Cinco años después de las revoluciones que surgieron en los países de Oriente Medio bajo la bandera de la Primavera Árabe, los cambios producidos en Argelia han sido mínimos, y el régimen autoritario que lleva en el poder desde 1999 ha permanecido hasta ahora intacto, gracias a una población que ha preferido quedarse en sus casas antes de respaldar una revolución que les pudiera llevar a revivir una nueva 'Década Negra'. Sin embargo, el Estado empieza a mostrar síntomas de desgaste debido a la frágil salud de su líder, a la lacerante economía y al aumento del terrorismo. ¿Está Argelia al borde del caos?

Un país con una memoria sangrante demasiado reciente

Muchos pensaron, cuando comenzaron a expandirse desde Túnez los ecos de revolución a lo largo del mundo árabe, que Argelia también podría verse afectada; un país donde desde 1999 gobierna sin oposición el dictador Abdelaziz Bouteflika, y donde la economía, principal catalizadora de las protestas en todos los países afectados, también refleja datos preocupantes. Por ejemplo, según datos del Banco Mundial, para el año 2015, Argelia contaba con un PIB per cápita de 4.206 $, comparado, por ejemplo, con los 25.831 $ de España o los 40.231 $ de Bélgica. Además, el descenso en los precios del petróleo, del cual Argelia es uno de los mayores exportadores mundiales, ha añadido más presión a la economía del país, con un creciente desempleo que, unido a la frustración por la corrupción provocaron algunas protestas en un país que lleva años sumiso a la dictadura por miedo a repetir experiencias sangrientas recientes.

No obstante, para entender la (casi absoluta) inacción de los argelinos durante la Primavera Árabe, se debe acudir más a la historia que a la economía. Esto se debe a que, después de haber sufrido una guerra civil entre los años 1992 y 1997, en lo que se conoció como la Década Negra, el país ha primado en los últimos años la estabilidad de un régimen no excesivamente represivo antes que una revolución que pudiera perpetuar en el tiempo los conflictos y el derramamiento de sangre que sufrió el país hace tan sólo 20 años. La situación en Siria o Libia parece haberles dado la razón.

Esta situación de guerra civil se produjo cuando se alzó con la victoria en las elecciones democráticas de 1992 el Frente de Salvación Islámico, con lo que se daba lugar a una situación en la que el Frente de Liberación Nacional, que venía gobernando el país dentro de un régimen de partido único desde la independencia de Francia en 1962, perdería su control sobre el país. Ante este panorama, el Ejército decidió levantarse en armas antes de ceder el poder a los islamistas, con lo que se dio lugar al mencionado conflicto, que dejó tras de sí un reguero de entre 150.000 y 200.000 muertos.

Tras la Década Negra, la llegada al poder de Abdelaziz Bouteflika dentro de una plataforma de reconciliación nacional empezó a cambiar el desarrollo de Argelia, consiguiendo asociarse con potencias internacionales como Estados Unidos o limitando el poder del Ejército que, prácticamente desde la independencia en 1962, pero sobre todo bajo el auspicio del presidente Houari Boumediene (1965-1978), había mantenido un férreo control de la política en el país.

Sin embargo, esto ha dado a paso a un autoritarismo de Bouteflika, que sigue gobernando en el país después de 17 años, con la sensación generalizada en el país de que sólo habrá estabilidad si él permanece en el poder, aunque eso suponga ver recortados sus derechos. Incluso, los más críticos con el actual presidente aseguran que en las pasadas elecciones, Bouteflika utilizó un chantage sécuritaire, enfatizando que un voto a cualquier otro partido suponía una amenaza al status quo y que el Ejército sería en adelante incapaz de proteger a la población frente a amenazas externas.

Asimismo, el hecho de que Bouteflika esté inhabilitado y fuera de la actividad política desde su reciente infarto, supone que el país esté paralizado, y que las reuniones del gabinete se produzcan cada tres meses en vez de mensualmente, al tiempo que el Parlamento, puramente ficticio, permanece moribundo. El miedo a que una sucesión del presidente pueda acarrear competición intrapolítica en las élites está haciendo que, según la oposición, se esté preparando una futura transición y apertura política controlada, como demuestra la redacción de la nueva Constitución, que ya estaba completamente desarrollada antes de pasar por el filtro parlamentario.

Asimismo, el excesivo foco que ha aplicado Bouteflika en garantizar la estabilidad y neutralidad de Argelia a ojos de potencias extranjeras como Estados Unidos y la Unión Europea ha hecho que el país perdiera gran parte del prestigio del que gozaba entre el resto de países de Oriente Medio y dentro de organizaciones como la Unión Africana. Por eso, los recientes despertares democráticos en sus inmediatas fronteras, como el caso de Túnez o Libia, o casos de inestabilidad política y de seguridad como el caso de Mali han reabierto debates en Argelia sobre el rol que debe tener en su inmediata región ante el posible efecto distorsionador de estas situaciones en un país que quiere permanecer ajeno a la violencia a toda costa.

