Leí una frase en Facebook hace no mucho que decía que se puede medir el desarrollo de una sociedad por cómo trata a sus niños. Se entiende que cuanto más se cuide y proteja a los infantes, más avanzada es dicha sociedad. Y yo me pregunto… ¿se puede entonces medir la perversión de una sociedad por cómo sexualice la infancia? ¿En qué lugar deja esto a las sociedades más desarrolladas, aquellas que, como la japonesa, son pioneras en tecnología y en la legalización de dibujos pornográficos infantiles (el hentai)?

Sin llegar al punto de hablar de literatura que fomente la pedofilia, es cierto que hay en las sociedades actuales una tendencia a sexualizar la infancia, de la misma manera que se tiende a infantilizar la sexualidad de la mujer adulta. A las niñas se las pone guapas, se las enseña a vestirse, a peinarse, se les regalan kits para el pelo y las uñas, vestidos, pintalabios… muchas de ellas aprenden a llevar un bolso antes que a hablar, en la fase de socialización primaria ya quedan bien asentadas las bases de su feminidad. Sin embargo, no se educa igual a los niños. No se les enseña a hacerse el nudo de la corbata ni a afeitarse. Se les enseña a jugar al futbol, se les compra ropa con la que se puedan tirar por el suelo. En definitiva, se les deja ser niños. Pero ¿por qué? ¿Por qué se hace esa diferenciación? Por la misma razón por la que podemos encontrar ropa interior femenina de Hello Kitty pero no la encontraremos masculina. A muchos hombres les parecería que un conjunto de lencería de Mickey mouse o Tarta de fresa es “sexy”. Sin embargo, ninguna mujer fantasea con que su chico lleve boxers de Bob Esponja… A esto es a lo que nos referimos con el término infantilización de la sexualidad adulta y no es algo nuevo, es simplemente una renovación del clásico disfraz de colegiala, llevado al extremo.

La pederastia, ¿una perversión del primer mundo?

Si echamos un vistazo alrededor del globo, se pueden apreciar diferentes tipos de crímenes, reflejo de diferentes sociedades. En el caso de las sociedades del tercer mundo y sociedades en desarrollo, los crímenes o delitos más comunes tienen que ver con el robo o asesinato, bien sea por razones culturales, como el honor, o por pura necesidad, para comer. Sin embargo, en países desarrollados, los crímenes son complejos, más elaborados, motivados por razones menos obvias y que no necesariamente tienen que ver con la “supervivencia de la especie”, como los delitos informáticos, delitos relacionados con la corrupción, fraude, o crímenes violentos como la violación o la tortura, el tráfico de seres humanos o la pederastia.

Por desgracia se cometen violaciones en todas las sociedades, sean estas más o menos desarrolladas, y los niños son siempre el eslabón más débil, la presa más fácil. Pero el fenotipo, como diría un psicólogo buen amigo mío, de los violadores de Boko Haram y de un depredador sexual son totalmente diferentes, como lo son las razones que motivan el crimen. En las sociedades más desarrolladas, como las occidentales, la pederastia es un crimen común, mucho más frecuente de lo que queremos reconocer, una muestra más de que la infancia se convierte en un mercado sexual, un objeto de deseo, una fantasía erótica, y todo lo relacionado con esta empieza a sexualizarse: tangas de Hello Kitty, mujeres de labios carnosos lamiendo piruletas, faldas de uniforme que poco dejan a la imaginación, la típica “niña mala” que necesita que la castiguen…

Cuando la ficción se hizo real

El nuestro es un mundo feliz, no tan feliz como el que imaginaba Aldous Huxley, pero andaba poco desencaminado. Hoy en día vivimos en un mundo con exceso de información de toda clase, incluida la información sexual. Y esta información está al alcance de cualquiera, especialmente de los más pequeños, ahora nativos digitales. A través de la televisión y de la red, los niños reciben los primeros estímulos sexuales, que se complementan subliminalmente con las campañas publicitarias, las canciones, la moda, el cine, etc, hasta el punto de que ven acortada su infancia o la viven en paralelo con la sexualización de su mundo, de manera que para cuando alcanzan la adolescencia (entorno a los 16 años), muchos de ellos ya han vivido experiencias sexuales, queriendo crecer demasiado deprisa o, lo que es aún peor, habiendo normalizado la práctica sexual en la infancia. Así, nos encontramos con una sociedad que sexualiza la infancia a una edad demasiado temprana y en la que, al mismo tiempo, los adultos parecen no querer crecer.

La eterna juventud

En los últimos años, las sociedades occidentales han cambiado, adaptándose a las nuevas realidades demográficas. El envejecimiento de la población y el aumento de la esperanza de vida han hecho que se alargue la adolescencia y se retrase el momento de alcanzar la edad adulta, así como de entrar en la vejez (y si no qué otra razón hay para que la edad de jubilación se retrase hasta los 67 años en países como España –que no tiene nada que ver con la crisis económica–). Este es un fenómeno que podemos apreciar en la sociedad española, especialmente en la llamada generación perdida y en la generación ni-ni, jóvenes de entre 20 y 30 años que actúan como adolescentes, que viven con sus padres sin preocuparse de su futuro. No nos referimos a aquellos jóvenes que aún no pueden independizarse debido a la situación o a que están invirtiendo en unos estudios, sino a aquellos a los que simplemente les es más cómodo quedarse en casa de sus padres. Esos hombres y mujeres que a punto de abandonar la veintena aún parecen estar en plena pubertad.

Mientras esto pasa en las presentes generaciones, las futuras están viendo su infancia reducida, queriendo crecer demasiado deprisa, hacer cosas de mayores, con trece años muchas niñas ya no son tan niñas y llegados a los 16 la mayoría, como dice el refrán, “hablan latín”… Recuerdo cuando no hace mucho los dieciséis era la edad en la que empezábamos a jugar a la botella y ahora con 13 años las niñas se maquillan y visten como adultas, se suben a tacones demasiado altos para su salud y en la mochila del colegio, junto al sandwich que ha preparado mamá y el móvil, probablemente un iPhone último modelo para poder subir buenos primeros planos a Instagram, con funda de Hello Kitty a ser posible, el paquete de tabaco es un must have.

Lo que no saben aquellos niños que juegan a ser mayores demasiado pronto es que la infancia nunca se recupera, la inocencia no es algo que se pueda volver a construir cuando se derrumba. La ilusión, la esperanza, las ganas de reír, de emocionarse… Sin embargo, los años pasan, pesados, y se van llenando, calada a calada, de arrepentimiento y lógica. Y tanto aquellos que crecieron demasiado deprisa como los que se negaron a crecer y asumir responsabilidades cuando les llegó su momento son, en definitiva, individuos defectuosos, producto de una sociedad viciada, ávida de sexo pero muy falta de amor.