Fui a hacerme un masaje. Era ya demasiado tiempo que no lo hacía y con los años se hace necesario y además urgente. Nuestra posición corporal, nuestros movimientos correctos y, sobre todo, incorrectos, alteran el esqueleto y los músculos, creando a menudo tensiones y dolores. Achaques de la vejez, los llaman, pero sería más oportuno considerarlos como “problemas mecánicos”, ya que el aparato locomotor tiene que ser debidamente lubrificado y con una cierta frecuencia.

Llegue a las 11.00 precisas a mi cita y todo estaba listo para empezar la sesión. Me desvestí casi completamente y me puse en la camilla de espaldas, mirando hacia arriba. Tiziano, el masajista, que es un experto con unos tres decenios de práctica activa, con cursos suplementarios y que, además, hace de quiropráctico, inmediatamente percibió que tenía problemas en los tendones y especialmente en el tendón del pie izquierdo. También notó rápidamente que tenía problemas en el hombro derecho, ya que duermo apoyándome en él y bloqueando el movimiento del brazo.

El masaje comenzó en los pies, primero el izquierdo y después el derecho, y me sentía como un coche viejo en las manos expertas del mecánico que controlaba y trataba de ajustar todas las partes “dañadas” por el movimiento incorrecto y por el desgaste. Yo trataba de relajarme y sentía el crujir de los huesos, que volvían a su lugar natural, y los músculos, que cedían a la presión de las fuertes manos del masajista. De los pies pasó a los muslos, al hombro derecho para desbloquearlo. De allí a los brazos, a la espalda, al cuello, la cabeza y el tórax. Fue un viaje por la anatomía esqueleto muscular y por las articulaciones, acompañado de crujidos, ligeros dolores y el disiparse paulatino de las tensiones acumuladas.

El masaje, además, activa procesos hormonales con la liberación de endorfinas, que evocan una sensación de relax y bienestar, haciendo que los músculos sean más flexibles y, por ende, más maleables. Mientras me sometía a este “duro y necesario tratamiento”, pensaba en tener que hacerme un masaje con una cierta frecuencia y de tomar consciencia de mi postura física y moverme más, ya que mi vida tiende a ser sedentaria con demasiadas horas en un escritorio y en un coche. Por los problemas que tengo en los tendones del pie es mejor que no me esfuerce, caminando por kilómetros en este período, pero podría usar fácilmente la bicicleta.

Una vez terminado el masaje, Tiziano me puso unas vendas que estimulan los músculos, tanto en el tendón de Aquiles del pie izquierdo como en el hombro derecho, y parezco un soldado que vuelve herido del campo de batalla con la diferencia de que las vendas no son blancas sino negras y que estas no están machadas de sangre.

Pago por el servicio y abandono el lugar. Después de haber saludado a Tiziano y bajando hacia la calle, constato que me siento ya mejor y que el ligero dolor que me ha seguido por semanas se ha calmado. Estoy consciente de como apoyo los pies al caminar, trato de conservar la espalda erguida y sonrió, pensando que con unos kilos menos podría reducir la carga a que someto constantemente a mis tendones y rodillas.

Observó con curiosidad a las personas que pasan por mi lado, para ver si llevan la postura justa, y trato de visualizar la anatomía del hombro con sus músculos, huesos y movimientos, pensado que la causa de mi dolor sea el tendón del manguito rotador y después cuento mentalmente los huesos y los músculos de esa compleja parte del cuerpo, pensando en su evolución y sus funciones y el contraste enorme que existe entre estas y el estilo de vida del hombre “moderno”.

Sumergido en estos pensamientos, decido que volveré a hacer otro masaje en unas dos semanas y recuerdo que el efecto lo sentiré plenamente mañana y pasado mañana y sigo caminando, mientras el reloj de la torre marca las 12.30.