Talento. Energía. Fuerza interior. Nadia Comaneci nació con algo especial dentro de ella. Una fortaleza que le hizo llegar a donde llegó, y superar todas las trampas que le puso la vida por delante. Aquella niña que con tan sólo seis años destrozaba los muebles de su casa revolucionando a sus padres, terminó revolucionando años más tarde al mundo entero.

Sólo era feliz en el gimnasio. Entrenaba seis y ocho horas al día. Pero no le importaba, ya que era el único lugar donde encontraba paz, calma interior y la libertad. Libertad con sus saltos, con sus giros y volando como un pájaro. Rodeada de sus compañeras, creció y se formó gracias a su mentor, el gran Bela Karolyi. Su profesor de 1968 a 1981, que ejerció mucho de padre. Su vida no ha sido fácil para nada. Sólo hay que fijarse en su mirada de aquella época, cuando era tan sólo una niña de 14 años. Se alzó con el primer 10 de la historia en unos Juegos Olímpicos (Montreal 1976) y ganó nueve medallas (cinco de oro). Tan sólo participó en dos Juegos Olímpicos. Lo suficiente para colocarse en lo más alto, para ser una de las mejores gimnastas de la historia. En la memoria queda aquella preciosa lucha entre la rusa Nellie Kim (cinco oros en JJ.OO) y la joven rumana Nadia Comaneci. Aquella chica de flexibilidad extrema que desbancó a las rusas de lo más alto del podio.

Pero claro, esto trajo sus consecuencias. Nadia se convirtió en el punto de mira del dictador de Rumanía, Nicolae Ceausescu. La policía se encargaba de seguirla y observar qué hacía. Querían controlarla, ya que era conocida en todo el mundo, y el dictador quería mostrar fortaleza y victoria. Pero la gimnasta rumana terminó retirándose de la alta competición. Una lástima que los amantes del deporte no pudieran disfrutar más de ella.

Nadia huyó hacia los Estados Unidos para escapar de la dictadura de su país

No la dejaron. Tuvo la desgracia de nacer en un país que se convirtió en una pesadilla. Tuvo que huir hacia los Estados Unidos para encontrar una vida mejor. Sufrió los abusos además del hijo del dictador. Tema del que jamás ha querido hablar pero que nunca ha negado. Tan sólo dice que fue una época muy mala de su vida y que prefiere no recordarla. El caso es que tuvo que huir, como explica emocionada, de su hogar, de su familia. “Cuando me fui no sabía si los iba a volver a ver”, afirma. “Tuve que pasar un tiempo para saber que ellos estaban bien”, señala. Ahora Nadia viaja a Rumanía cinco o seis veces al año, donde continúa su familia “ahora en un país libre”, reitera.

La situación política de su país frenó su infancia, influyó mucho en su crecimiento interior, le hizo ser adulta cuando era realmente tan sólo una niña. Aquella niña que tanto sufrió es ahora una mujer feliz, con un marido al que conoció aquel famoso día que marcó su vida, en 1976 en los Juegos Olímpicos de Montreal, cuando ambos eran muy jóvenes. Ahora disfrutan de un niño al que llaman Paul Dylan (por Bob Dylan y su ex entrenador), en Oklahoma, rodeada de su trabajo y su familia.

“No debes arrepentirte de lo que has hecho en la vida, sino de lo que no has hecho. Así que haz y disfruta todo lo que puedas”. Esta frase es de Nadia. Demuestra claramente sus ganas y su fuerza de vivir. Una mujer valiente, a la que no le cuesta reconocer que sí, utiliza botox para sentirse más bella. A la que se le ilumina la cara cuando habla de su presente, de sus viajes y su hogar. Aquel hogar que un día le arrebataron. Le robaron su infancia, su juventud. Una mujer que tiene ahora paz por fin. Que huye de hablar del pasado. Demasiado sufrimiento, mucho pasado para volver la mirada hacia atrás. Su rostro no es de felicidad cuando recuerda aquella niña, que fue puntualmente feliz en alguna ocasión pero que lo que vino después fue tan duro que no desea pese a su éxito que su hijo pasara por ahí.

Siempre se le criticó que fuera algo inexpresiva. Es cierto que tenía mirada y un saber estar propio de una adulta, pero tuvo que hacerse así, escudarse en esa imagen o morir. Y ella prefirió vivir. Ahora es una mujer bella por dentro y por fuera. Fuerte, valiente y feliz, con mucha experiencia. Que desea, y debemos respetarlo, más hablar de sus viajes y proyectos de ahora, que de aquella huida de su país natal.