El gran público asiste a la progresiva caída del F.C. Barcelona en los últimos compases de la presente temporada futbolística con una mirada incrédula. La forma en la que un equipo que hasta hace un mes convertía todo lo que tocaba en oro puro desde el punto de vista del rendimiento y los resultados ha devuelto la emoción a la Liga es más que sorprendente y, de hecho, provoca comentarios incluso en los círculos de personas menos afines a este deporte. ¿Cómo es posible? Encontrar una respuesta científica se antoja más que complicado. Pero más allá del análisis futbolístico que podemos encontrar en cualquier medio especializado, saltan a la vista, por llamativas, unas declaraciones del que es uno de los pesos pesados del vestuario azulgrana, el siempre polémico Gerard Piqué: “Prefiero perder así que ganar jugando mal, como estos días”.

Se trata de una simple frase que lleva implícita una forma muy particular de ver el deporte. Y hablando concretamente del fútbol, conlleva un tema de discusión tremendamente controvertido según el tipo de aficionado que seas, y sobre todo al equipo del que seas hincha. Desde que el recientemente fallecido Johan Cruyff cambió los destinos del Barça y transformó la entidad no sólo de club ‘perdedor’ a ‘ganador’ en el fútbol español, sino también en cuanto a la forma de concebir el fútbol en sí a principios de los 90, los aficionados culés han antepuesto el juego a los resultados. Para un seguidor del Barcelona, las victorias tienen mucho menos crédito si van acompañadas de un tipo de juego que no se corresponda con los valores que el holandés inculcó en La Masía, fruto de su experiencia desde que era joven en el Ajax. Esto es: un fútbol donde la posesión de balón es la base para alcanzar la victoria y donde siempre se juega al ataque, proponiendo en lugar de defender y siendo siempre el equipo que lleve la iniciativa. Esto como resumen muy corto de un sistema de juego tremendamente complejo, que con el paso de los años ha sufrido cantidad de modificaciones, mejoras y cambios.

Cuando el Barça de Cruyff potenció esta forma de jugar, los grandes rivales del equipo azulgrana tuvieron que adaptar sus sistemas y sus tipos de fútbol para intentar superar a un equipo que en ese momento resultó imparable durante varios años. Del mismo modo, otras versiones culés posteriores en el tiempo, sobre todo las de la era del también holandés Frank Rijkaard en el banquillo (2003-2008) y principalmente Pep Guardiola (2008-2012) construyeron equipos ganadores en base a estas ideas sobre la posesión y el juego de ataque. La más reciente, comandada ahora por Luis Enrique, también ha establecido sus propios récords y éxitos, como el celebrado triplete de 2015 (Liga española, Copa de S.M. el Rey y Champions League). Y paralelamente a estas etapas, los enemigos del Barcelona como el Real Madrid, el Atlético de Madrid y otros equipos han intentado neutralizar al conjunto azulgrana con muy diversas formas de jugar. En ocasiones parecidas aunque, en la mayoría de ellas, basándose en un sofisticado sistema defensivo que intentase cortar todas las virtudes de los jugadores del Barça y marcando las diferencias con contragolpes rápidos y letales.

El resultado de estas dos formas antagónicas de jugar a un mismo deporte ha venido provocando momentos de enfrentamientos enormemente competitivos desde el punto de vista deportivo, que incluso suelen saltar a la palestra de lo estético e incluso de lo ético entre aficiones, periodistas y analistas de toda clase. La fabulosa etapa de éxitos de la selección española entre 2008 y 2012, con la conquista de dos Eurocopas y un Mundial por primera vez en su historia, ha contribuido a elevar estas confrontaciones basadas en distintas formas de juego a niveles casi insoportables. Basada en la plana mayor de jugadores del Barcelona que logró todos los triunfos imaginables con Guardiola, no nos equivocaremos si afirmamos que la Roja ha entrado en la historia del fútbol con un sello e identidad propias, distinguida por la prensa internacional como una de esas selecciones nacionales que han marcado una época con mayúsculas por una particular forma de jugar al fútbol, muy parecida a la que el Barcelona lleva practicando con mayor o menor continuidad los últimos 25 años. La discusión sobre si fue el Barça el que copió a la selección o la selección al Barça es otra historia que merece un análisis aparte.

