El mundo se mueve y crece. El mundo es verbo y se conjuga. El mundo es un grano de arena, el mundo es un globo donde vivo yo, nos dejó dicho la inefable Gloria Fuertes. Y poco más sabemos.

Aceptamos -a veces a regañadientes- la certeza de que nos hallamos envueltos por un universo infinito que sobreviene, estalla, engulle y se revuelve con la misma obstinación con la que lo hace nuestro pequeño planeta, aunque hay que decir que, en su caso, maneja mucha más potencia y cuenta con la añadidura de que en él se suceden otras proezas realmente difíciles de comprender: por ejemplo, en nuestro cosmos transcurren –y además se alternan- los espacios y los tiempos.

Y no es ciencia ficción, ocurren de verdad todas estas cosas tan impresionantes, y se llevan a cabo sin plazos, sin turnos; todo transcurre en una inadmisible perpetuidad mientras nosotros, que apenas somos en medio de esa infinitud, andamos de aquí para allá rastreando, desde nuestra absoluta insignificancia, la manera de hallar el equilibrio integral.

Pretendemos todo: hacernos con la Verdad, y aún más, alcanzar la trascendencia, es decir, aspiramos a conquistar la perpetuidad sí admisible. Día a día y siglo a siglo vamos analizando y especulando, enunciamos fórmulas, hacemos abracadabras, e incluso, si se da el caso de que se requiera una iluminación que cuente con su propia huella de identidad, hasta nos valemos de profetas. Y así. Hasta que, en multitud de ocasiones, acabamos asumiendo tan frescamente la certidumbre de haber descubierto y capturado esa única verdad, momento en el cual suspiramos aliviados para, seguidamente, proceder a sentarnos sobre el trono que nos corresponde (ya que somos titulares de una condición tan exclusiva como es la de poseer una naturaleza a imagen y semejanza de lo supremo. Que nadie dude de que es a nosotros a quienes nos toca el honor de ajustarnos la gloriosa corona: somos los reyes indiscutibles de la creación).

Los guerreros zulúes dicen que un hombre no es hombre hasta que no ha teñido su lanza con sangre. Tu vecino también dice, tus antepasados decían y tus descendientes dirán. Todos, en un intento por depurar un contexto impregnado de perplejidades y de inverosimilitud, tratamos de atrapar alguna verdad que tranquilice. En KwaZulú, siguiendo esta universal vocación apaciguadora, manchan de sangre una lanza, acto que se erige en tradición, en un compromiso que es imprescindible consumar. De esta manera ya hay algo que hacer en KwaZulú. Ya contamos con algo trascendente en KwaZulú. Y ese algo culmina con otro algo aún más poderoso, puesto que gracias a él queda resuelto el ciclo primario: el niño por fin se hace hombre. Semejante promoción satisface tanto al joven zulú y le amansa de tal manera, que se siente colmado, por lo que con un poquito de suerte tal vez no vuelva a derramar sangre durante mucho tiempo.

En Orleans, Zaragoza, Irún o Transilvania esa función tranquilizadora tradicionalmente ha sido asumida por cada correspondiente refranero popular. Pronunciar, reconocer y acatar lo revelado por los ancestros, nos resulta tan eficaz como al zulú clavar su lanza en la carne viva. Si un pensamiento logra transformarse en aforismo nos encontraremos, cuando menos, ante una táctica poderosa para manipular emociones, afectividad, ideas; los refranes son constructos precisos que en no pocas ocasiones justifican y transfiguran una evidentísima sandez en verdad universal. A veces esos refranes pueden parecernos divertidos, pero en otras no somos conscientes de lo extremadamente temerarios que pueden llegar a ser. Los pronuncian nuestras abuelas, y los pronuncia Trump y también el párroco de tu pueblo, y yo, y tú. Es decir, los pronuncia la sociedad en bloque, y de tanto pronunciarlos esa sociedad llega un momento en el que se atreve a justificar desde travesuras, pasando por pequeñas infamias, hasta terribles salvajadas.

