El tiempo de Barack Obama al frente de la presidencia de Estados Unidos se agota, pero antes de dar carpetazo a sus ocho años en la Casa Blanca, es necesario hacer un balance de sus actuaciones, y en especial, como siempre hago en este espacio, en relación a la región de Oriente Medio. Y es que, durante la estancia de Barack Obama en el despacho oval, no han sido pocas las decisiones tomadas al respecto de esta región, que lleva siendo decisiva para los intereses norteamericanos desde hace décadas.

Promesas iniciales

Ya cuando era candidato a la presidencia en 2008, Obama aseguró que su política exterior se orientaría con el objetivo de cambiar la percepción de los musulmanes y los árabes sobre Estados Unidos, tratando de demostrar liderazgo a través del diálogo y la diplomacia, y no bajo la amenaza de una guerra. Asimismo, a través de esta reducción de la beligerancia, Obama pretendía redirigir la atención y los recursos a los intereses nacionales, en un tiempo donde la crisis económica y la alta tasa de paro obligaban a centrarse más en esto que en lo que ocurría a miles de kilómetros de Washington.

Ya como presidente, en su discurso en El Cairo en 2009, Obama habló de propiciar un nuevo comienzo para Oriente Medio, en el cual Estados Unidos abandonaba todas sus guerras en la región, conseguía una paz entre israelíes y palestinos, llegaba a acuerdos con Irán y Siria, y ayudaba a aquellos árabes que se rebelaban contra los déspotas que les gobernaban.

Sin embargo, a pesar de que su análisis de la situación de Oriente Medio ha sido acertado, comprendiendo que dejándose guiar sólo por las intervenciones armadas y la beligerancia, como creyó su predecesor George W. Bush, no era suficiente ni deseable, luego no ha sabido aplicar operacionalmente sus metas, resultando en muchos fracasos o soluciones a medias, como analizamos a continuación.

Siria, una catástrofe sin salida

Lo que comenzó como una revolución popular, que después derivó en una sangrienta guerra civil, y que posteriormente significó el nacimiento de un nuevo foco de amenaza global con el surgimiento del Estado Islámico, supone a día de hoy una situación a la que casi nadie es capaz de advertir algún tipo de salida.

No obstante, durante mucho tiempo se ha culpado a las potencias aliadas, especialmente a Estados Unidos, por su inacción en esta cruel guerra que ya se ha cobrado cerca de 400.000 vidas. Su falta de respuesta llevó a que países del Golfo Arábigo actuaran por su cuenta, armando a los opositores sin ningún control, y posiblemente dando lugar al surgimiento del Daesh y otros grupos armados peligrosos dentro del país. Esto, discutiblemente, puede haber sido el causante de las trabas que han surgido en torno a una posible negociación con una “facción moderada de los rebeldes”, ya que era difícil de encontrar una voz unificada en la miríada de organizaciones que pelean contra el gobierno autoritario de Bashar al-Assad.

Sin embargo, es difícil de adivinar qué hubiera mejorado en este escenario si Estados Unidos hubiera decidido invadir el país con sus tropas, armar a los rebeldes, o bombardear posiciones del ejército leal a Assad. Sólo cabe, en todo caso, haber pedido mayor celeridad y contundencia a la puesta en marcha de negociaciones entre los combatientes, y mayor contundencia en las amenazas. Asegurar, como hizo Obama, que el esquema de no intervención podría cambiar si se usaban armas químicas en el conflicto, y después no ofrecer respuesta cuando se evidenció este uso, no parece que haya ayudado mucho a la credibilidad de las sanciones o a trasladar la imperiosa necesidad de llegar a un acuerdo.

Además, son varios los analistas que mencionan que la reticencia de Obama a actuar también obedece a su interés por no torpedear el acuerdo nuclear que se estaba fraguando con Irán, acérrimo defensor de Assad, y presente con algunas tropas y asistencia a las fuerzas del régimen sirio.

No obstante, este último año, frente a la grave amenaza que supone Daesh, Estados Unidos sí que ha apostado por una respuesta directa sobre este grupo, con más ataques aéreos, entrenamiento y asistencia a las facciones moderadas sirias para recuperar Raqqa, asistencia a los combatientes sunníes que buscaban retomar Ramadi en Irak, y una apuesta por mayor inteligencia para después fundamentar ataques puntuales en cualquier lugar. Sin embargo, aunque es necesario erradicar el problema de Estado Islámico, la visión de Obama de rebajar la tensión militar y dedicar más recursos a institucionalizar las sociedades árabes será necesaria si se quiere evitar el surgimiento de nuevos Daesh en el futuro.

Libia, un negocio sin acabar

Si en Siria se ha criticado a la Administración Obama por no actuar, la principal desavenencia en Libia se encuentra en el hecho de fuera una intervención sin un esquema de acción completo y bien diseñado para afrontar las consecuencias.

