La tecnología ha desplazado del mercado del trabajo a millones de personas en un proceso de sustitución laboral que aún no termina. Todo lo que es rutina, todo lo que es repetitivo, medible y replicable, corre el peligro de ser eliminado como trabajo. Estamos entrando en la era de los robots, de la inteligencia artificial, de las nanotecnologías, de la biotecnología en un mundo que cambia rápidamente y lo que ayer era necesario hoy es completamente superfluo.

Las cualificaciones necesarias para sobrevivir profesionalmente en una sociedad siempre más compleja requieren una educación constante, recursos personales y económicos y también disciplina, contactos y una planificación que está al alcance de una minoría. Antes, para trabajar bastaba la voluntad de hacerlo, hoy día un trabajo exige una preparación sofisticada y esto cambia radicalmente la sociedad, las relaciones y el valor de las personas.

Unos pocos se enriquecen en este proceso, pero para muchos perder el trabajo o ganar siempre menos es una tragedia, no sólo económica sino también personal. Las víctimas de esta sustitución laboral, de esta transformación social, son marginadas y esto implica reacciones que no se pueden anticipar. Actos de protesta desesperados y sin futuro alguno. En este contexto, tenemos que ver a Trump y al Brexit, el avanzar de posiciones populistas que no resuelven los problemas, sino que los agrandan, y también el vacío político, que ha dejado la “vieja izquierda”, retirándose hacia posiciones de estabilización y de control en vez de solidaridad social, inclusión y cambio, dejando sin alternativa ni horizonte a los marginados.

Ayer los parias eran una parte insignificante de la población, pero su número aumenta, sea en termines absolutos que relativos. No sabemos exactamente cuántos son: el 10, el 20, el 30% o quizás más de la población en edad productiva y no sabemos tampoco cuál es el límite crítico, que seguramente es inferior a lo que pensamos e imaginamos, ya que un porcentaje alto de personas marginadas socialmente y sin representación o voz política es un factor de inestabilidad que crece y su manifestación evidente es el aumento de posiciones “populistas”, que destruyen el presente y el futuro, tratando de reconstruir un pasado que ya no existe. No podemos volver atrás y tenemos que pensar en nuevas soluciones, tampoco podemos quemas las panaderías cuando nos falta el pan, pero el pan de hoy es la integridad personal y una vida digna de ser vivida.

Una producción que sea un fin en sí crea problemas ambientales, una sociedad sin trabajo es una sociedad en crisis y entre el ambiente y el bienestar social hay que encontrar urgentemente un equilibrio, que será un nuevo pacto social, donde además del ambiente y la reducción sistemática de la contaminación y el peligro de los cambios climáticos, y esto descarta viejos modelos, abre nuevas posibilidades como la cultura, el bienestar, el capital social y la educación, además de tecnologías y formas de producción, que sean sostenibles en todo sentido.

Los progresistas en esta situación se encuentran en un dilema enorme y en un terreno que aún no ha sido explorado, pero no actuar, no oponerse, no presentar proyectos, es una derrota total de la cual desgraciadamente no sobreviviremos. El momento es este y tenemos que encontrar hoy las soluciones y los modelos que nos permitan habitar un futuro más humano y las palabras claves en esta situación son: sostenibilidad, mayor igualdad, libertad, democracia, calidad de vida y miles de experimentos, donde cada uno vuelva a ser protagonista de su propia vida en vez de una víctima anónima de un desarrollo incontrolado. La salida a esta nueva crisis pasa por una redefinición radical de la política y de la comunicación, poniendo el foco en las personas, las comunidades y en general en el ser humano.