Dice Francisco Calvo Serraller que quienes mejor nos definen son los vecinos. Así resume el proceso de la tardía difusión internacional del arte español. Ésta comenzó a principios del siglo XIX, pero hay una fecha que marca un antes y un después: en 1865 Édouard Manet viajó a Madrid para visitar el Museo del Prado y allí estableció la genealogía que aún hoy utilizamos. El francés señaló como espina dorsal del arte español a El Greco, Velázquez y Goya. Según Manet, estas tres figuras geniales habían definido la evolución de la escuela española, alumbrando una riquísima tradición pictórica que hasta entonces se había mantenido casi en secreto al sur de los Pirineos. Francisco Calvo Serraller, uno de los mayores críticos e historiadores del arte españoles, toma este episodio como punto de partida de su último ensayo, La invención del arte español.

Este relato tardío del arte de nuestro país, como cualquier otro relato, es una demostración de que la verdadera identidad propia no es más que lo que los demás dicen de nosotros. En este caso, no es exagerado decir que el arte español fue un invento francés. Esto formó parte de la gran fascinación romántica por España, un país al que los extranjeros parecían acudir no tanto para viajar en el espacio como en el tiempo. Un país encerrado en sí mismo a partir de su progresiva decadencia imperial, exacerbadamente contrarreformista, llena de bandoleros y gitanos y que, además, se presentaba para los aventureros europeos como la antesala del mundo árabe, era un imán irresistible. Calvo Serraller resalta cómo el triunfo implacable de la Contrarreforma incidió decisivamente sobre el arte español, desligándolo así de la tradición clásica del arte occidental, algo que resultaba muy atractivo para los artistas extranjeros. La escuela española marcaría profundamente la evolución del arte europeo del siglo XIX: desde el romanticismo y el realismo hasta el simbolismo, no hay vanguardia decimonónica que, en mayor o menor medida, no sientiera su influjo.

Este redescubrimiento del arte español comienza con la figura casi contemporánea de Goya, que había muerto en Burdeos en 1828. Su arrolladora figura debió de hacer a muchos preguntarse de dónde provenía un artista de semejante talla. Una de las cosas que demostró la aguda observación de Manet fue que Goya no había sido una figura aislada, sino que había mirado y aprendido mucho de Velázquez, igual que éste había admirado a El Greco. Si la influencia de Velázquez y Goya se dejó sentir en el arte europeo del siglo XIX, la recuperación del pintor cretense llegaría más tarde, cuando expresionistas y cubistas reivindicaron su figura. Así, curiosamente, el descubrimiento del arte español se produjo cronológicamente a la inversa.

Esta especie de evolución en marcha atrás ha interesado a Calvo Serraller desde que en 1988 publicara Del futuro al pasado. Vanguardia y tradición en el arte español contemporáneo. En aquel estudio amplió los límites de la escuela española para incluir a artistas contemporáneos. La opinión general parecía dictar que el arte español acababa en Goya, pero resulta evidente que en el siglo XX surgió una figura que por méritos propios mereció unirse a esa suerte de trinidad laica formada por el propio Goya, Velázquez y El Greco. Hablamos, por supuesto, de Pablo Picasso. Sobre la influencia, capital, que ejerció el artista malagueño sobre el devenir del arte contemporáneo no hace falta incidir. Lo que resulta más sorprendente, apunta Serraller, es que Picasso no fue un español aislado en el mar de la vanguardia cosmopolita europea. A poco que uno lo piense, se dará cuenta de que fueron muchos los artistas españoles que estuvieron, valga la redundancia, a la vanguardia de la vanguardia. Piénsese en Juan Gris y sus aportaciones al cubismo, o el impulso revolucionario que Julio González y Picasso direron a la escultura con el forjado en hierro. A su vez, hay al menos cuatro españoles - Miró, Dalí, Óscar Domínguez y Buñuel - que resultan fundamentales para entender el surrealismo.

España no es sólo un país pintoresco, dice Serraller, sino también un país de grandes pintores. Pero de la misma manera que una narración clarividente como la de Manet puede ayudar a asentar el reconocimiento internacional, esta misma naracción puede tornarse asfixiante. En varias entrevistas, Serraller se refiere a cómo los extranjeros, incluso hoy, le siguen exigiendo al arte español que sea, ante todo, español. Esto explicaría por qué los dos artistas con mayor reconocimiento internacional fuera de España - Pedro Almodóvar y Miquel Barceló– son dos claros representantes de lo que los extranjeros poco informados llaman lo typical Spanish. A falta de una difusión más rigurosa de nuestra cultura, parecería que los españoles nos conformamos con exportar esta imagen parcial. Desde luego, esta es la conclusión que extraemos al hacer unas pocas comparaciones. Por ejemplo, ¿cuántos extranjeros conocen a Tàpies y cuántos conocen a Pablo Palazuelo? ¿Cuántos a Saura y cuántos a Gerardo Rueda? ¿Cuántos a Chillida y cuántos a Oteiza?

Dos de los textos que aparecen en La invención del arte español proceden de los catálogos de sendas exposiciones que Calvo Serraller comisarió junto a Carmen Giménez, incluyendo la magistral Picasso. Tradición y vanguardia, que tuvo lugar en el Prado y el Reina Sofía simultáneamente hace ocho años. Serraller reivindica aquí la necesidad de una nueva mirada para afrontar la historia del arte. Tanto la exposición citada como Pintura española de El Greco a Picasso. El tiempo, la verdad y la historia (Museo Guggenheim de Nueva York, 2006-2007, también comisariada por Serraller y Giménez), marcaron dos hitos al aspirar a una lectura transversal de la historia del arte, situando en un mismo espacio las obras de artistas españoles de diversos siglos. A la pregunta de si esto fue algo serio o una de tantas extravagancias de los comisarios estrella actuales, puedo responder con contundencia al recordar mi visita a la primera exposición que he citado: allí, en una de las salas del Reina Sofía, se podían contemplar, examinar y comparar tres obras monumentales: Masacre en Corea de Picasso, La ejecución de Maximiliano de Manet y Los fusilamientos de Goya. ¿Puede haber una lección de historia del arte mejor que esa?

Autor: Rubén Cervantes Garrido

Francisco Calvo Serraller, La invención del arte español, Barcelona, Taurus, 2013.

In collaboration with: www.parkstone-international.com