Cuando observamos los arsenales colmados de cohetes, bombas, aviones y barcos de guerra, submarinos... y volvemos la vista hacia los miles de seres humanos que mueren de hambre cada día, y hacia los que viven en condiciones de extrema pobreza sin acceso a los servicios de salud adecuados... y contemplamos consternados el deterioro progresivo de las condiciones de habitabilidad de la Tierra, conscientes de que debemos actuar sin dilación porque se está llegando a puntos de no retorno en cuestiones esenciales del legado intergeneracional… no puedo menos que recordar que, si tan sólo se dedicara una parte razonable de lo que se gasta diariamente en gastos militares y armamento, para incrementar las ayudas al desarrollo endógeno, sostenible y humano, y el medio ambiente, asegurando que no tenga lugar el deterioro irreversible de la habitabilidad de la Tierra…podrían esclarecerse los horizontes hoy tan sombríos.

Una eficiente cooperación internacional permitiría la puesta en práctica de las grandes prioridades de las Naciones Unidas (alimentación, agua, salud, ecología, educación, paz…) haciendo posible el “nuevo comienzo” que preconiza la Carta de la Tierra y que, hoy más que nunca, es necesario y apremiante.

No podemos tolerar la inmensa diferencia que existe entre los medios dedicados a “potenciales enfrentamientos” y los disponibles para proporcionar a todos los seres humanos una vida digna y hacer frente a recurrentes catástrofes naturales (incendios, inundaciones, terremotos, tsunamis…). El concepto de “seguridad” que siguen promoviendo los grandes productores de armamento es anacrónico y es altamente perjudicial para la humanidad. No debe postergarse ni un día más la adopción de este nuevo enfoque en el que la directa implicación de las Naciones Unidas es esencial.

Ya casi nadie se acuerda de Haití, de Ecuador… No debemos olvidar la actuación heroica de unos expertos bomberos y unas cuantas personas que, por lo general con escasos medios, acuden inmediatamente a ayudar. Es entonces cuando seguimos con emoción las admirables acciones que llevan a cabo muchos voluntarios anónimos para rescatar a algunas personas todavía vivas después de una terrible catástrofe. En esos momentos se hace más evidente la "plenitud", la hartura del F-16 y F-18, y de los misiles y escudos anti-misiles, y de los portaaviones, y las naves espaciales... y sentimos la obligación de alzar la voz y proclamar, como ciudadanos del mundo, que no seguiremos tolerando los inmensos daños, con frecuencia mortales, que sufren por tantas otras modalidades de "inseguridad" quienes -una gran mayoría- no se hallan protegidos por los efectivos militares.

Cuando hablo de “catástrofes” también me refiero a la tremenda “crisis migratoria” que sufre Europa, la gran emigrante que se ha olvidado de su pasado reciente y rechaza ahora a los inmigrantes… Es inaplazable la construcción de una verdadera “unión” política, social y económica. Una Europa-faro que no siga las pautas dictadas por el neoliberalismo globalizador… Hoy más que nunca es imperiosa la refundación del Sistema de Naciones Unidas donde no sean 6, 7, 8… 20 países los que guíen los destinos de 193. Y, sobre todo, deben re-ponerse los “principios democráticos”, que con tanta precisión y clarividencia establece la Constitución de la UNESCO, en donde el Partido Republicano de los Estados Unidos, fundamentalmente, situó las leyes mercantiles…

Los grandes poderes actuales siguen pensando que la fuerza militar es la única expresión y referencia de "seguridad". Gravísimo error, costosísimo error que se ocupa exclusivamente de los aspectos bélicos y deja totalmente desasistidos otros múltiples aspectos de la seguridad "humana", que es, en cualquier caso, la que realmente interesa.

Estoy convencido: la mejor solución es el desarme (incluido, desde luego, el nuclear), aplicando una parte razonable de los colosales medios dedicados a la seguridad para el desarrollo de todos los pueblos, de tal modo que se haga realidad la igual dignidad y calidad de vida en todos ellos.

“Desarme para el desarrollo”: así de sencillo… y, lamentablemente, así de difícil hacerlo realidad si no hay una clara voluntad de cambiar de rumbo… Para ello son necesarias, insisto, unas Naciones Unidas refundadas con urgencia. La solución existe. Falta coraje y liderazgo para aplicarla.

Si no hay evolución, habrá revolución… La diferencia entre estas dos palabras es la “r” de responsabilidad. Dejemos de seguir a los irresponsables y facilitemos la transición de una economía basada en la especulación, la deslocalización productiva y la guerra a una economía de desarrollo sostenible y humano. De una cultura de guerra a una cultura de paz, liderada por un multilateralismo democrático y eficiente.

Disponemos de múltiples diagnósticos. Ahora corresponde aplicar sin demora tratamientos adecuados. Ahora ha llegado el tiempo de la acción, porque pueden alcanzarse puntos de no retorno.

Vivimos en la era digital, en el ciberespacio, donde, por fin, son posibles grandes clamores populares para los cambios radicales que se requieren con apremio. Por fin, Nosotros, los pueblos…, silentes y obedientes desde tiempos remotos, podemos alzar la voz y participar activamente. Por fin, con la mujer incorporada paulatinamente al proceso de toma de decisiones, ya es posible el imposible sueño de emancipación de la humanidad. La nueva paz se originará en el espacio “digital”. La inaplazable transición desde la fuerza a la palabra, desde una cultura de imposición, dominio y violencia a una cultura de encuentro, diálogo, conciliación y paz tendrá lugar en el ciberespacio.

¡Seamos Nosotros, los pueblos… los que, por fin, tomemos en nuestras manos las riendas del destino común. ¡Mañana siempre es tarde! ¡Seamos nosotros lo que abanderemos el inicio de ese “otro mundo posible” que anhelamos!