Atentos a éste refrán aparentemente inofensivo: “Cuando el río suena, agua lleva”. Es perfecto si lo que se pretende es inducir brotes de paranoia a sujetos confundidos. Mediante la descarga de un mecanismo simple y rápido (me cae mal Romualdo- divulgo la idea de que Romualdo es un infame- de pronto nadie habla a Romualdo), con sorprendente infalibilidad se obtiene el efecto pretendido.

-¿Por qué no has contestado a Romualdo, no ves que te ha saludado, pobre chico?
-Porque es estúpido, porque es tontolaba.
-¡Anda! ¿Cómo lo sabes?
-Lo dice fulanito, y “cuando el río suena, agua lleva”.
-Ah, pues sí… puede ser…

Fácil, ¿verdad?

Ahí va otra: “La pasión por destruir es a veces una pasión constructiva”. Esta tampoco es manca, amén de que contiene un plus: fue firmada por Bakunin, circunstancia que le concede una autoridad especial. Fíjate ahora en esta otra: “Quien bien te quiere te hará llorar”. ¿Alguien se ha preguntado alguna vez qué sucedería en el caso de que este individuo al que nos referimos no te quisiera bien? Es más, ¿cómo se resolvería el tema si directamente ese tipo te detestara?

“Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal”. Este es un pensamiento formulado y firmado por Teresa de Calcuta. Permíteme un inciso: a mí me caía muy bien esta señora, pero si buscas referencias relacionadas con su persona, hallarás, entre sus muchas ideas ciertamente lúcidas y sobre todo bienintencionadas, alguna que otra realmente alarmante. Una cosa no quita la otra, era inteligente y muy buena mujer pero a veces decía disparates, que este fenómeno sucede en no pocas ocasiones.

También tenemos por aquí una bastante comprometida: “La letra con sangre entra”. Pobres niños de todas las épocas, incluida la nuestra. Quienes creemos en los métodos de crianza cuidadosa y en la necesidad de no utilizar nunca la violencia, con el propósito de que el discípulo no reproduzca tan nefasto modelo, nos echamos las manos a la cabeza siempre que escuchamos ese refrán tan feo.

“Algo tendrá el agua cuando la bendicen”. Esta realmente viene a ser una variación de la de antes, la del río que suena.

“El que no tiene celos no está enamorado”. Esta frasecilla tan imprudente la firma San Agustín. Tiene la particularidad de que tienden a usarla con todo el descaro del mundo montones de homicidas de todos los puntos del mundo.

Acuérdate de esta otra, porque no tiene desperdicio: “El fin justifica los medios”. Observa con qué facilidad te puede proporcionar una licencia de lo más oportuna en caso de que seas un tipo malintencionado: la de hacer lo que te dé la gana, por horrendo que parezca a simple vista.

Y así, con aplomo felino, nos las van repitiendo una y otra vez por los siglos de los siglos. Se trata de simples frases, aunque hayan sido distinguidas con el nombre de citas, aforismos o refranes. Supuestamente son inocuas, es más, gozan de gran reputación porque conservan, porque forman parte de la venerada tradición, porque logran que nuestros valores se erijan bien cimentados desde que somos pequeñitos. Mi abuela, mi madre, mi profesora, yo… no vamos a estar equivocados todos, ¿no? Total que Romualdo es un auténtico villano, ya que si el río suena, agua lleva.

Te invito ahora a que busques una frase y la repitas, por ejemplo, diez veces. Te garantizo que algo va a quedar interiorizado, aunque ese algo sólo lo reconozca tu subconsciente. Si la repites mil veces puedes forjar, desde esa idea, pura armonía metafísica. Y ya, si te pasas la vida pronunciándola, entonces se hace sagrada, como los códigos litúrgicos. Y de paso se vuelve intocable.

¿Cerebros de chorlito? Yo creo que no. Naturaleza humana, poco más.