El único centro para la rehabilitación y reinserción de personas drogodependientes que existe en África occidental se llama Sopi Jiko. Està situado en uno de los barrios periféricos más deprimidos de Dakar, Sicap Mbao. Una zona urbana completamente desorganizada, hacinada por multitud de africanos llegados de las zonas rurales y de otros países de África del oeste. Un barrio que he visitado recientemente invitada por los responsables de Sopi Jiko después de dos años de mi último viaje a Senegal.

Conozco muchos países de África y llevo viajando a Senegal desde el año 2009. Recientemente he llegado de Camerún, donde hemos realizado un documental sobre el problema de la discapacidad en África. Aún conociendo este continente, ya no me acordaba de las pequeños cosas que lo hacen tan diferente a Occidente. Se me había olvidado que en los numerosos y tumultuosos barrios de Dakar cuesta hasta caminar entre calles llenas de arena sin asfaltar, casas sin pràcticamente agua potable, con un grifo que suministra agua a veces a una vivienda, a veces a todo un edificio y donde se producen frecuentes cortes de luz. Todo esto, supuestas incomodidades para los occidentales, son aceptadas con normalidad para los senegaleses. Familias que te reciben con generosidad y una gran solidaridad. Así me acogió en su casa Lamine Touré, el coordinador del centro Sopi Jiko, un senegalés musulmán que tiene dos mujeres y cuatro hijas. Toda su familia me trató estupendamente los 15 días que conviví con ellos para hacer el reportaje.

He querido hablaros primero de los antecedentes de lo que fue mi experiencia en el centro Sopi Jiko para personas con adicciones a las drogas. Lo hago así para dar una visión más amplia del entorno donde se ven obligados a vivir estos africanos que finalmente se enganchan a algún tipo de droga.

En el centro Sopi Jiko de Sicap Mbao se rehabilitan diariamente entre 10 y 15 personas, la mayoría hombres. Ahora una sola mujer, Drame Ramatoulaye, de 38 años, se trata en el centro. Son jóvenes, de entre 15 y 45 años. Acuden después de haber pasado por el hospital psiquiátrico del barrio, un centro público que cuenta con escasos recursos y donde los pacientes deben pagar el tratamientola. Aquí se les practican las primeras consultas y se les suministran medicamentos para su desintoxicación. El coordinador del centro, Dibcor Yate, nos cuenta el gran trabajo de rehabilitación de los pacientes que realiza Sopi Jiko. Ellos mantienen contacto directo con el asistente social de Sopi JIko, Samba Badiane, con el objeto de derivar los pacientes a este centro social.

Los consumidores de droga en África tienen un perfil muy diferente al de los occidentales. Se empieza a consumir cannabis ya en las escuelas. Niños de 13 años se inician ya en el consumo del tabaco mezclado con marihuana. Son drogas baratas y reltivamente asequibles a los bolsillos de los jóvenes, que hacen verdaderos milagros para sacar el dinero, bien de la familia, bien de otros amigos, para comprar el vicio. Consumen en un 75 por ciento cannabis, seguido de alcohol, cocaína, todo tipo de disolventes de elevada toxicidad, anfetaminas, el Kate (una hierba que procede de Kenia o Somalia) y, en menor medida, heroína.

El cannabis o marihuana desembarca en Senegal como hierba, no llega en forma de lingotes, no pasa por el laboratorio. Proviene de Mali, Guinea Bissau, Ghana y otros países de África occidental, donde se cultiva. Es la droga más barata de África. Por poco menos de 2 euros puedes comprar un sobre de esta hierba que luego los jóvenes mezclan con tabaco y les llega para unas dos semanas.

Samba, el asistente social de Sopi Jiko, nos dice que a partir del enganche a la marihuana, los jóvenes quieren más. Es entonces cuando empiezan a consumir alcohol y otras drogas, como el Kate o las anfetaminas. El coordinador del centro de rehabilitación, Lamine Touré, asegura que la mayoría son policonsumidores: niños, jóvenes y adultos que entran en el mundo de la drogodependencia, modificando comportamientos, volviéndose agresivos y marginándose del entorno en que viven. Proviene la mayoría de familias humildes porque en África la mayoría son gente pobre, sencilla, que viven al día y con pocos ingresos. Dentro de este contexto de pobreza, de humildad, muchas familias deben afrontar como pueden, con gastos extraordinarios, los tratamientos para desintoxicar a sus hijos drogadictos. Y es que caer en el mundo de la drogodependencia es muy fácil en África, un continente donde sobrevivir es una lucha diaria. Las familias venden lo que haga falta con tal de salir adelante. No todos los niños pueden ir a la escuela porque cuesta dinero y la sanidad también hay que pagarla.