La mayoría del sistema internacional estuvo de acuerdo con los ataques aéreos perpetrados por Italia, Francia y Estados Unidos en Libia, en un acuerdo que contó con el respaldo de la OTAN, aunque con la reticencia de China y Rusia cuando se llevó el asunto al Consejo de Seguridad de la ONU.

La acción era necesaria ante la amenaza de un genocidio por parte del dictador libio, pero una vez derrocado el régimen, ninguna de las potencias atacantes hizo ningún esfuerzo por crear un esquema de reconciliación nacional, la puesta en marcha de un proceso democrático y de construcción de las instituciones inclusivo, ni ningún tipo de asistencia en la creación de un Estado en un país que carecía de ninguna noción sobre la composición cívica de un país desarrollado, tras haber estado dominados por el mandato autoritario de Qaddafi por 40 años.

Esta falta de apoyo derivó primero en un flujo de armas y combatientes a países como Malí, donde de nuevo las potencias aliadas hubieron de actuar para evitar una nueva guerra civil, y más tarde en la anarquía y el caos que dominan la vida en Libia, con dos gobiernos distintos que se erigen en representación oficial del país, el éxodo masivo de refugiados desde sus costas con rumbo a Europa, y el surgimiento del terrorismo de grupos aliados con el Estado Islámico.

Irak y Afganistán, abandonados a su suerte

En estos dos conflictos heredados de la Administración Bush, y en los que Estados Unidos sí que estaba involucrado directamente con la presencia de sus soldados, Obama aseguró desde el principio que su intención era abandonar ambos tras haberlos resuelto antes de su marcha del poder.

En el caso de Afganistán, el presidente norteamericano se comprometió en el primer año a aumentar las tropas para finiquitar el asunto y volver a casa lo más pronto posible. No obstante, a los 18 meses, cuando se suponía que se empezaría la retirada de tropas de Afganistán, Obama reconoció que el ejército afgano no estaba preparado para afrontar los problemas de seguridad en el país, por lo que ha ido dejando una fuerza cercana a los 6.000 soldados, a pesar de que el plan es que, antes de ceder el cetro a su sucesor, estas tropas regresen definitivamente a suelo norteamericano.

Respecto a Irak, a pesar de que el plan era similar al ideado para Afganistán, finalmente la posibilidad de dejar un remanente en el país para entrenar a las tropas fue desestimada después de que el entonces primer ministro irakí, Nouri al Maliki, rechazase la opción de que las tropas estadounidenses al mando de los entrenamientos de las tropas irakíes contasen con inmunidad judicial.

Los deseos de Maliki de tener un control exhaustivo del aparato militar dieron lugar a una falta de voluntad y efectividad en las tropas, desmotivadas por la corrupción que se daba entre los mandos del ejército, que explican en parte la falta de capacidad de las tropas por evitar el colapso provocado por el Estado Islámico dentro del país, con especial atención a la facilidad con la que el grupo terroristas tomó Mosul, la segunda ciudad más grande de Irak.

Asimismo, los más críticos con Obama respecto a este asunto han señalado que el excesivo énfasis puesto por el presidente en abandonar ambos escenarios, a pesar de haber conseguido victorias importantes como el asesinato de Bin Laden y una cierta calma tensa en ambos países, es lo que ha creado un vacío de poder que ha dado lugar a la creación del Estado Islámico y un repunte de la violencia, especialmente en Irak.

Primaveras Árabes, o cuando la voluntad se topa con la realidad

Como apuntó Phillip Gordon, consejero de la Casa Blanca en asuntos referentes a Oriente Medio, de Irak el presidente aprendió que una intervención americana a gran escala para propiciar un cambio de régimen resultó en desastre; de Libia, que una intervención limitada resulta en desastre; y de Siria, que no intervenir resulta en desastre. Todas las salidas han encontrado un resultado negativo, lo que explica que en el resto de su mandato, Obama haya llevado una política de precaución que, sin embargo, ha sido vista en la región como debilidad e indecisión.

Otra prueba más de su indecisión la encontramos cuando, a partir de principios de 2011, comenzó a surgir con fuerza el fenómeno de las revueltas populares en los países del mundo árabe, lo que se antojaba como un escenario inigualable para Obama para demostrar su compromiso con los valores de derechos humanos y democracia. Sin embargo, a pesar de un comienzo esperanzador, en el que presionó al dictador egipcio Hosni Mubarak para abandonar el poder y negoció con el presidente electo Mohamed Morsi, finalmente la ideología de Obama topó con la realidad geopolítica y los “intereses nacionales” de Estados Unidos.

Su primera idea de intentar canalizar las protestas hacia la puesta en marcha de instituciones democráticas que atendiesen tales demandas era una apuesta, pero esta visión finalmente se aplicó de manera inconsistente. En los casos en los que Obama hubo de elegir por la condena de la represión, como se produjo en Bahréin o con el golpe de Estado de Abdel Fatah al-Sisi en Egipto, o apostar por mantener a sus aliados autoritarios en la región, Obama finalmente prefirió respaldar la estabilidad que le proporciona los regímenes autoritarios antes que el apoyo a la democracia.

