Adolescentes cazando Pokemons dentro del mar, jóvenes whatsapeando en la orilla, móviles que fotografían el alrededor atreviéndose a enfrentarse a materia tan poderosa como el agua, siendo impermeables a ella... Pero, ¿cómo hemos llegado a esto?

Cuando era pequeña, los niños y niñas de mi alrededor jugaban con palas en la orilla del mar, hacíamos castillos, figuras de dinosaurios y llenábamos el cubilete de agua para enterrar bajo la arena a los nuestros. Yo lo hacía con mi hermano, o con la pierna de mi padre, ya que un cuerpo de 1.90 metros no es fácil de cubrir.

Hoy en día los jóvenes se entretienen de otra manera, absortos por las nuevas tecnologías. El enganche del usuario ha traspasado cualquier barrera. Incluso la del agua, poderoso elemento que ya no impide ni que bajo sus mareas naveguen las ondas móviles.

En una de las playas de Ibiza, este verano dentro del mar, dos jóvenes asiáticos se bañaban en las aguas cristalinas con su teléfono última generación. Con la necesidad de capturar el momento, se tomaron varias fotografías con su móvil, cubierto por un estuche de plástico. Más tarde ella se retira a tomar el sol a su toalla y él permanece de rodillas en la orilla jugando con su celular. Pero, ¿qué es lo que está haciendo? ¿Whatsapeando, mandando fotos a China, descargándose una App o está cazando Pokemons? El hecho es que está obnubilado por su móvil, novio celoso que le roba toda su atención.

Las olas, cabreadas, tratan de 'escupirlo' fuera del mar. Pero él, pese a caerse varias veces insiste en agarrarse y seguir, incómodo o no, pegado a su aparato. ¿Quién tiene la culpa de esto? ¿Son los padres demasiado permisivos? ¿Son los medios de comunicación y los anuncios lo que nos crean esta necesidad? ¿Son las escuelas o las empresas las responsables de esta pérdida de interés hacia lo real?

Saber apreciar lo que nos rodea

¿Por qué estos chicos en vez de jugar entre ellos o simplemente mirarse a los ojos mientras se bañan, tienen la cabeza gacha con la mirada puesta en sus móviles? Se están perdiendo la belleza que les rodea; esa naturaleza que no es comparable con lo que una pequeña pantalla de cuatro pulgadas les puede dar. Deberíamos inculcarles desde pequeños a saber valorar el entorno, a apreciar la naturaleza y sobre todo a observar su alrededor. Valores que no deben perderse y que, en mi humilde opinión, es un trabajo de todos. Tecnología y naturaleza no deben entrar en conflicto, sino saber cuando escoger una o la otra. Poder desconectar de vez en cuando, porque cualquier abuso y dependencia es mala.

Entiendo la tecnología para mejorar la vida y facilitártela, como las cámaras de agua o Go Pro, que te permiten fotografiar la increíble vida que hay debajo del mar. Pero sustituir el disfrute y desconexión que implica estar en la playa por la conexión a internet constante... es otro asunto.

¿Qué será de aquellos jóvenes turistas asiáticos que vieron todo a través de sus cámaras cuando crezcan? ¿Qué sensaciones tendrán cuando vuelvan a su país, y queden los paisajes reflejados en sus móviles en lugar de grabados en sus retina? Y cuando sean mayores, todos sus recuerdos de esa playa de Ibiza estarán en esos aparatos, en vez de en sus corazones. Esa sensación de jugar, chapotear y mezclarse con la naturaleza fue sustituida por una de las mayores adicciones, el móvil. Por ello, llamo a la reflexión a que deberíamos ser nosotros los dueños de nuestros aparatos, y no al revés. Romper esa profunda dependencia y utilizarlo para lo necesario, sin que nos impida hacer otras cosas como relacionarnos, descansar o simplemente tener la mirada puesta en el horizonte en un bonito día soleado de playa.