Vanguardia artística y perdurabilidad son conceptos casi antagónicos. Si bien es cierto que buena parte de los movimientos modernos surgieron con vocación de cambiar el mundo, la triste realidad es que no solían durar muchos años, bien porque chocaban con la tozuda indiferencia social o con las inevitables tensiones internas entre artistas a la fuerza distintos. Hay, sin emabargo, una notable excepción. Nacido oficialmente en 1924, el surrealismo consiguió mantenerse en pie durante al menos tres décadas, y de paso se convirtió en la vanguardia organizada más universal, con grupos activos en muchos lugares del mundo.

¿Por qué razón el surrealismo perduró más que la media? Seguramente porque no era –no podía serlo– un movimiento basado en criterios estéticos. No hay más que fijarse en la larga lista de artistas que en algún momento formaron parte del grupo para darse cuenta de la gran variedad entre las obras de todos ellos. Como se suele explicar, la razón de ser del surrealismo era crear un arte y una literatura que obviaran lo racional, que ampliaran el campo de visión del hombre para incluir los estados de inconsciencia. El surrealismo no negaba la realidad, se situaba sobre (sur) ella para verla en su totalidad, más allá del ojo físico y la razón. El surrealismo era, pues, un ideario vital además de artístico.

Madrid –que no tuvo un grupo surrealista local– se ha convertido por unos meses en la capital del surrealismo, ya que dos de sus grandes instituciones artísticas –la Fundación Juan March y el Museo Thyssen-Bornemisza– están dedicando sendas exposiciones al movimiento fundado por André Breton. La muestra de la Juan March, sugerentemente titulada Surrealistas antes del surrealismo, ha juntado a los surrealistas con un amplio abanico de artistas anteriores al siglo XX que de alguna manera mostraron intereses similares a los que años e incluso siglos más tarde inspirarían la obra de Ernst, Tanguy, Dalí y compañía. La exposición recoge temas que desde la Edad Media han tenido la fantasía y la imaginación como guías. La iconografía de los sueños, lo grotesco o los caprichos marcan líneas estéticas que acompañaron, muchas veces marginalmente, la historia del arte occidental. Cuando se trata del surrealismo, es fácil ver en casi cualquier forma artística anterior una profecía luminosa. Breton y sus compañeros honraron a numerosos artistas y escritores muertos, a quienes expidieron el título de surrealistas avant la lettre. A pesar de posibles coincidencias estéticas o iconográficas, quizá el número de “titulados” fue excesivo. Sin duda los lazos son indudables en casos como los Caprichos de Goya (un artista de nuestro tiempo, al fin y al cabo), pero al hablar de figuras como El Bosco quizá haya que tener más cuidado para no caer en comparaciones anacrónicas. Será interesante ver cómo la Juan March ha resuelto la cuestión.

Uno de los temas fetiche y más repetidos al hablar del surrealismo es el de los sueños. ¿O quizá no tan repetido? La exposición del Thyssen, El surrealismo y el sueño, plantea que éste es un tema no tan explotado como podría parecer, al menos en las salas de exposiciones. Esta es la primera muestra monográfica dedicada al surrealismo en su faceta puramente onírica, lo cual resulta muy sorprendente. Porque, si en una sala de conferencias se preguntara al público cuál es la primera imagen que les viene a la cabeza al oír la palabra “surrealismo” es seguro que buena parte de los asistentes se referiría a los relojes derretidos de Dalí. Sin duda este es un gran ejemplo, pero lo onírico en el surrealismo no se limita a la distorsión de objetos cotidianos: lo que inquieta de muchas de las mejores obras del surrealismo no es la acción, sino, precisamente, la ausencia de ella. Las llanuras desoladas de Yves Tanguy o las escenas silenciosas y misteriosas de Paul Delvaux son buenos ejemplos. Ni que decir tiene que el gran inspirador de obras como las suyas fue Giorgio de Chirico. Es indudable la influencia que ejerció el pintor metafísico, y los surrealistas fueron los primeros en reconocerlo como el padre fundador de su escuela. El propio Tanguy dijo, incluso, que había decidido hacerse artista el día que vio un cuadro del italiano en el escaparate de una galería. Además de De Chirico, la otra gran fuente de inspiración fue La interpretación de los sueños, la obra que Sigmund Freud publicó en 1900. La exposición del Thyssen se propone, sin embargo, ir más allá y demostrar que hubo otras fuentes que inspiraron los sueños del surrealismo.

Breton y sus amigos se propusieron desde el principio ser un movimiento de subversión social tanto o más que artística. La muy ambiciosa idea de crear un arte al margen de cualquier condicionante racional, estético o moral coincidía en buena parte con los motivos que habían guiado a los dadaístas. Pero si aquéllos habían denunciado la guerra y los valores burgueses con ingenuidad infantil y veladas absurdas en el Cabaret Voltaire, los surrealistas tenían la intención de incidir directamente sobre la sociedad, de transformarla. A pesar de lazos y fuentes comunes, eran cosas distintas: Dadá era una negación, una demolición; el surrealismo construía sobre sus escombros. Desde su mismo origen, el movimiento estuvo impregnado de un lenguaje revolucionario que se ve reflejado en los propios títulos de sus publicaciones, La Révolution surréaliste (1924-29) y, más tarde, Le Surrealisme au service de la revolution (1930-33). (De ahí que resulten acertados los enfoques de títulos como Surrealism. Genesis of a Revolution [Parkstone, 2009]) Breton entendió que un movimiento artístico revolucionario como el surrealismo debía ir de la mano de una corriente política igualmente revolucionaria. La creciente identificación del surrealismo con el marxismo llevaría a Breton a exigir a los miembros del grupo afiliarse al Partido Comunista, lo cual produjo roces y destierros, como fue el caso de Dalí.

A pesar de sus tensiones y contradicciones, no hay duda de que el surrealismo ha dejado una huella indeleble en el arte contemporáneo. A pesar de que desapareció como grupo organizado, es evidente que ha habido muchos artistas posteriores que han explorado los rincones ocultos de la consciencia. Figuras de la talla de Juan Muñoz (1953-2001) demuestran que, como buena vanguardia, las enseñanzas del surrealismo se prolongan incluso después de muerto.

Texto de Rubén Cervantes Garrido