Eran mi refugio. Y aún siguen siéndolo. Eran aquel rincón de casa donde la imaginación no tenía límites y aún hoy día, en mi nuevo hogar, siguen siéndolo. Era ese amigo que nunca falta, que siempre me acompañaba, que siempre sabía responder a mis miserias o mis alegrías, que siempre me hacía sonreír cuando más triste estaba o que siempre me ayudaba a llorar cuando así lo necesitaba. Y aún hoy, treinta años después, sigue siéndolo.

Aprendí de la mano de mi hermana a quererlos. Aprendí a acariciarlos. A sentirlos y cuidarlos como si fueran el tesoro más preciado. Guardados todos y cada uno de ellos en un compartimento de mi yo más profundo. Guardados, pero nunca olvidados, porque todos me marcaron de un modo u otro. Porque todos me hicieron sentir diferente. Porque todos me hicieron vivir. Y quiero creer que en todos ellos, aunque fuera por las caricias, dejé un trocito de mí para engrandecer su alma, con la quizás vana esperanza de que cuando ya no esté, quién lo lea después, sepa también apreciarlo y darle ese mismo cariño. A fin de cuentas por eso son inmortales: porque se nutren de los sentimientos de quienes los leen haciéndolos perdurar siglos y siglos.

Estoy seguro que mi historia es la de otros muchos. La de tantos y tantos como yo que encuentran en cada libro ese espíritu del viejo juglar que recorría en la Edad Media tierras indómitas, obviando los peligros que les acechaban. Trovadores pasados, presentes y futuros que narran la historia del mundo ficticio o real desde el blanco de sus hojas, unas veces con gritos desgarrados de libertad y otras con susurros nostálgicos.

Mientras, en mi mencionado hogar, me elucubro mi propio jardín, mi propio apartado, en un confortable sofá, mi gata en las rodillas y, cómo no, un libro entre mis manos, dispuesto a esperar ansioso un nuevo 23 de abril, un nuevo Día del Libro, comercial como siempre, para qué negarlo, pero, a fin de cuenta, digno de celebrarse igual que celebraría el cumpleaños de mi mejor amigo.

"Me crié entre libros, haciendo amigos invisibles en páginas que se deshacían en polvo", decía Daniel, aquel cálido personaje de La sombra del Viento (Ruiz Zafón) con el que tanto me identifiqué ¡Cuánto deseé perderme en aquel Cementerio de Libros Olvidados!

Mentiría si dijera que mi vida ha sido una constante búsqueda de un paraíso literario, pero no lo hago al decir que, siempre que he podido, en mis viajes, he visitado alguna librería o biblioteca donde sentirme como en casa. Y a lo largo y ancho de algunos de esos viajes he tenido la enorme suerte de descubrir bellísimos vergeles literarios.

Entre las que he visto, y las que nuestro querido internet pone a nuestro alcance, la elección de las mejores bibliotecas del mundo y de las mejores librerías, se hace realmente difícil. El olor que desprende, los sonidos cadenciosos que se oyen, el ambiente, la originalidad, la monumentalidad… tantos y tantos factores.

Rememoro, y al fin me paro en éstas.

Biblioteca de la Trinity College, Dublín

El Libro de Kells es todo un símbolo de la cultura irlandesa y desde luego una obra de arte solo al alcance de aquellos fatigosos escribas cenobios que habitaban en los Monasterios de Kells e Iona. Se encuentra en Dublín, en el mismo edificio de la biblioteca de la Trinity College, aunque no en las magnas salas que tan asombrados suelen dejar a quienes las visitan.

La Long Room, en especial, es digna de ver: 65 metros de longitud de una sala que rebosa arte, esplendor y sabiduría. Perfecta para la universidad más antigua de Irlanda.

Biblioteca Nacional de Praga

El barroquismo de la sala principal de la Biblioteca Nacional de Praga es impresionante. Al igual que su techo, de Jan Hiebl. Recargado, dirían algunos, pero no por ello dejar de lucir esplendoroso. De origen monástico dominicano, fue a principios del siglo XVII cuando empezó a adquirir sus tintes bibliotecarios al transferirse al Clementinum los libros de la Universidad Carolina. La actual Biblioteca Nacional se fundó en el año 1781.