Israel y Palestina, demasiada ambición para tan poco tiempo dedicado

El conflicto principal en Oriente Medio, y el que más tiempo lleva sin ser resuelto, fue también uno de los marcados en la agenda de Obama para tratar de ponerle solución, pero era demasiado grande la montaña a escalar para tan pocos recursos puestos para lograr el ascenso. De nuevo, el análisis inicial era acertado: lograr frenar la política de asentamientos de Israel en Cisjordania debía ser el primer paso para empezar un proceso negociador que pudiera ser exitoso.

Sin embargo, a pesar de que el secretario de Estado John Kerry se marcó esta meta de lograr la paz cuando sustituyó a Hillary Clinton en el puesto, la continua expansión de los asentamientos, los ataques entre ambos bandos, la falta de un gobierno de unidad de los palestinos y una serie de brutales ataques sobre Gaza han llevado los intentos de Kerry a un punto muerto.

Irán, el gran éxito de Obama

A pesar de que la mayoría, como se decía al principio, han sido derrotas o conflictos a medio solucionar, sí que es cierto que la administración Obama ha conseguido un gran hito al ser capaz de llegar a un acuerdo con Irán por el cual la República Islámica reduce su programa nuclear, el cual se sospechaba trataba de alcanzar armamento nuclear, al tiempo que las potencias occidentales levantaban las sanciones económicas impuestas sobre el país desde que fuera filtrada esta posible carrera armamentística.

Con este acuerdo multilateral, apoyado por las cinco superpotencias con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU (Estados Unidos, China, Rusia, Gran Bretaña y Francia), además de Alemania, Obama ha demostrado, a diferencia de su predecesor Bush, que es capaz de actuar con las reglas de juego del multilateralismo en el sistema internacional para conseguir acuerdos beneficiosos para todos.

Sin embargo, no todos están de acuerdo con el éxito de este acuerdo. Para los críticos estadounidenses, no se ha logrado promover los derechos humanos en Irán a cambio del levantamiento de sanciones. Además, para Israel y Arabia Saudí, no se han reducido las pretensiones hegemónicas de Irán en la región que continuamente chocan con estos dos países en las llamadas proxy wars, como ha sucedido en Siria, Irak o más recientemente en Yemen, además de que dudan de la efectividad del sistema de vigilancia impuesto por la alianza occidental para verificar que realmente Irán ha cesado en su búsqueda de lograr armamento nuclear.

En el caso de Israel, que calificó el acuerdo como “error histórico”, Obama ha decidido lamer las heridas de su aliado judío en la región con un paquete de asistencia armamentística de 38.000 millones de dólares durante los próximos 10 años, incrementando en un 26% anual el paquete con el que normalmente solía asistir a los israelitas. Por su parte, Arabia Saudí decidió renunciar al puesto rotario en el Consejo de Seguridad a finales de 2013 en un acto que tildaron de “mensaje a Estados Unidos, no a la ONU”, lo que augura unas relaciones tensas con los dos principales y más longevos aliados norteamericanos para el próximo inquilino de la Casa Blanca.

Un balance prudente

Con todo ello, se puede decir que, a tono con la situación que se vive en la región, la actuación de Obama en Oriente Medio ha sido turbulenta. Es cierto que ha evitado inmiscuirse directamente en más guerras, que ha logrado ciertos acuerdos y ha actuado multilateralmente, y no con la soberbia hecha por la anterior Administración, pero pasar de “catastrófico” a “poco esperanzador” no es un gran trecho para todo lo que prometía su presencia en la Casa Blanca.

Sin embargo, desde mi punto de vista, el enfoque adoptado es el adecuado, y habría sido deseable que su sucesor en el cargo siguiera apostando por un mayor peso diplomático, aunque todo apunta a que no será así. Como señalaba el general Lloyd J. Austin, que fuera comandante del Comando Central de Estados Unidos, “los esfuerzos americanos, incluyendo el ejército estadounidense, pueden comprar tiempo e incluso alentar a otros a hacer lo que sea necesario, pero USA no puede hacerlo por ellos; solo la gente de la región puede forzar los cambios necesarios”.

El próximo presidente haría bien en aprender esto, ya que si los norteamericanos vuelven a prestarse a la intervención a la mínima duda, los aliados con los que cuenta en la región seguirán haciendo sus cálculos sabiendo que, en último momento, Estados Unidos siempre estará dispuesto a un toque de corneta y el desembarco del séptimo de caballería.

No obstante, gran parte del establishment norteamericano quiere eliminar toda sombra de duda entre sus aliados de que se haya podido desentender de los problemas, por lo que es más que probable que veamos una resurrección de la potencia militar estadounidense a la vieja escuela. El tiempo dirá si echaremos de menos la paciencia e indecisión de Obama.