Donald Trump tiene su apoyo principalmente entre los blancos de bajo nivel educacional, concentrados en el sudeste del país y atrae sobre todo a personas con tendencias racistas, ya que las zonas donde cuenta con mayor consenso se sobreponen perfectamente a las zonas donde abundan los comentarios y búsquedas racistas en google y otros buscadores en línea.

Estos son los datos que nos ofrece el Civis Analytics después de una encuesta realizada a fines de diciembre del año pasado. El perfil demográfico resultante es el típico de un populista. Trump es menos fuerte en el Oeste, cuenta con un robusto apoyo en el estado de New York, de donde es originario, y además con el apoyo de un número relevante de ex-votantes democratas, algunos de ellos inscritos al partido, que están marginados social y económicamente, distribuidos en la zona de los Apalaches y en el profundo sur.

Este último fenómeno, que relaciona la marginalización con la radicalización derechista en la población blanca empobrecida residente en áreas donde se han cerrado muchas empresas, reduciendo la disponibilidad de lugares de trabajo en sectores como la minería y la industria manufacturera, permite al Partido Republicano compensar, en parte, sus pérdidas entre las minorías, que son siempre más importantes numéricamente.

La desintegración y aislamiento social, con la desaparición de los sindicatos y otro tipo de organizaciones y redes, ha dejado millones de personas abandonadas y desorientadas políticamente y estas se dejan llevar por las apariencias y prejuicios raciales. Estos grupos son la base social de nuevas formas de extremismo político, independientemente de su afiliación anterior. Un fenómeno discutido en la literatura con el término poco apropiado de lumpen proletariado. La falta de competencias profesionales y culturales aleja del mercado del trabajo a un grupo de la población que es en parte substituido por las nuevas tecnologías y por otros individuos, afectado por el desplazamiento de la industria, quedando en un vacío social que los hace “victimas” fáciles del populismo y que representa un sector olvidado que corresponde aproximadamente al 10% de la población. Para estos grupos de “rechazados sociales”, la política tradicional no ofrece “alternativa” y por ende quedan “huérfanos de representación” y su reintegración al trabajo es casi imposible, sea por la falta preparación, que por la edad.

Donald Trump también tiene un cierto apoyo electoral entre personas identificadas como “latinos” y también, pero menor, entre los asiáticos y los afroamericanos. Por el momento, Trump es el candidato con más apoyo en las primarias republicanas y cuenta con 13 puntos de ventaja en relación al segundo candidato, el senador Cruz, del estado de Texas.

Para el Partido Republicano una victoria de Donald Trump podría representar un riesgo importante, ya que implicaría la enajenación de las minorías, que son casi la mayoría por un largo periodo de tiempo, y una posible convergencia del centro republicano hacia el partido democrático. Este movimiento de los moderados a posiciones menos “divergentes” se ha observado en muchos otros países. A menudo, en las encuestas, los candidatos populistas y provocadores obtienen más consenso que en las elecciones reales, pero el espacio para las sorpresas es siempre enorme.

Hay que afirmar que para Hilary Clinton, Donald Trump sería el opositor ideal y su campaña se está construyendo sobre esta base. En la política mediática, un error puede ser mortal y el juego depende de esto: provocar al adversario a un error sin perder el control de la situación.

Detrás de todas estas observaciones, circunscritas a los EEUU, una de las preguntas que tenemos que hacernos es si el fenómeno es exclusivamente “americano” o si este populismo tiene también un reencuentro en Europa. Y si así fuese, cómo podríamos encuadrarlo. La respuesta es un sí rotundo: el populismo derechista y xenófobo es un fenómeno mucho más amplio que sintetiza varias tendencias contemporáneas y contrapuestas: la desorientación política y moral del occidente, el abandono de los partidos y valores tradicionales, especialmente de corte socialista en Europa, la pérdida de identidad y perspectiva de una parte importante de la población, que se siente amenazada por un mundo desconocido y, además, estas tendencias en sí son el reflejo de retroceso a nivel global, sea cultural que económico, del occidente.

El dinamismo económico se está moviendo hacia el este y la industria manufacturera tradicional en Europa es ya parte del pasado con las pocas excepciones de Alemania y, en menor medida, Italia. Ya que manufacturación en occidente es siempre más robotización y esta no requiere mano de obra poco preparada. Los ciclos económicos se subsiguen rápidamente, la complejidad aumenta y la capacidad de adatarse es siempre menor y muchos, en su desorientación, buscan atavíos de identidad, que fácilmente se asocian a las propuestas populistas.

Pero la verdad, la triste verdad, es que estos son proyectos políticos sin futuro, una última agonía de un tiempo y periodo histórico que muere lentamente estando ya muerto. Esta es la conclusión, el electorado de Trump, del Frente Nacional y de la derecha populista en general es un electorado sin presente y sin futuro, que representa una ilusión, que tampoco tuvo un pasado; la superioridad, por defecto, de Europa y occidente ante el resto del mundo. Hoy como nunca antes en la historia de la humanidad, para vivir o sobrevivir hay que adaptarse rápidamente y, para hacerlo, hay que tener la mente abierta, libre de prejuicios y aguda en el pensar y ejecutar. Nuestra época es global y depende de la fuerza de las ideas, ya que el capital se ha diluido en conocimientos y planes concretos, y donde la ganancia implica atrapar rápidamente cualquiera oportunidad.