Por consiguiente, desde los primeros momentos de la Primavera Árabe, Argelia ha jugado importantes papeles en asuntos como las negociaciones para reconciliar a los dos bandos en Libia, las negociaciones en Mali entre el gobierno y las facciones rebeldes del norte, o el apoyo que dio en Túnez al acuerdo entre islamistas y seculares para la redacción de una Constitución y la creación de un gobierno democrático. En estos tres casos, Argelia ha querido actuar de esta manera para mostrarse como un actor relevante en la región, capaz de exportar un modelo satisfactorio de reconciliación entre islamistas y militares, al tiempo que le sirve para paliar la aparición de más grupos independientes que puedan poner en riesgo la pacífica convivencia que anhela para su entorno inmediato.

Sin embargo, aún le queda un largo camino por recorrer en las relaciones con otros actores influyentes y determinantes para su propia seguridad, como son los países del Golfo Pérsico, así como Marruecos y Francia, con los que mantiene tensiones y rivalidades antiguas que deben capitular si se quiere avanzar en la consolidación de la estabilidad y prosperidad de los argelinos. En el caso de Marruecos, es su gran competidor por la influencia en la región del norte de África, además de que consideran a Argelia un aliado de los saharauis en la particular lucha del reino marroquí por controlar la región conocida como Sáhara Occidental, que ha recibido de ellos apoyo diplomático y funcional en su intento por independizarse. En cuanto a Francia, además de ser la potencia colonial que durante décadas reprimió duramente sus intentos de independizarse, Argelia también ve con malos ojos la fuerte presencia militar de la ex colonia en lugares como Mali y Níger, y aunque en muchas ocasiones han conseguido dejar atrás sus rencillas en pos del bien común, la falta de cooperación en cuanto al intercambio de información en operaciones que tuvieron un impacto directo sobre Argelia mantienen la desconfianza y la tensión entre ambos países.

Nuevos retos de seguridad para un aparato de seguridad con muchas incógnitas

Como se mencionaba antes, el aparato de seguridad en Argelia es un asunto crucial para entender lo que sucede en el país. Después de la decisión de los militares de dar al traste con la democracia en los 90, el nuevo gobierno de Bouteflika tuvo claro que uno de los objetivos del gobierno de reconciliación era atar más en corto a los generales del Ejército, para que dejaran de tomar decisiones sobre la política y la gobernabilidad del país.

Uno de los frutos recientes de este deseo de convertir el país en una experiencia desmilitarizada es el desmantelamiento del Département du Renseignement et de la Sécurité (DRS), el todopoderoso servicio secreto, para crear en su lugar la Direction des Services de Sécurité (DSS), supervisado por el presidente. Teniendo en cuenta el poder del que gozaba el DRS y sus influencias en partidos políticos, importantes empresas, universidades y medios de comunicación, muchos han aplaudido este gesto como un intento más del presidente por caminar hacia lo que él llama un “Estado civil”, allanando el futuro democrático del país para la era post-Bouteflika, mientras que otros lo señalan como un paso más en el acaparamiento de poder en la figura de un omnisciente presidente.

Sin embargo, las recientes situaciones de inestabilidad creadas tras los conflictos en Mali y Libia han vuelto a crear un debate sobre el sistema de seguridad. El esquema de seguridad del país está aún pensado para contrarrestar amenazas a la seguridad entre Estados, pero no se ha adaptado a amenazas terroristas que ya tienen una fuerte presencia en el Sahel y el Maghreb, y que ya han supuesto importantes amenazas en el país, como el secuestro de 800 personas en el complejo petrolífero de Ain Amenas por parte de militantes yihadistas.

A raíz de esto, el gobierno se ha visto obligado a aumentar la militarización de prácticamente todas sus fronteras para avanzarse a este posible escenario y acallar cualquier posible crítica, aunque ello suponga volver a dar a los militares más poder del aconsejable. Para más inri, esta decisión de ajustarse a la nueva realidad de inseguridad le está saliendo cara a un país que, como comentábamos al principio, está sufriendo económicamente, y que, a pesar de ello, ha duplicado su gasto militar en el periodo comprendido entre 2004 y 2013, lo que convierte a Argelia en el primer país africano en superar los 10 $ billones en su presupuesto militar, lo que se traduce en un 5% de su PIB.

Mientras tanto, la presencia terrorista sigue aumentando en la zona, creando al tiempo una división entre aquellos que consideran que el hecho de que grupos como Al-Qaeda en el Maghreb se encuentren ahí son herencia de la guerra civil, mientras que otros no se fían del gobierno y consideran que les viene bien para justificar este aumento de la presencia y el gasto militar.

Lo que queda claro ante este panorama es que Argelia cuenta en este momento con infinidad de amenazas y expectativas, como la inacción del gobierno ante la enfermedad de Bouteflika, la posible remilitarización del Estado y todo lo que ello conlleva para el recuerdo colectivo de la sociedad argelina, la creciente inseguridad en la región y, por último, la amenaza sobre una economía excesivamente dependiente de los hidrocarburos, y que está dejando fuera del proyecto de país a millones de conciudadanos que, por el momento, no protestan violentamente por los recuerdos recientes de la Década Negra, pero que podría cambiar en años venideros si no se hacen cambios y reformas importantes. Un cóctel interesante que, por el momento, no ha sido agitado, pero cuya mezcla está preparada para servirse en un futuro más cercano de lo que algunos desearían.