Uno de los personajes que más influenció la narrativa y la fecunda imaginación de Gabriel García Márquez fue su abuelo, el coronel Nicolás Ricardo Márquez. Su sombra o presencia evidente se manifiesta con fuerza en su primer libro, La hojarasca, también en Cien años de soledad y, obviamente, en El coronel no tiene quien le escriba y este, el abuelo, es dibujado como un hombre solitario, fuerte de carácter, capaz de oponerse a todo el pueblo y hacer lo que él creía razonable y justo.

Un personaje habituado a dar órdenes y a ser obedecido, que se retiró al Caribe después de un duelo, donde dio muerte a su adversario y que se nos introduce como “el abuelo” con su bastón desde la primera página del primer capítulo de La hojarasca, donde el coronel insiste en dar sepultura al odiado médico, respecto al cual todos esperaban pudiera pudrirse encerrado en su vieja casa por no haber abierto la puerta y dado asistencia a los heridos de una guerra olvidada.

Pero la fuerza de esta figura, real y ficticia a la vez, encendió las llamas de la imaginación creativa de Gabriel García Márquez, quien, desde niño, trató de explicarse el extraño comportamiento, divergente y a la vez firme, del abuelo, que hacia cosas aparentemente sin sentido, como hacer abrir el ataúd del muerto para poner dentro de él el zapato que quedó olvidado en el piso.

No sabemos, y quizás nunca lo sabremos, cuánto hay de verdad en las descripciones que el autor hace de su abuelo, pero lo que sí sabemos es la fuerza enorme y avasalladora de su presencia, que hizo de su nieto un observador agudo de viva imaginación y un artista.

La casa de los abuelos de Gabriel García Márquez, fue convertida por él mismo escritor en museo el año 2005, evidenciando nuevamente la veneración y respeto que este sentía por su abuelo, el coronel de la guerra de los Mil Días y compañero de armas del coronel: Aureliano Buendía.

En la historia de La hojarasca, al inicio, cuando estaban en el cuarto solos con el muerto, el niño, el autor, para huir de la escena, le pide a su madre permiso para ir al baño y el abuelo se lo niega y es este cóctel de admiración y exigencia es el que disciplina y da dirección a nuestra fantasía e interés por el mundo.

Un sentimiento profundo, que reconozco fácilmente porque, en cierta medida, refleja lo que siempre he sentido por mi madre, la señora jueza. Una mujer fuerte dedicada a su trabajo, a los libros, a la justicia y amante secreta de la poesía.