cada día.

¿Cuál es esta materia histórica y orgánica que hoy en día moldea esta nación?

¿Hablamos de legado común, de frontera, de zona, de espacio, de paisaje? ¿Quiénes son estos hombres que lo ocupan, lo transforman, lo aman o lo destruyen, lo sacralizan o lo olvidan?

“Espacio pensado, designado” para Pierre Larousse, el territorio no es solamente un dato geográfico o de relieve, sino que también se vuelve una cuestión de poder y de pertenencia, que lleva una dimensión altamente simbólica. Para Martin Heidegger, el territorio se vuelve Heimat, la “tierra natal”: lugar de residencia, lugar donde se despliega la presencia.

Hoy en día, Colombia está experimentando una verdadera mutación: económica, social y aún más, política. Los recientes acuerdos de paz entre el gobierno y las FARC parecen abrir una nueva era para la paz, sus habitantes y su Heimat.

En este contexto, desde el 2016, la Alianza Francesa de Bogotá invitó a cinco fotógrafos egresados de la Escuela Nacional Superior de Fotografía de Arles a realizar una residencia y producir una exposición en Colombia, alrededor de la temática del territorio.

Tres colombianos, Laura Maria Quiñonez, Andrés Donadio e Hilda Caicedo, y dos francesas, Leslie Moquin y Emilie Saubestre, pudieron realizar durante dos meses un trabajo artístico sobre el territorio colombiano. Esta exposición colectiva, organizada en el Museo de Arte Moderno de Bogotá en el marco del Año Colombia-Francia presenta esta complementariedad de miradas, de experiencias, de terrenos explorados. De Barranquilla a Cali, pasando por Bogotá y Quibdó, todos abordaron esta materia cambiante que es el territorio, con el mismo deseo, vincularlo con las personas que lo habitan o lo habitaron. Usando a la vez la fotografía, el video, pero también la escritura o la instalación, estos cinco artistas ofrecen hoy un prisma de lectura sensible de un territorio que no se queda quieto, que es mucho más que fronteras y datos científicos. Ilustran así lo que Pline llamaba Cosa Mentale, y que Christine Ollier pudo desarrollar: el paisaje en general y el territorio reviste un “carácter objetal y la dimensión cultural de nuestra percepción, la cual produce una composición conceptual y estética.”

Territorios íntimos; Laura Quiñonez e Hilda Caicedo cuestionaron la memoria de algunas poblaciones colombianas.

A lo largo de un peinado se perfila otro paisaje: el de un pueblo afro-americano, que llegó al continente como esclavo, y que supo conquistar su libertad a un precio muy alto. Al conocer a estas mujeres, que perpetúan casi maquinal o instintivamente esta tradición física, Laura Quiñonez halló una dimensión simbólica e íntima del territorio. ¿Acaso no es el cuerpo propio el primer territorio? ¿Qué memoria se expresa a lo largo de estas trenzas realizadas con destreza? Desde un peinado que parece ser el reflejo de una vida cotidiana, se abre el homenaje de un pueblo a sus ancestros.

Por su parte, Hilda Caicedo fue a encontrarse con los habitantes de Cali, y les pidió que contaran una historia personal, una anécdota, o un recuerdo doloroso relacionado con un territorio determinado.

Tal como una investigadora de la memoria, recopiló fotografías personales, escritos, artículos de prensa, mientras iba produciendo su propia materia artística a partir de tomas o escritos.

A través de esta materia polimorfa donde historias, recuerdos y hechos se entrecruzan y se mezclan, se esboza lo que Hilda denomina una “cartografía de lo íntimo”, recordando el trabajo de Catherine Poncin sobre los desaparecidos y desplazados, víctimas del conflicto armado en Colombia.

Más allá de un temor racional, su trabajo alude claramente a la dimensión intrínsecamente humana de la noción misma de territorio.

Al estilo del realismo mágico que se encuentra en muchos autores latinoamericanos y en particular en la obra de Gabriel García Márquez, Emilie Saubestre muestra un territorio colombiano a través del prisma de la metamorfosis. Tal como una arqueóloga del presente, exploró las bodegas del Museo del Oro de Bogotá y provocó encuentros fortuitos entre herencia y mutación. Collages, instalaciones y fotografías representan principalmente un territorio poético, y reúnen mundos reales e imaginarios, invitándonos a cambiar nuestra mirada acerca de la historia de este país.

Un lugar de historia, dejado de lado y olvidado, ha sido escogido por Andrés Donadio para ponerlo de realce. El Salto del Tequendama cristaliza por sí mismo misterios, leyendas y símbolos de Colombia: lugar de culto para los Indígenas, veraneo para los Bogotanos, último salto para las almas perdidas, estuvo abandonado durante varios años. Andrés Donadio recorrió este lugar mítico e intentó capturar lo invisible: lo que el pasado heredó a este territorio tan particular. Retomando de cierta forma lo que la fotógrafa Sophie Ristelhueber llamaba “estética del rastro” con su serie Hechos, Andrés propone un enfoque objetivo de este lugar, donde cierto trastorno nace del rechazo y de la atracción, de la niebla que rodea la cascada, de estas huellas de la vida, de esta Virgen que domina el caudal natural del agua.

Por último, inscribiéndose en el linaje de las nuevas formas documentales que dejan a la subjetividad y al esteticismo un lugar de pleno derecho, Leslie Moquin partió hacia la Costa Caribe para sumergirse en las verbenas, lugares de vida nocturna donde la contracultura afrocaribeña se anima alrededor de los Picos donde resuena el Reggaeton y la Champeta.

Dejándose guiar por los encuentros, fotografió tanto a personalidades de lugares emblemáticos de la vida caribeña colombiana, como la dulzura de la vida local, las luces pasteles y la sensualidad reivindicada. Se desprende un trabajo a la vez sensible y moderno, acerca de una población y una juventud que marcan su territorio y su historia mestizada con el sudor de los pasos de baile.

Todavía era demasiado joven para saber que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a este artificio logramos sobrellevar el pasado.

(Gabriel García Márquez)