Edward Snowden retomó el testigo de esos ejemplos vigilantes que desenmascaran las mentiras de gobiernos y corporaciones. Ahora, lejos de las garras de EEUU, su historia llevada a la gran pantalla se alza con la estatuilla dorada en el corazón norteamericano de la meca del cine.

La categoría Documental en los Óscar era un impasse que a uno le permitía levantarse del sofá para ir a por un refrigerio mientras veía la ceremonia por televisión. Pero en esta ocasión, el premio centraba una gran atención entre el público y, por supuesto, no hubo sorpresas.‘Citizenfour se alzaba con la estatuilla dorada.

La cinta cuenta cómo unos desconocidos (Snowden, Poitras y Greenwald) tramaban a espaldas del mundo una de las filtraciones que más ha impactado en la sociedad. El documental incluye las entrevistas que los periodistas hicieron en Hong Kong al técnico informático y cómo se fue desarrollando esta historia que ha traspasado los límites del papel y el celuloide.

Antes del Óscar, la obra de Laura Poitras había ganado otros 13 premios, entre los que destacan el de mejor documental en el Gotham Independent Film Awards y los Bafta.

¿Quién es Snowden?

Irrumpió como un huracán en la actualidad internacional. Sus revelaciones sobre un programa de espionaje masivo de las comunicaciones por los servicios secretos estadounidenses generaron un colapso informativo y su rostro protagonizó todas las portadas de la noche a la mañana.

El ex técnico de la CIA acumuló, durante años de trabajo para la Agencia, innumerable información sobre la “buena” praxis de la Administración Obama. Datos que evidencian que, tras la fachada del supuesto producto de marketing político norteamericano, aflora ese gen presente en todos aquellos que ocupan el despacho oval.

Una vez que la prensa dio a conocer los secretos guardados por Snowden, la maquinaria estadounidense inició una cruenta cacería para dar con el paradero de la nueva “garganta profunda” y encerrarle en la cámara blindada donde quedan olvidadas las verdades incómodas -allí compartiría su tiempo con otros infames como el Área 51, el asesinato de JFK o el viaje a la Luna…-, esas historias que hacen las delicias de los amantes de la teoría conspirativa.

El joven Edward había soñado con emular a los grandes Bob Woodward y Carl Bernstein, Jeffrey Wigand, Bradley Manning y por supuesto el fundador de WikiLeaks, Julian Assange. Hong Kong era su refugio alejado del gran hermano de la Casa Blanca. Lo peor que le puede pasar a un superhéroe es perder el anonimato y así le pasó a Snowden tras quedarse sin máscara. El verse reflejado en cada portada, en cada pantalla allá por donde iba, le empujó a cambiar de aires y volar hacia Moscú. Uno de los pocos destinos donde los tentáculos de Washington no tienen poder, o casi.

Pero el plan B no salió como esperaba y, al bajar del avión, no había extendida ninguna alfombra roja, tampoco honores ni abrazo de camarada por luchar contra el imperialismo yanqui. Al contrario, nunca llegó a pisar suelo ruso y su triste figura aún deambula por ese llamado limbo de la zona de tránsito del aeropuerto de Sheremétievo.

Y es que parece que las palabras de Vladímir Putin eran pólvora mojada y decidió hacer la de Poncio Pilatos. Snowden se aferró a la desesperación y envió solicitudes de asilo de manera indiscriminada y sin norte. Sus demandas iban cayendo como las fichas de dominó a la vez que su esperanza se esfumaba.

Entonces apareció él, el líder indígena se ofreció a ser el cebo para destapar que las barras y estrellas van más allá de la llamada tierra de la libertad. Europa, como buen perro fiel, actuó como la ley de la calle actúa con los chivatos y así protagonizó uno de los mayores esperpentos de la diplomacia mundial. Como no, España también aportó su inestimable granito de arena y a su embajador en Viena le ha valido su nominación al Óscar por su papel de invitado a un café en el avión de Evo Morales.

Dicen que este bochorno fue ideado por el bloque latinoamericano. Los “no alineados” querían descubrir las artimañas estadounidenses y quienes eran los lacayos de Barack Obama.

Una vez desenmascarada la democracia occidental, dirigentes como Nicolás Maduro, Dilma Rousseff, Cristina Fernández, José Mujica, Daniel Ortega, Rafael Correa y el propio Morales, entre otros, dieron un paso al frente y de manera unánime (por eso de la unión hace la fuerza) se lanzaron al contraataque. Esta era la oportunidad que estaban esperando para clamar contra la colonización y el yugo del imperio. Y es que tantos años de conquista dejan mucha huella en el colectivo latino.

La visión de un mundo multipolar no gusta en ciertos despachos, más concretamente en uno (y el más famoso). Quizá esto no es lo que buscaba Edward Snowden en un principio con sus filtraciones, pero es el riesgo que uno debe correr cuando se tira de la manta.

Mientras el mundo, o una gran parte de él, se enfrasca en un cruce de acusaciones y día a día se agrava la crisis diplomática, Snowden parece ajeno a todo esto por culpa de la telaraña burocrática.

El círculo vicioso se estrecha según van pasando las horas. Snowden tiene muchas “novias”. Incluso una espía rusa, Anna Chapman, le pidió matrimonio. Pero los medios a su alcance no son suficientes.

Visto así, parece el argumento para un videojuego o, lo que es lo mismo, la versión 2.0 de aquella película en la que Tom Hanks quedaba atrapado en La Terminal. Y cuando parecía que todo estaba perdido, la Gran Madre Rusia le abría sus puertas: protección, refugio e incluso trabajo. Ahora disfruta de su nueva vida con su novia de siempre en un país que le brinda un futuro.

Las filtraciones de Snowden empezaron como una tormenta que arrasaba con todo a su paso y dejaba al descubierto la verdadera cara de una Administración Obama que, valiéndose de la lucha antiterrorista, mantiene una guerra sucia en cualquier rincón del planeta.

Aún queda mucha historia por escribir y, a pesar de que el final no se vislumbra, la esperanza se mantiene intacta en que este caso no será la clásica tormenta de verano. Porque hoy, gracias a gente como Snowden, sabemos que la verdad no está ahí fuera, sino dentro y ahora incluso más cerca… ya en sus pantallas.