No recuerdo cuando fue el primer momento en que noté su presencia. Lo palpé de casualidad. Un pequeñísimo bulto situado junto a la parótida –glándula salival en el ángulo de la mandíbula- izquierda e imperceptible a la vista.

Era tan pequeño que incluso dudé de su presencia. ¿Esto es nuevo? ¿Estaba aquí desde antes pero nunca me había dado cuenta? Será un bulto de grasa, quizás un quiste pero nada más. Así que puede esperar, tengo cosas más urgentes que hacer. Postularme al Premio Darwin, por ejemplo.

No se me pasa por la cabeza que la enfermedad pueda estar a la vuelta de la esquina. Ni por un segundo.

Me olvido durante un tiempo hasta que vuelvo a reparar en aquello. Ah, sí. El bulto de grasa. Que sigue ahí cuando me he vuelto a rascar en el mismo sitio de nuevo por casualidad. Comienza a parecer la clase de problema que no se puede ignorar.

Susto o diagnóstico

Las primeras visitas al médico van bien. El de cabecera, un argentino apellidado Bocanegra y que ya solo por eso me cae simpático, me envía al otorrino. La otorrino, que me cae menos simpática y la que se le nota a la legua que su empatía con el paciente bascula de nada a menos, me envía a otro centro a realizar una ecografía.

Cuando recojo la ecografía escucho por primera vez la palabra tumor en boca de una doctora y referida a mi. El corazón se me para, el estómago se me encoje y las piernas me tiemblan, todo a la vez. La doctora se debe percatar de mi cara de acojono y procede a explicarme:

-En lenguaje médico llamaos tumor a cualquier bulto que aparezca en cualquier parte del cuerpo. Sin importar la causa o en que se termine convirtiendo.
-Hijaputa -pienso yo- ¿no podías haberte explicado al revés?

Mi segundo pensamiento es que si esto no será una de esas cosas en las que no tienen valor de decirte que tu futuro pinta negrísimo y se van pasando la pelota de médico en médico. Algo como…

-Mala pinta tiene esto, a ver quien le dice a éste lo que le queda.
-4 días, como quien dice. Y ninguno va a ser bueno.
-¿Para qué seguir, verdad?
-Quimioterapia, radioterapia, operaciones, extirpación de la glándula y parte de la mandíbula, llagas e infecciones a tutiplén, sentirse enfermo 24/7/365…
-Tampoco exageres, que no va a durar tanto.
-Pfffff… A mí también me da palo. Devuélvelo con la ecografía al médico de cabecera y que disfrute de su ignorancia un poco más.
-Que se lo diga Bocanegra. Le pega.

Mejor echo freno a mi imaginación y vuelvo con la doctora “pa que llamar a lo que tienes con algo distinto al equivalente coloquial de “te vas a morir entre horribles sufrimientos””.

-Por la forma no es malo, dice como para convencerme.

No me suena como un argumento muy aplastante. Más cuando miro la ecografía y la única forma que aprecio es un borrón. A mí me da la impresión que de ahí podría salir cualquier cosa con la resolución adecuada.

Me da un nombre para el tumor: adenoma pleomorfo.

Me voy a casa y hago lo que cualquier tipo hecho y derecho. No le cuento nada a nadie. Ni familia ni amistades. ¿Para qué preocuparles? Siempre hay tiempo para dar malas noticias y además puedo manejarlo yo solito. Claro que sí.

Unas horas después me encuentro por primera vez en mi vida con lo que debe ser un ataque de ansiedad. Mi corazón es un festival de arritmias, la sensación de frío se me está comiendo por todos los lados y, sobre todo, hay una frase que no sale de mi cabeza y se superpone a cualquier otro pensamiento con el que intento ocuparla:

-¿Y sí…?

Llamo a un amigo. Le cuento la historia y el hace su mejor intento por tranquilizarme. Por enésima vez, aunque no me quiera dar por enterado, compruebo que compartir alivia.

El Doctor Bocanegra

Vuelvo con la ecografía al Doctor Bocanegra esperando que mi sentido del humor no me juegue una mala pasada. Hay que hacer pruebas para ver la clase de tumor que es. En un gesto que agradezco íntimamente, echa mano de un vademécum para hablarme de lo que me puedo encontrar exactamente. Los hechos, sin espacio para interpretaciones.

Él comparte la opinión de que ese estúpido borrón no tiene aspecto de poder impedir que vea la próxima gira de Guns N´Roses. Pero a mí me sigue pareciendo la versión ecográfica de un test de Roscharch en el que cada uno puede entender lo que le de la gana. Me explica que un adenoma pleomorfo tiene el inconveniente de poder crecer con el tiempo, dejarse apreciar a la vista y causar ciertas incomodidades como presionar nervios faciales. Y por eso es conveniente deshacerse de él. Que solo en un 10% de los casos es un tumor maligno.

Un 10%. Si me dicen que esas son mis posibilidades de ganar el Euromillón ya me estaría comprando bañador nuevo para unas vacaciones en las Bahamas.

Doctor Bocanegra me da un consejo que a partir de ese momento voy a escuchar en cada una de mis visitas médicas:

-No te pongas a mirar que es esto en Internet.

Tengo más cabeza que eso. Autoinformarse sobre ciertas cosas me parece tan arriesgado como automedicarse. Además, las imágenes de Google las carga el diablo.

