El 31 de octubre fue el último día de la Expo 2015 y se cierra una etapa para abrir otra. El evento, que duró seis meses y que tuvo lugar en Milán, fue visitado por más de 21 millones de personas, muchas de ellas visitantes de otros países. El espacio que fue dedicado a la exposición universal y que recibió cada día cientos de miles de personas ya iniciará a vaciarse y quedarán solo las imagines, los recuerdos, las discusiones e ideas sobre cómo afrontar los problemas de la alimentación y del ambiente.

No sé si el evento fue un existo definitivo y una evaluación dependerá de las expectativas y de los objetivos, que cambian de un país participante a otro, de un grupo a otro y de un visitante a otro. Por lo que concierne la participación, ha sido indiscutiblemente un éxito. Por los temas tratados y las ideas discutidas ha sido interesante, por su capacidad de cambiar el mundo, no lo creo. Al menos no en forma inmediata y directa. A nivel de proyecto económico, se ha autofinanciado. Para Italia, el país huésped, ha sido una vitrina de enorme importancia y, desde este punto de vista, los resultados han sido satisfactorios.

Los visitantes percibieron una diversidad casi sin límites. Vieron proyectos desde la ciudad sin contaminación, donde todo era reciclado y reciclable, hasta la vida en el desierto. Desde la relación entre tecnología y cultivo hasta las formas más tradicionales de procurar alimentos. Desde la comida conocida presentada en forma nueva hasta lo desconocido capaz de despertar curiosidad, interés y también el apetito, prácticamente hablando...

Personalmente, pienso que la Expo 2015 fue un experimento, una muestrario mundial, un espejo que nos hizo vernos y reconocernos a nosotros mismos en un contexto de múltiples posibilidades, donde la cultura, la producción, la tecnología entran en la vida cotidiana, haciéndonos pensar sobre la enorme importancia de la alimentación vista desde una perspectiva más amplia y polémica: alimentación como cultura y cultivo, como forma de vida, como fuente de salud, como relación con el mundo, las personas y el ambiente. Alimentación como producción, como negocio, como política, como forma social y como vida. Alimentación como ética, identidad, progreso y retroceso. Alimentación sostenible y como experiencia estética, alimentación como valor moral, económico y social. Alimentación como poder, recurso y tiempo.

Una de las conclusiones innegables de la Expo 2015 es que nuestra relación con los alimentos, la vida y el ambiente tiene que cambiar radicalmente y desde este punto de vista, sin poder ver aún resultados concretos, afirmo que esta fue cultural y educativamente un éxito, ya que cada visitante entendió lo que realmente significa la palabra alimentación y el universo de los alimentos y descubrió, además, lo que ya sabíamos sin saberlo plenamente, que somos simplemente lo que comemos.