El Líbano, al igual que prácticamente todos los países de la región, tiene una historia moderna conflictiva, con constantes amenazas a su estabilidad y seguridad, acrecentada aún más por su estratégica posición como vecina de la zona más conflictiva de Oriente Medio: Israel y Palestina. No obstante, también se puede afirmar que es uno de los países más democráticos de la región, a pesar de que no le faltan una serie de frentes abiertos que amenazan gravemente su progreso. Uno de ellos, la falta de gobierno, se ha solucionado en las últimas semanas. Sin embargo, cuando el problema es el sistema, los nombres escogidos para gobernar no parece que puedan hacer frente por sí solos a todos esos retos.

Un convulso siglo XX

El comienzo del Líbano como tal podríamos situarlo tras su independencia de Francia, lograda en 1943. A pesar de los buenos intentos iniciales de construir un país democrático, la guerra en Israel en 1948 le afectó seriamente, con gran cantidad de refugiados palestinos que acudieron a buscar asilo al otro lado de la frontera. Las décadas conflictivas de los 50 y 60 estuvieron dominadas por las milicias y el estado constante de alerta ante la fuerza ocupante israelí, aunque el verdadero conflicto para Líbano se produjo en 1975 con una guerra civil provocada por el aumento de presencia palestina en un país hasta entonces dominado por las élites cristianas de la secta maronita. Los palestinos y la mayoría de la población musulmana libanesa querían organizar una mayor contestación militar contra Israel desde el Líbano, mientras que el Gobierno prefería renunciar a la lucha contra el ocupante israelí y administrar el país, para lo que contaba con el apoyo de Siria, interesada en contar con un territorio entre ellos mismos e Israel que sirviera de contención.

Después de 15 años de combates, y de la presencia de tropas israelíes y sirias que defendían sus posiciones en territorio ajeno, se llegó al llamado Acuerdo de Taif, donde se reclamaba la retirada de las tropas ocupantes sirias e israelíes, y un Gobierno de consenso nacional que pudiera reorganizar el Estado. Sin embargo, también supuso la extensión de una amnistía incluso a combatientes de fila, que posteriormente se han hecho con altos puestos en la Administración, extendiendo su influencia y aprovechándose del boom económico posterior a la guerra.

A pesar de que con este acuerdo se consiguió que los israelíes se retirasen a sus fronteras, salvo algunas disputas en zonas que éstos consideraban legítimas, y que se consiguió una reformulación de la Constitución para que el poder del Estado se repartiera entre suníes, chiitas y cristianos, el acuerdo no logró implementarse para la ocupación siria hasta más de una década después, en 2005. El asesinato del opositor suní Rafik Hariri, un millonario de ascendencia saudita que se oponía a la presencia siria y que se sospechaba fue asesinado por la organización Hezbollah, propició que el dictador sirio Bashar al-Assad, chiita al igual que Hezbollah, decidiera, como forma de proteger a la organización de verse obligada a disolverse, se retirase para acallar las críticas del sector suní, aunque manteniendo su influencia en el país a través de su aliado.

La continuación de la brecha social

Sin embargo, esta retirada no logró apaciguar todos los ánimos, y desde esas fechas hasta hoy día, la polarización, especialmente entre suníes y chiitas no ha hecho más que crecer. La continua militarización de Hezbollah y sus ataques contra Israel, aunque en principio contaron con el respaldo popular, al final fueron criticados por muchos sectores de la población, especialmente en 2006 cuando los bombardeos israelíes, en represalia por la muerte de tres soldados a manos de Hezbollah, destrozaron buena parte del sur del país. En el lado opuesto, el movimiento organizado por el hijo del asesinado Rafik Hariri, Saad Hariri, bajo el nombre Movimiento del Futuro, consiguió amparar a una gran parte de la comunidad suní en sus quejas por su marginación social, además de las supuestas detenciones, torturas, arrestos y ataques indiscriminados que denuncian sufren por parte de las autoridades libanesas.

El último episodio de enfrentamiento entre ambas facciones se produjo a raíz de la guerra de Siria, cuando Hezbollah acudió en ayuda de su aliado, el dictador Bashar al-Assad, y Movimiento del Futuro mostró su respaldo a la rebelión armada, en su mayoría de origen suní.

De momento, lo único que ha prevenido el conflicto directo entre ambos grupos es la fuerza militar de Hezbollah, su amplia legitimidad entre las bases chiitas del país, sus poderosas alianzas domésticas e internacionales, además del miedo extendido de que el más mínimo conflicto podría devolver al país a una situación de guerra civil. Asimismo, la continua mediación de Siria en Líbano y la fuerte presencia de Hezbollah en el país han creado bastante resentimiento entre los suníes que antes veían en Saad Hariri como la voz de sus reclamaciones, y que ahora se resignan a ver como la organización armada chiita seguirá teniendo un gran peso en la estructura institucional del Líbano.

Esta falta de creencia en el liderazgo del Movimiento por el Futuro también explica en parte la radicalización experimentada entre miembros de la comunidad suní, que han tomado la venganza por su mano dirigiendo ataques suicidas contra barrios de mayoría chiíta, como los producidos en 2014, donde centenares de personas perdieron la vida. Estos atentados fueron presentados por Hezbollah, a modo de profecía autocumplida, para justificar su presencia en la guerra de Siria, y también como excusa para reforzar la militarización de sus diversos aparatos.

