Algo que distingue al pueblo de México de cualquier otro en la tierra es esa capacidad casi filosófica de tomarse las cosas buenas, malas y peores con humor. Muchas veces es una cualidad envidiable, otras no es la actitud más aconsejable quizá. El hecho es que, gracias a esta chispa que solamente nosotros tenemos y la riqueza cultural de nuestros antepasados, nace esta hermosísima tradición que es el Día de Muertos.

El Día de Muertos se celebra en México desde tiempos prehispánicos, en las culturas maya, azteca, purépecha, etc. Todos ellos hacían una celebración que duraba alrededor de un mes (sería el mes de agosto según el calendario actual) en la cual rendían homenaje a sus muertos.

Según la cosmovisión Mexica el Mictlan (o lugar de los muertos, mas no inframundo), tenía nueve distintos niveles en los cuales los finados enfrentaban diversas pruebas para al final llegar a la presencia de Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl, que traducido al español serían el señor o gobernante de los muertos y la dama de la muerte (ella con el tiempo se convertiría en quien se conoce como “La Catrina”, figura del arte popular mexicano relativo al día de muertos).

Es importante mencionar también que en Mictlan residían solamente aquellos finados por causas naturales. Los guerreros y madres que morían durante el parto pasaban sus días en el Tonatiuhichan o “casa del sol” y cuando era por causas relacionadas por el agua, el rayo o algunas enfermedades descansaban en el Tlalocan.

A partir de la colonización por parte de los españoles, algunas tradiciones trataron de reprimirse y otras tantas se modificaron; tal es el caso de las fiestas dedicadas a los muertos.

El festival que los mexicas dedicaban a Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl cambió de fecha y de nombre para adecuarse a la festividad católica de los santos difuntos, que tenía sus fechas en los primeros días de noviembre. Fue así cuando nace el día de muertos tal cual lo conocemos hoy en día, con las fusiones de la cultura e idiosincrasia hispana y mexica.

Mientras desaparecía por completo la imagen de Mictlantecuhtli, aquella que era su esposa Mictecacihuatl se transformó en lo que hoy conocemos como “La Catrina”, quien es un personaje que representa de manera no oficial esta festividad. De esta forma, creo yo, se da fuerza a una frase que en lo personal me ha encantado por todo el sentimiento y al mismo tiempo misticismo propio de nosotros los mexicanos.

“Las personas en México realmente nunca mueren, ya que siempre son recordadas”.

Y esa es la verdadera esencia del día de muertos, recordar a nuestros seres queridos, aquellas personas que nos precedieron o que simplemente deseamos nunca olvidar, ya que aquí se tiene la creencia que las almas de nuestros familiares o allegados, sean estos personas o animales, vienen a visitarnos en estos días. El primero de noviembre es dedicado a los niños y el día segundo es para los adultos.

Y para recibirlos como se merecen en esta su visita anual, preparamos ofrendas con la comida de la que gustaban en vida; además de los suculentos platillos hay otros componentes indispensables como los siguientes:

  • Incienso y copal: sirve para purificar el lugar que las ánimas visitan y lo hagan sin temor a ningún peligro.
  • Flor de muerto o cempaxochitl: sirven para dar a entender a las almas que nos da gusto su visita, que nos alegra su compañía y que esta reunión es una fiesta.
  • Pan de muerto: es un símbolo de fe en la tradición católica y de buena voluntad, el “cuerpo de Cristo”.
  • Veladoras y velas: se usan para alumbrar el camino del difunto a la ofrenda donde se le recibe; igualmente si están en forma de cruz, simboliza los puntos cardinales para que de esa forma no se extravíe.
  • Sal: para evitar que el cuerpo se descomponga en su camino de ida y vuelta a lo largo del año.
  • Agua: se usa para calmar la sed de los difuntos y darles renovadas fuerzas en su camino de regreso.

Éstos son los elementos más significativos o esenciales que debe llevar una ofrenda el día de muertos; definitivamente una tradición que debe vivir para siempre dada su importancia cultural y al mismo tiempo personal.