Este es un tipo corriente. De esos que hay a montones por la calle, te los encuentras a cientos en el día a día. Abundan por desgracia. El tipo de gente que lo que mejor saben hacer es molestar. Básicamente es lo único bueno que se puede decir de ellos. Nacieron con la capacidad de incordiar al prójimo. Hacer su día más difícil. Sabéis a qué gente me refiero. De esos que al caminar por la calle no se dejan adelantar, te ven venir y se echan hacia el lado por el que los quieres pasar o esos que se tiran encima de ti cuando estas en una cola, o los que te destrozan el final de una película que no has visto. Esa gente que se apresura para robarte el taxi o el último carrito o cesta de la compra. Esos que cuando te ven llegar aprietan la tecla del ascensor para que se cierren las puertas y dejarte fuera. De los que conduciendo aminoran para pasar los últimos el semáforo y dejarte la luz roja. No consigo imaginar qué perverso placer obtienen en esos pequeños gestos cotidianos.

Yo, por mi parte, los detesto. Me sobrepasan. Creo que soy una persona con bastante autocontrol, pero hay veces… que no me puedo aguantar. Tardo en llegar a ese límite, no es fácil, como digo, me contengo mucho. Mi medico me ha dicho que no lo puedo dejar dentro, que tengo que soltarlo. Hay veces que me dejo llevar demasiado y luego hay que pedir disculpas. En un momento visceral quién no ha dicho algo que no debía. Pero cuando llego al punto de no retorno tengo que soltarlo, por prescripción médica, claro.

El caso que ejemplifico aquí hoy pasó no hace mucho. En el trabajo. Mi compañero de trabajo es de esos especímenes arriba citados. Tiene ese don de sacar de quicio hasta al mismísimo Dalai Lama. El típico que te revuelve los papeles, te lo cotillea todo, hasta el móvil si se lo dejas cerca, todo lo descoloca, rompe los lápices, esconde los bolígrafos, nunca pone papel en la impresora, siempre tiene un sonidito que reproducir, unas llaves que zarandear, un comentario banal tirando a obsceno que hacer… Una pregunta indiscreta que realizar y que siempre, siempre busca hacerte perder el tiempo. Y que, para colmo, se cree muy listo. Vamos, un autentico idiota de libro. De hecho ese es su apodo. Se lo ganó a pulso después de quedarse encerrado en el ascensor del edificio por ponerse a bailar en él. Tuvieron que venir a sacarlos los bomberos, en realidad, creo que nadie estaba por la labor de sacar a la bestia de la jaula, se respiró una paz el tiempo que estuvo encerrado allí… Le quedaban diez minutos para terminar e irse y el muy idiota se quedó media hora más de la cuenta.

Pues bien, uno de esos días cualesquiera en el que ya me había hecho unas cuantas de las suyas mi dique diplomático no pudo más. Llevaba toda la mañana bombardeándome con estupideces y, como siempre, creyéndose muy listo. Desde el otro lado de la habitación y en voz alta me interpela esta vez:

«Berta, a ti te gusta leer, quiero que me recomiendes un libro».

Esta podía parecer una pregunta normal, pero el peligro se cernía. Sin dejarme siquiera contestar prosigue:

«Necesito un libro de autoayuda».

Y lanzó una risita estúpida, ¿quizás sugiriendo que era yo la que necesitaba ayuda? Nunca se sabe con estos tipos y yo lo habría dejado ahí, como siempre, si no fuera porque ese día mi paciencia ya se estaba apunto de desaparecer. Con mucha parsimonia le contesto:

«Yo no leo esas cosas».

«Ah, ¿y por qué no?» y a ti qué te importará, mendrugo, lo que yo lea o deje de leer.

«Pues porque no».

«¿Y por qué no?» insiste y promete ser una de sus letanías que no cesa en toda la mañana así que resisto y le respondo para terminar cuento antes:

«Porque habiendo tantas cosas que leer, no leo esas».

«¡Ah! ¿Y qué lees, a ver?» supongo que a él, que no habrá tocado un libro ni de casualidad, alguien le habrá mencionado ese tipo de libros y querrá uno tipo Cómo hacerse millonario en 10 pasos, que es lo único que le mueve en esta vida.

«Pues otras cosas» continúa mi diplomacia, pero ya atisbando el derrumbe del dique y el tsunami a punto tocar tierra.

«¿Qué otras cosas?» con tono irónico, ¡como si no hubiera otras cosas! ¡Como si me estuviera inventando que yo leo! ¡Como si me quisiera poner en el mismo saco que en el suyo!, ¡¡como si el Idiota me estuviera intentando llamar idiota a mí!! Ah, no, ¡por ahí no paso! Mi mente se va rápida a mi mesita de noche, a la portada del libro que tengo sobre ella. ¡Por fin! ¡Qué dulce venganza!

«¿Quieres saber qué estoy leyendo?» respondo mientras me levanto para que todo el mundo lo escuche.

«Sí». sonrisita irónica, espera que le diga las cincuenta sobras de no sé qué. Mientras, él camina hacia mí.

Espero hasta que llegue justo enfrente. Esta delante de mí y mi pausa dramática ha hecho que todos los presentes en la sala esperen atentos el desenlace de la historia. La guinda del pastel.

«Me estoy leyendo… EL I-DI-O-TA» sílaba por sílaba se me llena la boca, lo pronuncio despacito con la boca bien abierta. ¡Por fin alguien llamaba idiota al Idiota! Algo bastante singular de los motes en los lugares de trabajo es que no sabes cuál es el tuyo. ¡Él desconocía por completo que se le conocía mundialmente como el Idiota!

La risa de los compañeros fue instantánea, la habitación entera se llenó de una algarabía múltiple, a coro. El Idiota se tuvo que reír. Puede que haciendo gala de su apodo ni se diera por aludido, pero el alboroto no cesaba. Hasta tal punto que salió nuestro jefe del despacho. Lo había oído todo también y entre risas se apresuró a decir:

«¿Eso es verdad?». Otro que tal baila…

«Sí, claro. Es un libro muy bueno de Dostoyevsky» respondo.

«¡Ah, no! ahora me hablas en chino» dice el Idiota.

Vuelven las risas a la habitación, él se ríe también pensando que es muy ocurrente.

«Es el Cervantes de Rusia» termino por aclararle.

«Cer…¿quién?».

Ahí ya no hubo tanta risa. Y tampoco nada que decir. Ni nada que hacer si se piensa bien. Él pensó, probablemente, que era muy gracioso y que me había dejado sin palabras. Yo pensé que no merecía la pena explicar nada. De repente se reconstruyó el dique de nuevo. El tsunami pasó de largo. Tampoco hay que hacer leña del árbol caído, ¿no es verdad?. Además, hay que saber cuándo la batalla está perdida.

Mi médico está muy orgulloso de mi. Dice que estoy haciendo grandes progresos con lo del autocontrol. Yo le dije que era todo gracias a un libro que me estaba leyendo…

«Espero que no sea con uno de esos libros de autoayuda…» dijo él.