La perpetuación de un sistema ineficaz

En este statu quo tan frágil descrito anteriormente se dan situaciones donde las minorías suníes, chiitas, cristianas y drusas se quejan de su vulnerabilidad mientras apoyan a sus líderes de la era de la guerra civil y no condenan a las fuerzas paramilitares asociadas a su etnia, ya que las consideran necesarias para la disuasión frente a la presencia de los grupos armados del resto de minorías.

Las diversas crisis del país han puesto a prueba la resistencia y resiliencia de una sociedad que ha sabido adaptarse a un Estado disfuncional rebajando sus expectativas y recurriendo a alternativas privadas para sus necesidades. Esto ha evitado un colapso social pero también ha acrecentado el sentimiento de poca esperanza en que el Estado pueda encontrar soluciones a los problemas en un marco institucional y oficial, por lo que muchos acuden a las redes de clientelismo y corrupción como sistema básico de supervivencia.

El gobierno y el aparato estatal son continuamente criticados por la mayoría de la población, y nadie confía en él para solucionar sus problemas diarios. Incluso el ejército, que normalmente se había considerado neutral y una columna vertebral del Estado, está siendo cada vez más criticado desde el sector suní por desviar la atención cuando se trata de enfrentamientos orquestados por la militancia chiita. La destrucción llevada a cabo por Hezbollah en barrios sunís ya empobrecidos bajo el objetivo de sofocar la amenaza yihadista, y la falta de respuesta del Ejército han aumentado la percepción de éste como un agente al servicio de Hezbollah.

Por si el propio país no tuviera suficiente potencial para autodestruirse, a toda esta situación se le ha unido la afluencia masiva de refugiados sirios que han buscado asilo en el país vecino. Según la mayoría de estimaciones, se trata de cerca de 1,5 millones de sirios dentro de este país que contaba antes con cuatro millones, sin contar los centenares de miles de palestinos que viven desde hace más de seis décadas en campos provisionales. Líbano es, de hecho, el país con más refugiados per cápita del planeta.

Además, la falta de planificación ante este fenómeno migratorio ha provocado que los sirios hayan buscado alojamiento en zonas marginales y empobrecidas, aumentando la escasez de esas barriadas y granjeándose la oposición violenta de sus vecinos por contribuir a aumentar su falta de provisiones. Para más inri, el hecho de que la mayoría de sirios refugiados sean suníes también ha hecho saltar la alarma en el resto de comunidades, que temen que el ya de por sí delicado sistema de equilibrios comunitarios puede colapsarse. Los arrestos aleatorios, los toques de queda específicos en las zonas ocupadas por los refugiados sirios y las críticas constantes a su presencia son la carta de bienvenida recibida por estas personas que huyen de la guerra.

Pero no se vayan, que aún hay más. El reciente descubrimiento de zonas ricas en recursos fósiles en el país supone un arma de doble filo para el Líbano: pueden suponer un impulso a su maltrecha economía o avivar aún más el conflicto entre las distintas comunidades. Según el Fondo Monetario Internacional, Líbano puede comenzar a recibir ingresos por su producción de hidrocarburos en 2021, alcanzar capacidad absoluta en 2036 y continuar hasta 2056. Con estas previsiones, los ingresos pueden alcanzar el 2,8% del PIB y el 9% de los ingresos gubernamentales. Sin embargo, actualmente, el Gobierno cuenta con un déficit presupuestario del 8,1% de su PIB y una deuda del 144% del PIB, una de las más altas a nivel mundial. Y esto se puede agravar si el país no constituye una agencia independiente que controle la riqueza de los residuos fósiles de manera adecuada.

Parches para tratar de seguir adelante

Al ya de por sí maltrecho sistema se unió en 2014 el final del mandato del primer ministro Michel Suleiman, y la falta de acuerdo entre los representantes del Parlamento para elegir un Presidente de la República que, acorde a la Constitución, debe ser un cristiano maronita; y un primer ministro, de origen suní, que se unieran al ya elegido presidente del Parlamento, Nabih Berri, de origen chita y líder del movimiento Amal, también aliado con Hezbollah.

Después de 29 meses de bloqueo, porque el Movimiento por el Futuro de Saad Hariri no quería ceder al candidato propuesto por Hezbollah, ni este quería admitir otra propuesta aunque fuese de entre sus afines, finalmente Hariri aceptó la candidatura del cristiano Michel Aoun, cercano a Hezbollah, para convertirse en Presidente de la República, a cambio de que el partido de Aoun, Movimiento Patriótico Libre, aceptase la propia candidatura de Hariri a convertirse en primer ministro.

Un pacto que hace meses parecía impensable finalmente ha tenido lugar, según la mayoría de analistas políticos, porque Hariri es consciente de su constante pérdida de apoyo popular entre la comunidad suní, las millonarias pérdidas de sus empresas por la falta de un sistema estable en el país e incluso los retos a su figura política desde dentro de su organización y de su principal aliado, Arabia Saudí. Por tanto, muchos ven en este acuerdo una victoria de Hezbollah, que ha demostrado ser capaz de mantener al país paralizado y en vilo durante más de dos años hasta que se cumplen sus designios.

Si bien es cierto que con este acuerdo se ha restablecido la calma en la mayor parte del país, siguen sin atacarse las raíces del problema, que yacen en las desigualdades socioeconómicas y en las tensiones entre diferentes comunidades. Lo único que realmente demuestra este acuerdo es la voluntad de los distintos actores de perpetuar un sistema que, si bien no es una autocracia y cuenta con diversos aspectos democráticos, sigue basándose en el clientelismo y la corrupción. Y no parece que esta nueva legislatura vaya a solucionarlo.