Resulta que a quien es más difícil de engañar es a una madre. Y, aunque yo soy parco en detalles, rápidamente se da cuenta de la situación. Lo primero que hace es ponerse a buscar el adenoma pleomorfo en Internet, claro.

La ECOPAF, la resonancia y el problema del nervio facial

Tengo suerte y en lugar de dar con un documental de History Channel contando que el tumor de parótida es un perfecto asesino biológico desarrollado por el III Reich en los tiempos de Jesucristo encuentra información que confirma lo comentado por la doctora “¿Empatía? ¿Qué es eso?” y el Doctor Bocanegra que la tranquiliza. A mi también. El paso siguiente es una ECOPAF. Para los iletrados en temas médicos como yo, biopsia.

Cuando diez días más tarde, voy a recoger los resultados de la misma. Llevo los huevos por corbata.

No hay células atípicas, dice el informe. Al parecer, es la fórmula que se utiliza en estos casos. Si hay células atípicas, es cuando tienes un problemón.

Dando saltos de alegría, vuelvo a la otorrino que me recomienda un cirujano para extirpar al pequeño bastardo. Bocanegra me confirma que es una buena recomendación y, aunque mi madre me cuenta que tiene opiniones negativas en Google, tiro para adelante.

La verdad es que no es un alarde de simpatía, pero se supone que es la leche con el bisturí. Me manda una resonancia que confirma los buenos augurios anteriores y me informa de la complicación que puede tener la operación: el adenoma está tocando un nervio facial y éste podría verse dañado en la intervención.

El nervio es como un cabello de fino y se extiende a lo largo de ese lado de la cara para controlar el movimiento de la sonrisa. Si se viera afectado no podría sonreír con el lado izquierdo. Cuando te lo dicen después de confirmarte que el tumo no es maligno, parece poca cosa. Conforme se acerca la intervención comienza a parecer una putada de mayor calado.

Un 5% me dice el médico, las posibilidades de que salga mal.

Bajo el bisturí

Me trasladan por el pasillo en camilla y me sorprendo confundiendo lo que veo con decenas de películas. El clásico POV desde la camilla al techo en movimiento mientras te cruzas con puertas, puertas dobles y algunas caras. Me viene a la cabeza La escalera de Jacob. Y eso que no la he vuelto a ver desde 1990.

Me dejan en una especie de sala de espera en la que comienza a hacer un frío que pela y me cambio a otra camilla. De allí paso a algo llamado Sala de Reanimación. No es el más alentador de los nombres.

Nuevamente y a falta de experiencias anteriores, me siento como en una película. La cosa es entretenida al menos y contribuye a disipar mi nerviosismo. Me pinchan una vía de considerable tamaño en el antebrazo izquierdo mientras yo hago como que ni me entero y me ponen un sensor en el dedo corazón de la mano correspondiente. Con la enfermera charlo sobre vecinos pesados que nos ha tocado padecer. Entretanto, un grupo de enfermeras introduce un nuevo paciente en la sala de reanimación que ahora si comienza a hacer honor a su nombre.

Es una chica joven tapada hasta el cuello en mantas y con un apósito de grandes dimensiones sobre la nariz. Se ha debido meter una hostia del copón, pienso. El detalle tétrico es como le tiembla la mandíbula a la joven. Frenéticamente, como si estuviera más pa´allá que pa´acá.

La sitúan frente a mi. La muchacha, semiconsciente, habla pidiendo mantas. Dice que tiene frío, mucho frío. Las enfermeras se agrupan en torno a ella y le dicen que es normal.

Una de ellas se percata de que hay un curioso enfrente y comienza a extender un biombo. Mientras, las demás enfermeras comienzan a manipular los vendajes sobre la cara. Ella sigue balbuceando. Vas a quedar muy bien, le dicen. El pecho también, ya verás.

La muchacha que me parecía una paciente cero de World War Z tan solo se ha operado la nariz y las tetas. Jamás pensé que requiriera tanto sacrificio el tema.

Al cabo de media hora me llevan a la sala de operaciones y me sitúan en el centro. Es una sala sorprendentemente despejada y sin instrumentos de tortura a la vista del paciente. Un diez para quien pensó que era conveniente. Hace más frío que en la anterior. O será el no llevar ni calzoncillos.

Me saluda el doctor, me ponen la máscara de la anestesia mientras yo sonrío, más que nada por si es la última vez que puedo hacerlo, y antes de que me quiera dar cuenta zzzzzzzzzzzzzzzzzz…

Entre que entré en el quirófano y me regresaron a mi habitación pasaron como un par de horas. El despertar fue progresivo e irregular. Entreabro un poco los ojos, me doy cuenta de que hay gente a mi alrededor y me sumerjo de nuevo donde estaba. Así varias veces.

¡Ouch! Cuando comienzo a ser consciente de dónde estoy lo primero que siento es una tirantez de la hostia tras la oreja. La culpa la tiene una incisión que comienza a la altura del lóbulo y finaliza 14 grapas más abajo.

El Doctor Bocanegra me comentó en su momento que el cuello era la parte del cuerpo humano que más rápido cicatriza. 10 meses después de la intervención, puedo afirmar que es una velocidad que no me ha impresionado. Y aún sigo sintiendo, cuando me toco junto a la zona de la intervención, como si hubiera algo interponiéndose entre mi piel y mi carne. Es raro, pero no es lo peor que me pudo pasar.

Sonrío perfectamente.