A todo esto hay que añadir que hablar de droga es tabú en un país mayoritariamente musulmán. Muchos lo esconden. Aún así, al centro Sopi Jiko acuden diariamente entre 10 y 15 jóvenes. El trabajo de rehabilitación empieza hacia las 9,30 de la mañana con unos ejercicios de calentamiento. Lo realizan los pacientes en el patio dirigidos por los monitores. Como todo en África, son movimiento acompañados de canciones y bailes senegaleses. Drame, Abdul, Mussa, Mohamed, Ousmane son algunos de los pacientes que acuden cada día al centro. Se les ve más o menos bien. Algunos me reciben con una sonrisa, otros agachan la cabeza ante el objetivo de mi cámara, a otros se les ve delgados, con pocos fuerzas y sin ganas de nada. Yo diría que algunos, sin ganas de vivir.

Después del baile matinal, vienen los talleres y actividades. Participan en cursos de fotografía, informática, dibujo, pintura. Algunos de los cuadros que decoran el modesto centro los han realizado los jóvenes y están colgados en la pared para orgullo de todos. Estos trabajos fueron expuestos en la Jornada Nacional contra la Droga que se celebró coincidiendo con mi visita en el centro Jaques Chirac de Thiaroye.

Es importante el tiempo que dedican monitores y pacientes a compartir experiencias entre ellos, a exponer sus inquietudes, a reconocer, aunque les cuesta, que todavía tienen ganas de fumar, de beber o de esnifar..

El té es sagrado. Lo es en todo Senegal y, cómo no, para todos los integrantes del centro Sopi Jiko, incluída esta periodista. Sidibe, Ousmane u otro monitor se dedican cada día al ritual de hacer el té que bebemos todos, muy caliente, como es tradicional en África. El té aquí es más que una bebida que da energía ante el calor tropical. Es sinónimo de encuentro, de compartir problemas y sonrisas. Sí, muchas sonrisas, porque los senegaleses no tienen miedo a los problemas, se crecen ante ellos y los asumen con dignidad, alegría y coraje.

Me siento gratamente seducida por todo lo que me cuenta Samba, el asistente social, de las personas con adicciones que acuden al centro. Cuando entrevista a los pacientes nunca anota nada porque no quiere intimidar a los afectados. Se abre a ellos, les sonríe y no se alarma por más intimidades que le cuentan. Quita importancia a los hechos. Samba me dice que lo más importante es escucharles. Ellos llegan con ganas de hablar, de expresarse. Samba les escucha con atención e intenta no demonizar el mundo de la droga donde están metidos. Me relata que uno de los pacientes dejó definitivamente la droga cuando vio que la persona que le vendía el producto después de unos meses se había comprado un coche. Entonces le dijo a Samba "yo estoy enfermo, sin trabajo y este hombre con mi dinero se ha comprado un coche y ahora està haciéndose rico". Estas son las reflexiones que provoca Samba en su peculiar consulta con los afectados. Él dice que los buenos resultados son gracias a su templanza, su buen hacer y, sobre todo, al cariño y afecto que transmite a las personas drogodependientes.

Abdulay Yade tiene 27 años y acudía al centro por su enganche al cannabis. Ahora me confiesa que està curado. No fuma. Ha recuperado las ganas de hacer cosas. Ha realizado un ciclo formativo en Comunicación audiovisual. Ahora disfruta conmigo dándome consejos de cómo tengo que encuadrar el objetivo para realizar los mejores planos y donde me debo colocar teniendo en cuenta la extrema luz de los rayos del sol de la mañana africana.

Ebane Sane tiene 46 años y ha venido de la región de Casamance, al sur de Senegal. Ebane está ingresado en el psiquiátrico de Sicap Mbao. Samba acude cada día a visitarlo. Ebane me cuenta que su enfermedad es producto de la brujería, que ve alucinaciones porque le han echado mal de ojo. Pero en su interior sabe que está enfermo de fumar tanta marihuana y emborracharse de alcohol.

Hemos visitado a otro de los pacientes en su casa de Guediawaye, otra de las grandes barriadas del extrarradio de Dakar. Fara Diof, de 40 años, fumaba marihuana, esnifaba disolventes altamente tóxicos y fumaba todo lo que le daban. Después de pasar por Sopi Jiko, está en proceso de rehabilitación. Todavía fuma, pero ha conseguido trabajo como ebanista. Nos muestra su habitación y los dibujos que ha realizado para decorarla. Vive con sus padres y su única hija. Estando en el centro descubrió sus habilidades para la música. Ahora compone y canta rap, con letras de protesta y en favor de los más débiles.

Mussa Sy tiene 23 años y vive en el barrio de Jaxaay2, una zona de buenas casas a la vista de las zonas deprimidas de Dakar. Vive con sus padres, hermanos, hermanas y sobrinos. Dice que está ya curado y entregado cien por cien al curso de avicultura que realiza en una granja de pollos junto con otros pacientes del centro.