A medida que he ido cumpliendo años, la Navidad se ha convertido en algo estresante por el gran esfuerzo que requiere en la preparación de menús, visitas de compromiso, reencuentros familiares y amistosos, compras, regalos… ¡una locura!

Exhausta y agotada, así es como me siento. Estaba ansiosa por recobrar mi vida, mi rutina, mi tranquilidad, mi espacio propio. Por fin han terminado y por fin volvemos a la rutina. Y, como todos en estas fechas, me he hecho un firme propósito, pero no de esos que probablemente no cumpliré, porque son demasiado ambiciosos.

Me he hecho la promesa de disfrutar el ahora, de hacer las cosas despacio, con calma, y saborear cada uno de los instantes de la vida.

Es hora de disfrutar de la tranquilidad de lo cotidiano, pero esta vez quiero deleitarme en la calma, en la dulce sensación de hacer las cosas despacio, muy despacio, como si no hubiera otra tarea en el mundo y tuviera todo el tiempo de una vida para degustar el ahora, el instante del presente.

Vivimos en los tiempos de la prisa y de la inmediatez, pasamos de puntillas por el instante presente, sin disfrutarlo o, más grave aún, sin darnos cuenta de que lo estamos viviendo. Nos obsesionamos, tozudos, por pensar en el momento siguiente y nos olvidamos de disfrutar lo que hacemos en el presente. No importa si es una tarea importante o si es algo prosaico, insignificante, baladí… Y creo que estamos cometiendo un desgraciado error, porque ese instante que dejamos escapar no volverá, y hemos sido tan insensatos que lo hemos dejado volar sin saborearlo.

¿Te acuerdas de cuando eras pequeño y el tiempo no existía? Solo reparabas en él cuando tu madre te llamaba con insistencia porque había llegado la hora de volver a casa. “Pero si acabamos de empezar a jugar”, te quejabas; cuando en realidad había transcurrido toda la tarde y estaba a punto de anochecer. Pues te propongo que vuelvas a tu niñez y recuperes esa despreocupación por el tiempo, que revivas la sensación de que lo único que te importa es disfrutar de lo que estás haciendo en cada momento.

Te invito a acompañarme en este placentero viaje en el que vamos a disfrutar de cada momento y cada segundo de algo tan sencillo como leer, no importa qué, poniendo todos los sentidos en captar los matices de cada uno de los adjetivos que describen una escena, disfrutando del cálido olor del papel, sintiendo en nuestros dedos el roce de las páginas que ya forman parte de nuestra vida. Y cuando hayas terminado, toma el libro entre tus manos y sueña con él, revívelo, imagina un final.

O cierra los ojos y escucha tu música, aquella que te eriza la piel, aquella que te trae el olor de la felicidad, o, por qué no, la que te arranca las lágrimas que tenías amarradas con gruesas sogas y no te atrevías a liberar. Escucha una, dos, cien canciones… o escucha tu preferida tres, cuatro o diez veces… no importa el tiempo, solo piensa en lo que te sugiere cada nota de esa música en cada instante.

O toma unas pinturas y con paciencia comienza a colorear mandalas, o traza garabatos con un lápiz solo por el placer de escuchar el sonido de cada trazo sobre el papel… lo importante es que centres tu atención en todo aquello que hagas, sin mirar el reloj, solo disfrutando de la parsimonia de cada movimiento.

Y si lo que deseas es disfrutar del amor, hazlo también con calma, muy despacio, como si el tiempo se hubiera detenido para hacer de ese momento una eternidad. Y después, sin prisa, vístete despacio… muy lentamente… porque nada hay más importante que detener ese precioso instante.