En la punta de la ciudad de La Valeta se encuentra el fuerte de San Telmo, que fue la sede y la defensa principal de los caballeros de Malta. Una fortificación que protege el ingreso a la ciudad y a la bahía, que de la parte opuesta está protegida por otra fortificación a solo unos 200 metros de distancia, el fuerte San Ángel de Victoriosa, que el mar separa de San Telmo.

La orden de Malta, que controló totalmente la isla durante cuatro siglos y medio, desde 1530 hasta el 1998, ha dejado un legado visible con los fuertes y defensas, con las murallas y las protecciones y con una cantidad incontable de iglesias, basílicas y templos con una capacidad de hospedar cómodamente un volumen de personas superior al doble de los habitantes actuales de la isla. Muchas de ellas presentan cañones en el ingreso para darle fuerza a la palabra sagrada de su Dios, que era infalible en sus castigos y con sus enemigos. Un Dios que usaba la fuerza y no conocía el perdón. La orden de Malta ha encerrado el país en sí mismo, detrás de altas murallas que no dejan respirar libremente.

Paseando por Malta, he pensado durante días en el mismo tema: ¿cuáles fueron y son las influencias de la orden de Malta sobre los actuales habitantes de estas islas? Y la respuesta es múltiple: una religiosidad que no distingue entre fe y guerra, la cruz como el emblema de un pueblo y nación, un odio silencioso hacia los musulmanes e infieles, una disciplina más férrea que otros lugares de la zona y también uno de los índices de criminalidad más bajos de Europa con solo 44 delitos denunciados por cada 1.000 habitantes y en lenta reducción en estos últimos años.

Una cantidad de delitos que representa la mitad de los denunciados en el Reino Unido y en Finlandia. Por otro lado, vivir en una isla pequeña con pocos habitantes hace del país un lugar seguro, independientemente de su pasado, pero no se puede dejar de observar una fuerte presencia de la policía en las calles de la ciudad. El problema fundamental de la herencia de los caballeros de Malta es que, en el mundo moderno y globalizado, la guerra es contraproducente, especialmente para una nación minúscula como Malta, y lo que hay que estimular realmente es la relación y el diálogo con la orilla sur y este del país. Malta tiene que abrirse mentalmente a sus viejos enemigos y para hacerlo tiene que cambiar de mentalidad y dejar de vivir encerrada en su pasado.

Unas 250 multinacionales tienen sede en Malta y el objetivo a nivel regional es el de explorar nuevos mercados en el oriente y en África. Estas empresas han elegidos Malta por el inglés, el fisco, porque tiene una población relativamente preparada en comparación a las alternativas que ofrece la región y también por su posición geográfica, además de su infraestructura.

Pero al elegir Malta, nadie pensó que la mentalidad, los valores y el pasado del país podrían ser una barrera y en realidad lo son. Malta es culturalmente un fuerte y una iglesia y lo que tiene que ser, en vez de eso, es una escuela y una mesa de negociaciones, de reconciliación y de propuestas constructivas para un desarrollo equilibrado para todos, basado en el reconocimiento, el respeto mutuo y la integración económica y comercial entre los países de la región. No solo con los del lado norte, sino de ambos lados del Mediterráneo. Si Malta no supera su pasado, no podrá llegar a ser una nación moderna en un mundo basado en el conocimiento, en las posibilidades y en la mediación cultural y la inclusión.