Pero, llegados a este punto, volvemos a recoger las palabras de Gerard Piqué para abordar el quid de la cuestión: “Prefiero perder así que ganar jugando mal”. Jugar mal para el central azulgrana es no ser fiel a lo que el Barça entiende como el único fútbol posible que puede practicar su equipo, algo totalmente entendible si corroboramos que, por tipo de futbolistas en la plantilla y por trabajo táctico realizado, el equipo culé rinde mejor en tanto en cuanto juegue al ataque y a través del toque y la posesión. Pero, ¿acaso no jugar así significa ‘jugar mal’ al fútbol? La apropiación de los términos ‘jugar bien’ y ‘jugar mal’ viene sucediendo desde que el fútbol es fútbol, pero en España hace tiempo que la hemos asociado a estos dos conceptos. Probablemente influidos por los éxitos incontestables de un club que, de forma objetiva, en general ha dominado el balompié nacional en las dos últimas décadas. Sin embargo, utilizarla cotidianamente (y en esto hasta el que escribe se apunta al carro del error) supone aceptar que sólo existe una forma de jugar bien a este deporte, algo que además de ser mentira resulta un ejercicio de intolerancia considerable.

En los últimos años, si buscamos dos equipos que han conseguido encarnar a la resistencia más absoluta en cuanto a amenaza deportiva y antagonismo futbolístico sobre el Barcelona aplastante de los ‘jugones’ y el célebre ‘tiki taka’, término acuñado por el difunto periodista Andrés Montes, esos han sido el Real Madrid de José Mourinho (2010-2013) y ahora mismo el Atlético de Madrid del Cholo Simeone. Los dos combinan similitudes. Aquel equipo blanco y este conjunto colchonero son parecidos en cuanto a un estilo defensivo o, al menos, aguerrido desde el punto de vista de no conceder ocasiones, la eliminación de las virtudes del rival como forma de potenciación de las propias, el contraataque como mejor arma ante un enemigo que siempre tiene más la pelota y la iniciativa y un componente añadido de presión física y psicológica: Desesperar al rival como forma de igualarse a él, intentando rozar los límites del reglamento.

Aunque el Real Madrid comandado por el técnico portugués tuvo muchísima peor prensa y fama que este Atlético al que ahora muchos alaban (otro tema plagado de demagogia que también merecería un artículo aparte), es cierto que si esto sucede es porque Mourinho ejercía un papel de presión mediática irreverente y rebelde fuera del terreno de juego, sin duda éticamente discutible. Pero, en general, esta forma de jugar está calificada como “mala” por una enorme parte de la prensa especializada. O se camufla a través de análisis que en todo caso la puntúa por debajo de la que practica el rival, siempre que ésta sea más ofensiva o constructiva. Ya sea con críticas abiertas o bien justificando el estilo con disfraces de varios tipos y formas (peor presupuesto, peores jugadores, imposibilidad de practicar otro estilo, etc.), la norma es dar por sentado que lo bueno es un tipo de fútbol determinado, y que todo lo que no se le acerque o se le parezca son otras formas de llegar al objetivo. Lícitas (o incluso a veces ni siquiera, según a quién se le pregunte), pero menos honorables.

Según el reglamento y las normas del fútbol como deporte, gana el partido el equipo que marque más goles. La forma de hacerlo o la estética con la que se consiga llegar a esta meta dan lo mismo, siempre y cuando todo se haga conforme a las reglas. En ningún sitio está escrito que el equipo que logre un marcador más abultado manteniendo más la posesión que el rival obtenga más puntos. Ningún conjunto obtiene más ventaja si marca un gol tocando la pelota cincuenta veces antes de introducirla en la portería contraria respecto al que lo consigue con un solo toque. Pero todos, en general, y algunos interesados en particular, y de forma perversa, han conseguido, a través de años de práctica y de machaque constante en los medios, convencer al mundo del fútbol de que sólo existe una belleza aceptable, la suya. Un ejercicio de propaganda digno del mayor de los maestros. Ya quisieran algunos políticos haber convencido a su audiencia de que ésta piense por sí misma algo que no estaba establecido así. Y cuidado, que quien levante la voz sobre este asunto será tachado de antisistema, de peligro para el deporte de mal absoluto para la belleza del mismo. Incluso de ‘facha’, término que absurdamente más de uno asoció a Mourinho en su día no se sabe muy bien por qué. Suele decirse que los intolerantes, precisamente, tildan de ello a quienes son sus enemigos para intentar engañar al gran público y así ganarse su confianza de manera populista.

Está claro que, de forma general, todos preferimos un tipo de fútbol a otro, y en esto también me cuento para que nadie piense que soy sospechoso. Yo querría que mi equipo juegue al toque y al ataque siempre porque me divierte más. Pero de ahí a menospreciar, hay un trecho. Nunca está de más ir en contra de lo aceptado por la masa sin análisis alguno.