La moneda única en Europa y en España, el euro, no solo cambió la moneda en un país. Trajo ingentes novedades no solo económicas y políticas, sino sociales, entre otras, derechos civiles de los ciudadanos, nuevas competencias requeridas por la Unión Europea, como la protección de los consumidores y la salud, visados, redes nuevas en transportes, telecomunicaciones y energía, cooperación al desarrollo, política industrial, formación, cultura, protección al medio ambiente, de la investigación y el desarrollo; en política social, cooperación en justicia, más derechos, prioridad y voto para el Parlamento Europeo e introducción de una política exterior y de seguridad común.

Todo ello, bajo una vía de consideración de la nación (España) y del proyecto comunitario europeo (Europa), ambas no solo compatibles, sino complementarias, de modo que esta implantación no aparezca como una amenaza sino que coexistan en armonía, en desarrollo permanente, y sea una oportunidad para el progreso, para el aprendizaje y la superación. Por eso, la crítica de la moneda se convierte en constructivista y no antieuropeísta.

La consolidación de un espacio común europeo ha traído esta serie de cambios que España vivió en un clima de optimismo, alejado del conflicto, la ambigüedad e inseguridad.

Pero, frente a esto, se pone en evidencia la ausencia de una opinión pública comunitaria, algo que no pasa inadvertido para la prensa española, por eso, el objetivo es tratar de lograr una opinión pública europea que no signifique instaurar un pensamiento único u homogéneo, sino crear un espacio de pensamiento público europeo del que hoy se carece.

El responsable de "lograr una unión más estrecha entre sus miembros con el fin de salvaguardar y de promover los ideales y los principios que forman parte de su patrimonio común y de favorecer su progreso económico y social" es el Consejo de Europa, a través de ciudadanos libres y responsables, y en base a unos objetivos como son la defensa de los derechos del hombre, la democracia parlamentaria, la primacía del derecho, favoreciendo la toma de conciencia de una identidad europea fundamentada sobre unos valores compartidos, trascendiendo las diferencias culturales nacionales, fomentando acuerdos entre los Estados miembros al objeto de armonizar las prácticas sociales y jurídicas, creando el clima propicio para la sociedad de la Información en la Unión Europea, en una sociedad donde priman la información y el conocimiento como valor frente a la desinformación y el bloqueo.

Todo ello, dentro de lo que es Europa, porque el sello europeísta confiere un plus de calidad y un argumento de prestigio, mientras que un nicho de mercado desocupado, de prensa antieuropeísta no es rentable.

Pero, a su vez, los últimos cambios producidos, el brexit y el nombramiento de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos de América, ¿alientan un cambio a todas estas políticas comunitarias de la Unión Europea?.