Biblioteca Nacional de Austria, Viena

Siete millones de libros al alcance de la mano. Lectura infinita rodeado del lujo imperial más glamouroso que pueda pretenderse para una biblioteca. A fin de cuentas, es Viena, la de los valses, la de las grandes reuniones monárquicas en tiempos del Imperio austrohúngaro. El centro de la cultura europea de la época.

Biblioteca Real de San Lorenzo de El Escorial

Lo patrio tira lo suyo, y no podía dejar atrás a nuestra querida península sin referirme a la que para mi gusto, de cuantas conozco, es la más sorprendente y lujosa: la Real Biblioteca de San Lorenzo de El Escorial, muy a la altura del inmenso conjunto palaciego monasterial que se alza en esta localidad madrileña. Fundada por Felipe II, he de reconocer que su Sala Principal no es para disfrutarla leyendo un libro, sobre todo, porque es difícil concentrarse ante semejante despliegue arquitectónico.

Bibliotecas por curiosidad

Suelo lanzarme a bibliotecas monumentales. La Historia me tira mucho, y me gusta verme rodeado no solo de libros, sino de señales del pasado que han tenido que vivir. Sin embargo, como todo buen bibliófilo, me gustaría poder llegar a alcanzar el summum del placer que debe ser estar en tres bibliotecas que albergan volúmenes que no están al alcance de cualquier mortal.

¿Quién no ha soñado con perderse por las Salas de la Biblioteca Vaticana? ¿Qué libros prohibidos no se encontrarán allí? ¿Cuántos misterios pasados de la Iglesia se encontrarán ocultos entre sus hojas y pergaminos?

Lo mismo podría decir de la Biblioteca del Congreso de EEUU, en Washington D.C., con casi 37 millones de libros en sus estanterías (entre ellas una de las cuatro copias de la Biblia original de Gutenberg), y 158 millones de documentos (entre ellos la Declaración de Independencia).

Y, por último, la Biblioteca Alejandrina en Alejandría, Egipto, solo por el enorme placer de encontrarme sobre el mismo suelo que un día, siglos atrás, albergara la que fuera la más famosa biblioteca de la Antigüedad y que tan lastimosamente se perdiera.

Llega el momento de desplazarnos para buscar ese nuevo libro para nuestra biblioteca personal, e incluso aquí se hace difícil decidir qué librería tiene el encanto más especial. Cada una con sus propias características, pero aquí van unas cuantas que bien se merecen la visita:

Ateneo Grand Splendid de Buenos Aires

Bastaría decir que esta librería se encuentra en el interior de un antiguo teatro. Bajo la cúpula, y respetando los balcones de lo que antes eran palcos, ahora se acogen más y más estanterías que en semicírculo se colocan dispuesto a ver la gran función en el patio central.

Shakespeare & Co, París

El nombre de por sí ya es indicativo de lo que podemos encontrarnos. Inspira confianza a pesar de que su exterior un poco apagado rezuma, sin embargo, el olor de lo añejo. Es pequeño e incluso estrecho, pero eso es parte el encanto, tanto que incluso en su interior hay un pozo de los deseos en los que echar la moneda esperando Dios sabe qué.

Words on the Water, Londres

No es una librería a la vieja usanza pero es que merece su espacio aquí por su originalidad. Se trata de una librería establecida sobre una barcaza que navega por Londres en los barrios de Camden Park y Paddington.

Polare Maastricht

Si en Buenos Aires os hablaba de una librería que hay en un teatro, en este caso, la Polaris se encuentra en el interior de una enorme catedral que tiene más de 700 años de antigüedad. Eso le ha valido el ser considerada en varias ocasiones como la librería más bella del mundo. Se encuentra en Maastricht, Holanda.

Librería Lello e Irmão, Oporto

No puedo dejar de hablar de librerías sin referirme a una de las más populares del mundo, la Librería Lello e Irmão de Oporto. La madera noble, la escalinata central, las vidrieras que hay en el techo. Todo un conjunto en perfecta armonía.

Es curioso. Hoy, mientras escribo esto, me doy cuenta de que éste es mi estado ideal, sumergido en las hojas de un libro, en una biblioteca, como ahora mismo, rodeado de gente como yo que aprecian el silencio ruidoso de los gritos y risas de sus palabras vacías de aliento.

Lo siento. He de dejaros. Un libro me llama. Voy, compañero...